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Porque ya no escribo

Hace unos días alguien que de casualidad cayó en los archivos antiquísimos del Mendo, épocas donde en este pasquín escribía María Conchita, la Señorita Dipietro, la Dama del Hamster, el Viejo Pelotudo, el Ángel Gris y, entre otros, yo… Torombolo. Mi personaje era mi alter ego satirizado, mi manera de expresar en letras lo que sucedía en mi entorno. Un señor de la alta alcurnia mendocina, forjador de una sociedad paqueta y distinguida, que veía con ojos críticos y fatalistas toda la modernidad, todo lo que se venía como “progre” a las sepia costumbres mendocinas. Como buen caudillo menduco era de tintes demócratas, ganso y copetudo, pero con el orgullo de creer que el zurdaje tirabomba o el peronismo clientelista tenía una barrera de “prohibido pasar” en mi provincia. En el fondo era también una crítica a ese típico menduco que generaba que la provincia atrasara y se quedara en el tiempo. Muchas veces lo utilicé de catarsis ante las injusticias que percibía a diario.

Entrando nuevamente, luego de años, al pasquín que vi nacer, percibo con gusto la cantidad de miembros que han pasado por estas filas, las camadas que se han ido sucediendo y los que aún quedan en pié y al orden. Me pregunto que habrá pasado con mis compañeros de entonces, que los habrá llevado a dejar de escribir. Según tengo entendido les pasó como a mí, dejaron de escribir para el mundo, no solamente para El Mendo (como le dicen ahora a “el mendolotudo”).

Pero… ¿porqué dejé de escribir yo?, ¿qué pasó con mi sistema de sublimado artístico? Fueron muchas cosas, pero hay una que marcó un “antes y un después” en mi vida. Yo, forzado, tuve que terminar de emigrar, tuve que irme de Mendoza. Llevaba más de 15 años esquivando algo que percibía evidente y más de 25 apostando al país. Por más que me hacía el boludo, me manejaba a mi manera y llevaba bastante bien las cosas, había algo que no me cerraba, que no me terminaba de convencer nunca. Habiendo tenido la suerte de trabajar en el extranjero, en países del primer mundo y en otros en vía de desarrollo, envidiaba la esperanza que tenía en otros sitios. El saber que quien se empeña, tarde o temprano, triunfa. La suerte es simplemente un factor que potencia el éxito, no una condición del mismo. Así era en cada lugar que iba transitoriamente… pero no acá, no en Mendoza, no en mi país. La costumbre del eterno “subibaja” argentino no me terminaba de cerrar, no me resignaba a acostumbrarme a una economía vertiginosa. Lo que algunos compatriotas marcan como positivo o un pro: “en argentina hoy estas acá abajo, mañana la pegas y estás allá arriba” (y viceversa) no me convencía para nada. Así que luego de mucho desgaste físico y mental, tuve que encaminar lo que hacía más de un lustro sabía que sucedería. Fui de las primeras víctimas de la grieta, uno de los tantos “exiliados” modernos. Antaño si no te ibas del país te desaparecían, en esa época terminabas fundido, endeudado y maltrecho…

Al principio, desde el auto-exilio, seguí escribiendo, intentando mantener viva la ilusión de que quizás el equivocado era yo, que quizás valía la pena volver. Además aún miraba con simpatía los intentos por mejorar. Pero tiempo después ya no encontré como reírme de lo que pasaba en nuestra Mendoza, más que ironía salía bronca. Los textos comenzaron a ser un vómito violento de barbaridades, una vorágine de quejas sin respaldo, un triste lamento cargado de ira. El país se hizo tan “inclusivo” que se olvido de incluirme.

La progresía ganó un espacio inmerecido y la solemnidad se estableció para quedarse. ¿Cómo ser irónico en un lugar donde todos son literales? Jorge Lanata etiquetó de “grieta” a uno de los peores vicios del ser humano: el fanatismo. Enfermedad que, como el cáncer, llevamos inserta en la sangre todos los argentinos. De pronto todo era cuestión de bandos y cada bando defendía con vehemencia su parte, sin escuchar, sin proponer, sin rezongar, sin cuestionarse… nos volvimos boludos y manejables, ovejas estúpidas, payasos tarados de un circo aburrido y tirano. Fue tanta la estupidez reinante, que ya nadie podía decir nada porque se abría un debate eterno y no faltaba la chusma que te etiquetara de inmediato: facho, zurdo, gorila, nazi, sucio, cáncer de la sociedad, macho, violento, etc…

Las mujeres empezaron a no vestirse o vestirse de verde o celeste, pero en plan de lucha, no de dialogo, ¿cómo ser irónico donde nadie quiere escucharse? Argumentos vacíos, debates yermos, discusiones personales, agresiones sin límites y una reinante solemnidad permisiva de bloqueo o escrache social sin filtro. Ni hablar del inescrupuloso de sexo masculino intentando aferrarse a luchas ajenas por el simple hecho de copular… uno de los personajes más nefastos y detestables que me ha tocado digerir.

Los trans se consideran mujeres u hombres según su preferencia, pero se sienten mujeres u hombres según su conveniencia, ¿cómo ser irónico si siempre se van a sentir ofendidos? ¿De dónde te agarras para hacer humor crítico o negro? Habría que ser Landriscina para hacer humor sin herir a nadie… aunque nadie te vaya a ver. ¡¿Ustedes han percibido lo patéticamente detestable que se ven los famosos conversos haciéndose los inclusivos y los tolerantes?! (Claro ejemplo un Coco Sily, un Marcelo Tinelli). ¡Si hasta en cualquier momento censuran al negro Olmedo y al gordo Porcel!

¿Cómo ser irónico donde los adolescentes hablan con “X” con “E” para incluir a los que quedan fuera, menos a nosotros? ¿Cómo se hace para tomar en serio a un pendejo ridículo sumido en ese nivel de estupidez? Pónganse un ratito en la piel de mi personaje… un burgués menduco que venía a cantar la justa de las cosas “blancas o negras” ante un personaje de sexo indefinido, teñido de verde, rapado a los costados, diciendo “poques diputades” ¿pueden percibir mi nivel de enfado, bronca y desilusión? Es tragicómico queridos… tragicómico.

En fin… no escribo porque ahora pocas cosas les hacen gracia a mis compatriotas y, sin lugar a dudas, Argentina es un chiste.

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