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Psicología barata 7: Un típico caso de broncemia

– Buenas tardes, adelante, señor…

– No, señor no. Doctor Echegoyen. Especialista en Cirugía Cardiovascular. Que bastante me costó. Y disculpame que no te diga Doctora Lí, porque no sos doctora. Los psicólogos son Licenciados, creo. Así que te voy a decir Lí, o licenciada Lí, no sé qué preferís…

– Dígame como quiera, lo que a usted le haga sentir cómodo. Siéntese y cuénteme qué lo trae por acá.

-Bueno, nena. Aunque no creo que esto me haga sentir mejor. No creo en que charlar con una jovencita que recién sale del cascarón me ayude en algo. Pero me mandó mi médico de cabecera, el Doctor Paredes, especialmente a hablar con la Licenciada Lí. Así que, bueno, aquí voy. Te cuento: ando medio estresado, pero eso es normal teniendo en cuenta mi trabajo, te imaginarás… lo que es extraño, es que últimamente me noto un poco deprimido,  a veces me doy cuenta que mi estado de ánimo no es el de siempre, estoy como al 70% de mi performance habitual.

-Y dígame una cosa: ¿identifica algún suceso en el pasado reciente que pueda vincularse con este decaimiento anímico?

-Jajaja… Ay, nena, si yo supiera el motivo por el que estoy así, ya lo hubiera solucionado, ¿no te parece? Es tan típico de tu formación, medio curandería, curando de palabra… No, no tengo idea, si no, lo arrancaría de raíz. Si no estuviera tan perdido con esto, no hubiera pedido ayuda. Pero bueno, ya le decía yo al Doctor Paredes…

-Mire, doctor, yo ya lo he diagnosticado. No han pasado ni 5 minutos y ya tengo mi diagnóstico, sin electrocardiogramas ni análisis de sangre ni ergometrías… Bastante impresionante, ¿no cree usted?

-¿Vos diagnosticarme a mí? ¿Es que acaso tengo una patología mental y es tan obvia que vos ya te diste cuenta? No me hagás reír nena, que no estoy para payasadas. Soy un cirujano cardiovascular reconocido a nivel internacional, catedrático en la UBA, tengo más de 200 reconstrucciones valvulares hechas en el último año, y no tengo tiempo para este tipo de boberías. A ver, Señora Licenciada, ¿cuál es mi patología?

-Usted es broncémico crónico cursando una reagudización en este preciso momento.

-¿Bron qué? ¿Qué es eso?

-No se preocupe que no es una patología grave, es más bien una neurosis. Usted padece de un cuadro de broncemia, es decir, tiene el bronce muy elevado en sangre.

-¡Bronce en sangre! ¡Pero qué ridiculez! Ni siquiera atinaste a decir cobre o estaño, los elementos con los que se hace el bronce, que es una aleación…

-Precisamente: es la aleación con la que se hacen los monumentos… La broncemia es la neurosis, muy común en su campo, que poseen aquellos que se sienten próceres vivientes. No es un aumento real sino mental, por el cual a través de los años se tiene la sensación de irse convirtiendo en una leyenda, un héroe, un ser digno de ser representado en bronce para la posteridad. Ud entró y me tildó de Licenciada con un tonito despectivo como si yo fuera menos profesional que Ud, sin prestar atención a los diplomas de la pared donde se ven mis Maestrías y Doctorados. Que para atender su caso, sobran. Y como hasta eso le parecía mucho, en vez de decirme Li o Licenciada, como ofreció al principio, se dirige a mí como “nena”, y me tutea cuando yo lo estoy tratando de Usted. Luego explica claramente que mi profesión es un chiste y por último, me expone sus credenciales laborales como si me importaran un bledo. Tanta soberbia, y ese modo de ver las cosas es característico de los broncémicos, de los médicos que se sienten la reencarnación de Favaloro sobre la tierra. Y déjeme decirle que a usted lo que lo tiene mal es la falta de reconocimiento, es más, aventuro que su depresión comenzó cuando no lo  invitaron como disertante en el último Congreso de Cardiología.

-¡Eso no lo puede saber usted! -se revuelve en el sillón, incómodo- Seguro se lo contó el Doctor Paredes… y no me invitaron porque estos últimos años el Congreso no se está centrando casi en las patologías valvulares, sino…

-Piense lo que quiera. La broncemia afecta la capacidad auditiva, por lo que no creo que escuche esto: la mayoría de las personas trabajan duro, en otras áreas tan vitales como las suyas. Aunque su trabajo le salve la vida al 0,01% de las personas, las maestras educan al 99% de la población, un comedor comunitario alimenta al 0,1%, y los enfermeros vacunan al 95%. Y sólo unos pocos son reconocidos, no sólo por los pares, sino por el resto de la sociedad. Usted depende de que mucha gente  trabaje a la par suya y sin equivocaciones, pero aunque su trabajo sea impecable, no son reconocidos ni siquiera por Ud, que debido a su broncemia los debe tratar como si fueran unos imbéciles  –Echegoyen cierra los ojos, pensativo-. Piense en sus mentores, los que lo hicieron lo que son hoy: seguro algunos eran broncémicos y otros no. ¿A cuáles recuerda con más admiración? Porque los efectos adversos de la broncemia (además de perder la capacidad de escuchar) son perder las ganas de aprender, negarse a implementar mejoras propuestas por otro, no abrir la cabeza a técnicas novedosas, no querer consultar a colegas, todo lo que lo baje de su pedestal imaginario. Entonces usted debe pen…- Echegoyen abre los ojos, agarra el sobretodo y el maletín-. ¿A dónde va?

-Me voy a la Federación de Psicólogos de la República Argentina, a pedir que le revoquen la licencia por diagnosticarme una patología inexistente. A ver dónde encuentra publicaciones científicas que hablen de “broncemia” -se levanta-. ¡Habráse visto! Uno que dedica su vida a salvar vidas, tiene que encontrarse con estos chantapufis que le dicen cualquier cosa, y tan serios como si estuvieran diagnosticando una insuficiencia tricuspídea -sale y cierra la puerta. Se escucha desde afuera, refunfuñando- todos una manga de inoperantes, ¡así está el país! Como si estudiar psicología fuera parecido a convertirse en un médico como yo, que me preparé 15 años para –su perorata se vuelve inaudible…

¡Uffff! Menos mal que me corrigió el “señor”. Cualquier pelotudo tiene un título. Pero para ser señor a éste le faltaba bastante…

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