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Pueblo chico, infierno grande

La mayoría de los Mendocinos no vive en la ciudad, se concentra en los departamentos alrededor de Mendoza o aún más lejos. Nuestra provincia está llena de pequeños pueblos, con un ritmo de vida tan distinto que uno aprende a apreciar cuando vive en una gran urbe.

Todo queda relativamente cerca, no abundan los colectivos urbanos, pero se puede tranquilamente en bicicleta o estacionar el auto casi en frente de dónde querías ir. Todo es tan icónico que los domicilios se vuelven relativos, nadie sabe el nombre de las calles pero sí que queda “al lado de”, “en frente de”…algo o alguien.

Los lugares o edificios, justamente se destacan porque no hay mucho de nada, si hay cine no hay bowling, la mayoría de las veces con mucha suerte una mesa de pool y un metegol. Todo es único: un solo boliche, un solo pub, un solo café…donde se junta todo el mundo a mirarse las caras. Se amalgaman las edades dando como resultado, por ejemplo, que estando escabiado te encontrés con tu viejo, que tuvo la feliz idea de salir a dar una vuelta después del asado.

La escasez de entretenimiento limita las actividades recreativas y de socialización, y “es lo que hay”: los lugares “top” para tomar mate, que pueden ser una esquina, boulevard o plaza; y la inexplicable e incomprensible, para todos los citadinos, “vuelta del perro”, o como me gusta decirle a mi el “tontódromo”, que consiste en dar vueltas como calesita vieja, en círculos a paso tortuga, en la zona céntrica.

Los tiempos son distintos, todo fluye con tranquilidad, la gente camina más despacio, y se toma su tiempo para disfrutarlo. Cuándo van al cajero o hacen un trámite, aparte de colgarse charlando, están tres horas, ni te digo si van al supermercado, porque el cajero conoce a todos y le pregunta por la vida de cada uno.

Justamente “nos conocemos todos”, lógicamente porque la cantidad de habitantes es substancialmente menor. Cada vez que llegas a un lugar parece un cumpleaños de quince porque tenés que saludar mesa por mesa. El que no fue a la primaria con vos, fue a la secundaría, compartieron un trabajo, es amigo de tu primo, ex cuñada de tu hermano, te lo comiste hace años o simplemente no sabes quién mierda es pero se saludan de toda la vida.

Esto es muy útil ante una emergencia, siempre alguien te da una mano, por ejemplo en el bar cuando tu amiga se va corriendo atrás del chongo, no te alcanza la plata para pagar y te dan el chupe fiado.

Aunque también tiene sus efectos adversos, porque todos te conocen a vos también, si la cagaste en menos de 24hs lo sabe hasta tu abuela que es medio sorda. Y no se van a olvidar de eso por más que toda tu vida hagas buena letra, siempre vas a ser el “boludo que se tragó el árbol de las cinco esquinas”, ni te digo si hiciste un video o fotos subidas de tono.

Un día conoces a alguien que esta como para entrarle, es local porque los extranjeros desentonan como si vinieran de Rusia, no sabes bien quién es pero seguro que alguno de tus amigos sí, desenrolla el prontuario, enterándote de todo lo que hace, hizo, estuvo y por poco con quién perdió la virginidad y donde.

Eso pasa con vos también, el problema es que no siempre la información es fidedigna y probablemente venga de una suposición de una chusma del barrio (léase vieja que vive al pedo y limpia más la vereda que toda su casa). Si se demoró mucho el que te vende el agua mineral seguro que de pasada te limpio el tanque a vos también.

Más de una vez te va a pasar que te enteras de cosas que ni vos sabías que habías hecho. Porque escucharon mal la mitad de la historia, inventaron la otra mitad y, como el juego del “teléfono descompuesto”, para el décimo que le llegó el cuento seguro que sos un pelotudo o cabrón y todo terminó en dimensiones mucho mayores que las reales. Veamos algunos ejemplos:

Estas al pedo en tu casa e invitas a un amigo a tomar algo, el único que se prende es del sexo opuesto, te llegan mensajes al otro día preguntando si están saliendo. Si cometiste el grosso error de salir a un lugar público, peor tener calor e ir a la heladería, anda dejando la lista de casamiento en todos lados.

Digamos que compraste un auto nuevo, nadie va a suponer que prendaste un riñón en el banco por un préstamo, seguro andas en algo “raro” o cagaste a alguien. Si sos mujer, olvídate, sos alto gato. Si tenés cara de nabo, y no hay forma de encuadrarte en lo anterior, es porque no lo mereces, alguna vez deben haber dicho o escuchado “mira el boludo ese en semejante nave”.

Más allá de todo, aunque ya no vivas ahí volvés, porque están tus seres queridos, esas calles despobladas donde jugabas a la pelota con tus amigos, las calles que recorrías libremente sin que tus viejos tuvieran miedo a que te pase nada, los rincones dónde tomabas mate de adolescente, volvés porque querés sentir el cariño de esos que te quieren, el calor de tu gente, ese calor de “pueblo chico…infierno grande”.

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