/Quisiera volver a ser niño

Quisiera volver a ser niño

Que sabias las palabras de mi abuela cuando me decía: “Aprovechá la niñez que es lo más lindo que hay. Para ser grande tenés toda la vida, pero para ser niño, solamente 12 años.”

¿Por qué nos empeñamos tanto en crecer? ¿Por qué no nos quedamos con las tardes de dibujitos y de juegos? El ser humano es el animal más difícil de entender. Cuando somos niños soñamos con ser grandes; imaginamos con que algún día seremos astronautas, bomberos, jugadores famosos de futbol o artistas de Hollywood… Tenemos la cabeza llena de esperanzas, nada nos detiene y podemos asegurar que lograremos todo lo que tenemos en mente; que no existen los imposibles y que todo tiene su propia magia.

Pero mientras vamos creciendo, nuestros deseos van haciéndose cada vez más terrenales y según las edades y sexos, soñamos con el príncipe azul y el viaje a Disney; con la moto o el auto y la minita linda; con una carrera universitaria, la casa propia, la vida echa, una familia y hasta con hijos. Nos volvemos aburridos y pesados como nuestros padres, como nuestros maestros y profesores de la escuela…  Esos a los que veíamos viejos cuando tenían 35 años y que hoy nos parecen jóvenes a los 55. Nos volvemos profesionales de cualquier tipo, dejando de lado el “ser niño”… Nos olvidamos de nuestras ilusiones, de esas con las que crecimos. Guardamos rencores ocultos por no haberlas podido llevar a cabo pero jamás nos paramos en medio del camino para plantearnos “¿Es esto lo que querés verdaderamente?”

Hasta que llega día en que no podemos seguir, en el que sentimos que toda nuestra vida no tiene sentido; llega el momento en el que detenemos el auto, apagamos la computadora, nos sentamos tranquilos a conversar con nosotros mismos… Ahí es cuando nos caen las fichas de la infancia; cuando nos preguntamos qué hemos hecho de nuestra existencia terrenal, a dónde hemos llevado nuestros más fervientes anhelos de juventud.

¿Cómo podemos darnos cuenta que hemos logrado lo que siempre quisimos? Llegamos al punto en donde comprendemos el sentido del éxito. Ya no pensamos en el otro afortunado que tiene un buen trabajo, un lindo auto, que vive en una casa propia y tiene una pareja perfecta a su lado. Ser exitoso es poder dormir con la mente en paz todas las noches y levantarse con la sonrisa en los labios todas las mañanas con la certeza de que estamos haciendo lo que verdaderamente amamos, eso que late en nuestro corazón y que nos regocija el alma; que vive en nosotros desde el momento mismo que nacimos y que es innato y especial a cada uno. Ser cantante, camionero, político, médico, bibliotecario, kiosquero, dentista, vendedor, escritor, ingeniero… ¡Qué importa! ¡Qué importa lo que digan los demás! ¡Sí! Soy un loco más, una desquiciada más… pero hago lo que me gusta y eso verdaderamente no tiene precio. ¿No es así como pensábamos de niños?

De pronto, volvemos a escuchar a ese chiquito que dice: “¡Sabía que podías lograrlo!” Y que a cada paso que damos nos asegura que no existen los obstáculos para alcanzar ESO que nos hace temblar de emoción.

Alcanzamos la cima, jugamos con fuego, volvemos a trepar a los árboles de nuestra infancia porque seguimos creyendo en nuestro niño interior que hemos mantenido con vida, todavía inocente, crédulo, sonriente; para que nos diga qué camino seguir… Aceptamos que nos tome de la mano, que nos desafíe, que nos invite y hasta que nos empuje directo hacia nuestra propia felicidad… Le damos las riendas para  que nos conduzca sobre nuestro verdadero destino.

Escrito por Little*Star para la sección:

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