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Sombras enfermizas

Santiago y tenía que hacer un reportaje a una de las empresarias más importantes del país, y ella vivía ahí mismo, en Mendoza. Era inexperto pero ya tenía el cuestionario de preguntas que le haría a aquella exitosa mujer, Sandra Tur.

Cuando llegó a aquel edificio lo recibió su secretario, un hombre alto de traje que parecía modelo de ropa más que empleado de aquel lugar. Entró al despacho de Sandra y la vio. La mujer más bella que había visto en su vida, pelirroja ojos verdes, enfundada en un vestido que combinaba con su pelo. Después de contestar sus preguntas, ella muy provocante le hablaba con doble sentido, él agarró sus cosas y se fue.

Más tarde le llegó un mensaje privado a su Facebook, era de Sandra. Lo invitaba a tomar algo. Él se sentía muy atraído a ella y no lo pensó demasiado cuando aceptó. En el bar la vio el doble de provocativa que en la entrevista, un vestido con un escote que llegaba al punto perfecto en donde perder la razón. Ella no dejaba de mirarlo, y cuando ya estaban muy pasados de copas ella empezó a hacerlo hablar. Y cuando él le dijo que era virgen ella se excitó. Él logró sacársela de encima y se fue del lugar, sin dejar de sentir algo extraño por ella.

La empezó a ver en su trabajo todos los días, como acechándolo, mandándole mensajes y llamándolo y le decía cuando sería la próxima vez que se verían, y él en vez de denunciarla por acoso, aceptó. Ella aprovechándose de su ingenuidad lo llevó a su oficina, y en el ascensor le metió la mano por el pantalón, y lo masturbó. Allí le dijo que si quería probar los gustos extraños que ella tenía en la cama tenía que firmar un contrato. A él le pareció extraño y abusivo, pero quería tener relaciones con aquella mujer que se sentía atraída por él, tan inexperto y a la vez tan extrañamente atrayente para ella.

El contrato era, por demás, abusivo. Ella lo iba a sodomizar, usarlo en prácticas sadomasoquistas, donde él era el abusado, mientras que ella le podía pegar con látigos, cadenas, cuchillos, sin recibir nada a cambio. Un juego muy perverso y enfermizo en el que él recibiría todo el dolor solo por estar con ella. ¿Valdría la pena soportar todo eso? Y como loco por aquella mujer, firmó el contrato.

No leyó la letra chica donde decía que ella tenía el derecho de hacerlo renunciar a su trabajo, obligarlo a vestir determinada ropa, prohibirle amistades, y relaciones con otras personas, ¡pero vaya! Ella lo debe estar haciendo solo porque lo quiere a su lado, quiere que sea suyo y de nadie más. Ese es el error, nadie tiene propiedad sobre otra persona.

Él sólo quería una relación típica de compañía con alguien, pero a Sandra eso no le gustaba, ella no se sentía cómoda, porque no era normal. Y como tonto seguía pensando que ella cambiaría, y lo que él tardó en entender es que alguien así no cambia, solo simula hacerlo. Cuando ya tenía el cuerpo y la mente llena de cicatrices fue que decidió alejarse de ella y poner una denuncia en la policía. Ella presentó el contrato, pero al no tener validez legal, tuvo que contratar a un abogado penalista sin demasiado éxito, porque le dieron 8 años de cárcel por torturas y acoso repetidos, debido en parte a que también aparecieron tres hombres con denuncias similares a las de Santiago. Por eso, no le dieron el beneficio de la «prisión en suspenso».

Eso es lo que debería pasar en una relación así en el mundo real. Porque nada justifica las perversiones enfermizas de un multimillonario, que de no ser por su atracción sexual, se hubiese ganado una buena pena en la cárcel. ¿Este relato te indigna como persona? ¿Cómo hombre, como mujer? ¿Por qué libros y películas como «50 sombras» en vez de causar indignación son best sellers y éxitos de taquilla? ¿En una sociedad donde miles de personas son asesinadas por sus parejas? Muchos dirán que “es ficción, no se aplica a la realidad”. Pero es parte de la cultura, y esta se usa, muchas veces como modo de conducta. Está mal. Esto es una relación tóxica. Por donde se mire, y no debería ser festejada, ni mucho menos. Nada justifica la violencia. Nada.

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