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Viajar por trabajo, esa linda cochinada

Un día estaba charlando con mi abuelito debajo de la sombra de una higuera (porque si sos de Mendoza y no adquiriste enseñanzas debajo de la sombra de una higuera fracasaste como mendocino) donde me contaba algunas cosas que son muy ciertas y que finalmente terminaría utilizando en un futuro no muy lejano. Entre ellas se encontraban:

  • No confíes en la comida dietética
  • Todo lo que sube baja y todo lo que baja, tarde o temprano, vuelve a subir
  • El diablo castiga a los malos, por ende es bueno
  • Siempre terminarás mirando los mocos en tu pañuelo una vez soplada la nariz
  • Si comés sano, no tomás alcohol y dormís 8 horas diarias igual te vas a morir

Pero la más importante fue: “Viajar es lo más”. Y esa frase me quedó muy marcada.

Las décadas pasaron y mi gusto por los viajes fue aumentando. La gloria misma llegó hace poco más de un año atrás en donde laboralmente me tocó comenzar a viajar desde Iguazú hasta Ushuaia.

“Estoy en mi salsa” me dije, porque como todo el mundo, porque siempre creí que viajar estaba bueno, pero que te paguen por hacerlo era orgásmico. Y de esa manera comencé a subir a cual avión se me cruzara.

Pero no todo es color de rosa como pensamos. Viajar por trabajo es una linda cochinada.

“¿Estás loco Conep?” dirán algunos. “¿Te quejás en serio Conep” esbozarán otros. “¿Conep? Ni idea quién es” comentarán la mayoría. Pero en serio, no todo es tan bueno como parece.

Empecemos con el análisis que si viajás por trabajo, trabajás prácticamente todo el día para aprovechar al máximo el tiempo. Y si hablamos de tiempo tenemos que decir que nuestros días se manejarán casi a contra reloj pareciendo que llegás tarde a todos lados, que en los primeros días tendrás cara de “no pasa nada, perdón” pero con la suma del cansancio y pocas horas de sueño se irán transformando a “chupame la pija pedazo de pelotudo”.

Los lunes se transformarán en martes y los martes en miércoles, estando vos de hotel en hotel que, por más cama cómoda que tengas, el descanso jamás será igual que en tu propio colchón. ¿Y qué viene seguido de un mal descanso? Claramente las vacaciones de tus defensas dejando a tu estúpido y sensual cuerpo a la merced de cualquier bicho y/o cambio climático para terminar dolores musculares, mocos, resfríos y vaya a saber qué más.

Veamos cuestiones más banales como por ejemplo la ropa. Para un hombre más o menos es manejable hasta una semana fuera de casa, pero una mujer te transporta medio armario, más de la mitad del calzado y todo tipo de maquillaje habido y por haber.

Cuando se trata de congresos, seminarios o presentaciones de varios días, generalmente al final se hace un cierre con cena y fiesta lo cual pensás “esta noche me rajo”. Pero en este punto vas a tener más ganas de dormir que de vivir.

Respecto a la comida y alimentación a veces se equilibra en un 50% de “que bien estoy comiendo la puta madre” y otro 50% de “ya no tengo el estómago de los 25 y donde hay un baño la puta madre”. Se le llenan los ojos de luz cuando ves esos desayunos americanos de hoteles en los que como peronista en feria de muestras gratis, te querés llevar y probar todo.

Ves que el viaje llega a su fin y no ves la hora de volver a dormir en tu cama con tus almohadas, volver a tu tranquila y cómoda oficina, ver a toda tu familia que no viste. Hasta que llegás y la primer noche dormís como el culo en tu propia cama, en la oficina ves que tenés una vida de trabajo atrasado y que tu familia quiere que le cuentes todo a todos y por separado.

Entonces la próxima vez que veas a un amigo, familiar y conocido viajar por trabajo, no creas que será un Walt Disney World. Probablemente saque lindas fotos en su regreso, pero seguramente la pasó como el culo.

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