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Volver al trabajo después de las vacaciones

Ni siquiera me da para inventarme un nombre copado para la nota de lo seco que tengo el cerebro. Es como si pasar la puerta del trabajo automáticamente te sacara todo lo despejado y relajado que venías de las vacaciones, y se te instalaran las ojeras y la cara de orto de nuevo.

Te reencontrás con esos compañeros de trabajo buena onda, con los que te cagas de risa siempre, heces unos cuantos chistes pelotudos, se ponen al día de las novedades y chusmeríos, pero igual no es suficiente para aminorar el garrón de estar de vuelta.

Te sentás en tu escritorio, sabiendo que en esa inmensidad, en esa planicie de melamina, debes disponer de las herramientas para comenzar el martirio que va a durar otros 351 días. También trabajé en comercio así que en ese caso serían las góndolas y mostradores ordenados cual laberinto de rata de laboratorio, en el que vas a dar vueltas como nabo el 50% del día.

Las primeras horas son una mezcla de negación, añoranza de poder estarte rascando en cualquier otra parte del planeta, de preferencia en tu cama, y la realidad que sos pobre y tenés que pagar las cuentas.

Fue muy triste cuando me pidieron que buscara una carpeta en el armario y no me acordaba donde estaba. En quince días se me reseteo el cerebro. Trate de despabilarme y preparé el mate, como si fuera una pócima mágica que me despierte las neuronas. De más está decir que no funcionó.

La buena onda de los primeros días se empieza a diluir cual fernet en coca, que te gustaría estar tomando. Es que todos tenemos un compañero mamerto y otro que se cree el jefe, esos son los encargados de reestresarte en una semana, de que vuelvas a salir a las puteadas del trabajo como si nunca hubieras descansado.

El Pablito ya empezó a cagarla de nuevo y vos a tener que arreglarla por él. Es un buen tipo pero no le atina a ni una, lo que no lo rompe lo arruina, nunca sabe a dónde está nada, te pregunta ochenta veces lo mismo, y deja todo a medias. Le perdonas la vida porque en el fondo es buena gente y necesita el laburo.

También Martita ya mostró sus atributos, no es linda, es una yegua infumable que disfruta de hacerle la vida imposible al resto. ¿Quién no tiene un compañero que se cree jefe? Un cacique sin tribu, ese que sale de la habitación y todos le comen el cuero. Tiene la capacidad de sugerirte cualquier idiotez, porque cree sabérselas todas y para colmo lo hace todo el tiempo, al punto que te seduce la idea de engramparle el cerebro con la última guía que te acaba de dejar.

Pero todavía no llega lo peor, porque siempre se puede llegar más bajo, aparece tu jefe. Ese forro que se cree el dueño de tu vida por los $2,50 que te paga, o no te paga simplemente supo escalar a un puesto jerárquico y es un mero ñoqui intermediario. Más que escalar, debe haber pagado un ascensor porque no hay explicación racional para que semejante tarado incompetente este en ese lugar.

Los ves entrar a estos personajes y se te vienen a la mente todos esos recuerdos gratos de las veces que te jodieron la vida. Que te dejaron como un pelotudo o te recargaron de trabajo. Entonces te preguntas si será muy caro un asesino a sueldo, si 10 años de cárcel no es mucho por el placer de reventar a estos salames, si será muy difícil esconder el cadáver pero volvés a la realidad.

Tenés que avisparte porque llega el público, cliente o lo que mierda sea que tenés que atender. Vos pones la mejor cara de idiota bien pagado y lo saludas atentamente. A las cuatro horas de laburo te sentís el mismo robot de antes de tomarte esos benditos días de descanso, repitiendo cual autómata el mismo discurso “Bienvenidos a la Concha de la Lora ¿en qué puedo ayudarle?”.

El problema es que muchos se lo toman a pecho, entre el que no entiende y el que no quiere entender vos ya sos una bomba de tiempo. Llevas 45 minutos explicándole como se llena el primer formulario de 456 que le faltan y volvés indefectiblemente al pensamiento proletario de “No me están pagando suficiente por esto”.

Armado de paciencia de los primeros días, ponés un cartel que diga “Para solicitudes diríjase a la oficina A. Muchas Gracias”, en color fluorescente para que a los cinco minutos venga el primero a decirte “¿Dónde tengo que dejar esta solicitud?”, te lamentas que no sos Cíclope de los Hombres X y no lo podés matar con la mirada y le decís con la sonrisa más forzada que tenés “Oficina A – y agregás por las dudas de que vuelva- esa que está enfrente con la A grandota que dice SOLICITUDES ACÁ”.

“Las solicitudes son en la oficina A… cómo dice el cartelito”

Situación aplicable a comercios donde pones el cartelito “No se reciben tarjetas” y a los quince minutos salta alguno “¿Y MasterCard tampoco?” Mira a menos que sea un señor MasterCard que salga en un billete nuevo de $1000, junto con la ballena y el yaguareté, NO.

Sumado a tu condición mental, de aturdimiento con cansancio se suma que te desacostumbraste a estar ahí. Te duelen las piernas de estar parado o la espalda de estar sentado, la cabeza de escuchar pelotudeces, de la pantalla de la compu (en vacaciones no te pasaba), y el hambre.

Te desacostumbraste del horario corrido o de comer en 15 minutos, el yogurcito no te llena una mierda y la media docena de facturas al cabo de 15 días significan 3 kilos más, recordás con cariño la heladera de tu casa, ese medio pollo que dejaste con la birra fresca al lado.

Esa cervecita fresca que te tomabas en la pelopincho en el patio de tu casa, parece un espejismo paradisíaco mientras te estas cagando de calor en la oficina. Si tenés el traste de tener aire acondicionado en el camino de ida o vuelta te vas a derretir igual, sino tenés el calor abombado de que junta ahí adentro termina siendo el combo perfecto para una antesala del infierno.

Rogás con los días aclimatarte al calvario, cual andinista a la montaña, que se te pasen las alucinaciones de matar a tu jefe y torturar algún compañero, tratas de aminorar el brote psicótico escribiendo para el mendo, para seguir simulando que sos un ser amoroso y lleno de luz, al que le desborda la buena onda porque al final te alienta ver la meta ahí arriba, la recompensa de tu (miserable) sueldo y que siempre todo va a estar mejor…el fin de semana.

“No te olvides: estás aquí para siempre”

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