/Yo juego de 4, señor

Yo juego de 4, señor

Vanos intentos he realizado, desde que “escribo” en este pasquín de cuarta, de que alguna vez, una mujer comente en mis notas. Primero probé incursionando en deportes generales y de gusto compartido por ambos sexos, luego en política deportiva, también redacté “seriamente”, y hasta me animé a escapar del mundo atlético y componer una nota/documental sobre el Mendolotudo. Pero no hubo caso, el destino de uno está marcado desde pequeño, y el mío, ya sea en la Web, o en la vida real, es que las minas no me den pelota.

Fue esta la razón principal por la que decidí hacer este escrito sólo pa’ lo’ vago’. Y no sólo eso, sino que exclusivamente pa’ lo’ vago’ que le’ gute’ el fulbo. Así que dejémoslo en claro: Si sos mina, hombre amante de los deportes “suaves”, homosexual, profesional, menor de edad, veedor de Gran Hermano, kirchnerista, El “Vity Fayad”, o no sos familiar mío; podés retirarte sin ningún tipo de remordimiento, a seguir leyendo las cursilerías que publican mis compañeros de página.

Tras la necesaria introducción, doy comienzo a esta guarangada literaria que decidí bautizar: “Yo juego de 4, señor”.

De pibe solía ser bueno con la fóbal en los pies. La ventaja de tener un hermano cuatro años mayor, me dotó de una prematura habilidad futbolística que sobresalía entre mi grupo de amigos. “El mejor de los chiquitos” llegaron a nombrarme los “más grandes” de la cuadra, quienes incluso me invitaban a jugar cuando había duelo con los de las otras manzanas del “rrioba”, en esos partidos donde perder era tan humillante como invitar a la piba que te gusta a tomar la mediatarde y que tu madre le diga que si no es con el sorbete de He-Man, vos no tomás la chocolatada. La vida se dedicó con el tiempo a ajusticiarme y a transformarme en uno más del montón, de esos que si no van al picadito de los jueves, nadie se percatará de su ausencia; pero ese es tema para otro café.

La cosa es que ya había cumplido la edad necesaria para irme a probar en el club del barrio, ese que era dirigido por el temible “Profe” Cortéz, un ex futbolista que, según sus palabras, “pintaba para crack” y que tras una fuerte lesión de rodilla, no pudo volver a pisar una cancha semi-profesionalmente como hasta ese momento él lo hacía. El Profe era un gran tipo, aunque, de tanto en tanto, solía sufrir de ataques de ira (producto de su enojo con el destino que le quitó la posibilidad de vivir del fútbol, o por lo menos morir en el intento) y las consecuencias eran absorbidas por pibes de entre 5 y 12 años, quienes medían su nivel de hombría según su reacción ante los embistes del entrenador, que constaban de pelotazos en los genitales; agresiones verbales que dichas en otros contextos podrían acarrear una condena de 7 años de prisión; o un combo que se constituía de la siguiente forma: Patada alta, patada baja, piña alta, piña alta, piña baja, run, run, abajo, X.

Recuerdo mi primer encuentro con el Profe. Era el ascenso social del peldaño titulado “bebé de la mami” al cruelmente seco “nene de mamá”. Ahí me encontraba, solo, frente a ese mito urbano que era Cortéz, quien me realizaba un cuestionario con cierta simpatía. Yo sólo pensaba que en cualquier momento se enojaría y comenzaría a patearme los tobillos, hasta astillar el hueso. Tras un serie de preguntas de rutina, finalmente llegó el momento en que decidiríamos cuál sería mi lugar en la cancha. Yo estaba convencido de que mi posición natural era de mediocampista ofensivo, wing derecho, o, en menor medida, centrodelantero; y tenía el discurso armado para hacérselo saber. Pero parece que algo salió mal…

_ ¿Vos no sos hermano del Morcilla Peña?

_ Sí, pero…

_ Ahh, entonces vos jugás de “4” como él (mi hermano era el lateral derecho de la categoría `82) – dijo, más asegurándolo que preguntándome.

El terror recorría mis venas. Si bien el profe no debe haber medido más de 1,60 mts, para un niño de 6 años, era como una bestia mitológica, no sólo por su porte físico, sino también, por los antecedentes que le precedían. Fue quizás ese el motivo por el cual sólo atiné a responder:

_ Sí, yo juego de 4, señor…

Durante años ocupé eficientemente ese lugar en el campo, que si bien nunca fue de mi agrado, con el tiempo llegué a tomarle cierto cariño, lo que me entrega algo de crédito para hablar del tema.

Así, me di cuenta que el lateral derecho ó el “4”, es el jugador número 11 del equipo, el que no es indispensable, el que si falta es fácilmente reemplazable por cualquier improvisado que pase por ahí, ese que cuando al picado fueron sólo diez, decidan entre todos “juguemos sin 4”.

Tanto es así, que en los tiempos que corren, la tendencia es que el 4 desaparezca de la faz de la tierra, que cuando tus hijos vean un video de antaño, pregunten ¿y eso? al ver en la pantalla un lateral derecho. Prueba de esto son las formaciones modernas con tres en el fondo, eliminando directamente la posición de lateral por derecha.

En otros tiempos, cuando el papá veía que su hijo no era un dotado con el balón, le aconsejaba a su vástago que cuando se fuera a probar en un club, dijera que juega de “4”, ya que como no era una posición codiciada por los otros niños, era probable que quedara. Ahora, tenés que decir que sos carrilero, lo que conlleva que sepas atacar, defender, centrear, tener buen estado físico, etc., por lo que, si sos malo, ni intentes probar suerte.

Distinto es el pasar del número “3”, que si bien realiza la misma función que su opuesto, el hecho de ser zurdo le da otro condimento. Es más, a los zurdos les gusta jugar en esta posición, lo disfrutan, lo que ha entregado grandes jugadores en ese sector, caso Roberto Carlos, Paolo Maldini, Juampi Sorín, Junior, etc., gente que ha hecho de la posición un arte, que han sido líderes y capitanes en sus equipos. Pero en el otro extremo, la cosa va diferente. Los diestros sólo deben conformarse con el número 4 en su espalda por no poseer las habilidades que los otros que le pegan con la misma gamba sí tienen. Nunca patean tiros libres, no son el capitán de su equipo, difícilmente hagan goles, casi siempre son feos (ni por ese lado pueden llamar la atención), no hacen declaraciones polémicas, y miles de etcéteras que hacen irrelevante la posición. Es más, jugando al “Truco”, el 4 es la carta más baja y el 3 es la quinta mejor.

Otro detalle que acompaña esta teoría es que, cuando va a comenzar el partido y todos se sitúan en su posición, el 4 es el que queda posicionado más alejado del balón, incluso más lejos que el arquero, lo que le define su destino de intrascendencia durante los próximos 90 minutos. Su tarea primordial es la de ejecutar laterales, labor indigna para cualquier otro jugador de campo, quien menospreciará la acción (con razón).

El “4” no sólo tendrá poca acción de juego durante el encuentro deportivo, sino que sufrirá los originales embistes verbales que profesan los hinchas rivales ubicados a un costado del campo de juego, que por su cercanía con el sector, lo utilizarán como objeto de sus elocuentes insultos, dignos de desmoralizar hasta al más pijón y fachero de los actores de Hollywood.

Tras escribir estas líneas, llego a la conclusión que mi vida estuvo marcada desde esa vez que dije “Yo juego de 4, señor”. Si me hubiese rebelado ante el “Profe” Cortéz y le hubiera aclarado que yo era mediocampista ofensivo, quizás hoy sería un ganador como lo es el “Gonchi” (el que jugaba de 10 en nuestro equipo), que es baterista de una banda local, y el mejor vendedor de sleeps de la calle General Paz.

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