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Era un camino sin fin, estaba mi abuela Teresa, hacía tiempo que no la veía. La última vez, cuando cerró sus ojos para siempre. También estaba Francisco, mi hermano, quien falleció en un accidente a los 9 años de edad; sucesos raros.

Era un paraíso, no había ni sol, ni luna y todas las personas estaban uniformadas muy particularmente, había un ser con grandes alas… Américo. Hablaba en un lenguaje muy extraordinario y raro, este era de gran altura. Era un mundo diferente para mí, mis padres estaban juntos, se amaban nuevamente, soy tan feliz, tenía mis piernas en su lugar; en este mundo, no existía ni el mío, ni el tuyo.

La verdad, tengo cáncer, estoy en coma hacen unos 8 meses, me amputaron ambas piernas, parece que me desconectaran, el cáncer ya avanzo sobre mi cerebro, los doctores diagnosticaron muerte cerebral. En este preciso momento tengo un paro cardiaco, los médicos hacen lo posible, probablemente, muera o vaya con mi abuela y Francisco.

Es todo oscuro, nublado para ser exacto, este mundo se tiñe de fuego, las personas tienen un sufrimiento constante, me da escalofríos, quiero irme, un hombre se acerco a mí.

– Hola – dijo.

– Hola – respondí.

– ¿Quién eres? – interrogó.

– ¿Por qué preguntas? – respondí, asustado.

– Ya se, eres mi nuevo huésped – dijo y sonrió.

Este era de contextura horrible, su rostro solo mostraba maldad, era el mismísimo L…

Mi dolor era increíble, sentir llorando por mi e indicando “amor de mi vida, te amo, primero Francisco y ahora tu, por favor Dios, es mi pequeño; tan solo tiene 13 años”…

– ¿Hora? – preguntó el doctor.

Escrito por Alejandro Martínez para la sección:

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