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¿Adónde van las historias inconclusas?

El cierre del bolso fue el sonido que cortó el silencio de la habitación. Javier armaba las valijas solo en el dormitorio, mientras Marina estaba sentada en el living.

La escena sigue con un Javier de ojos hinchados de tanto llorar asomándose al living, encontrando a Marina con los dos pies cruzados sobre los almohadones, con la mirada vidriada de lágrimas perdida en el gran ventanal del departamento. Afuera llueve. Siempre llueve cuando los días de decir adiós llegan.

Ninguno media palabra. Los sonidos de la respiración parecen una sinfonía de violines que van in crescendo para llegar al punto culmine: El “chau” final.

Javier busca en su bolsillo y saca las llaves del departamento de Marina y las deja en el desayunador. Con la fuerza de su brazo derecho se carga el bolso al hombro:

– Chau, Marina –

– Chau, Javier –

Acto seguido, sale del departamento y se aleja de la historia.

Pero, ¿Adónde va la historia cuando todo termina? Es decir; Marina se queda sola llorando, Javier sale a la calle y se funde con la lluvia. Bien, hay un final. Pero… ¿Y la historia?

¿Está bien bastardear algo tan fuerte como una historia y dejarla colgada en la nada? Una historia que tuvo un hermoso principio y un nudo lleno de alegrías y amarguras. Una historia que se le había creado un final. ¿Vale dejarla así, tirada sin su conclusión?

Las historias nacen minuto a minuto y mueren segundo a segundo. Todos sabemos de ellas, pero nunca hicimos nada para remediar la situación cuando tienen un prematuro fin.

Y está bien.

Está bien porque las historias inconclusas no mueren. Las historias inconclusas se transforman en recuerdos. Y con el pasar de los años, en recuerdos cada vez más lindos. Recuerdos que dan ganas de ser remembrados. Porque esas historias se colorean con el tiempo y pierden los grises.

Las historias inconclusas se dividen cincuenta/cincuenta y se quedan con sus dueños. Cada uno toma lo mejor. No hay perdedores. Porque las historias que se cortan temprano tienen que madurar con el tiempo, como la fruta temprana que se desarrolla al sol.

Las historias inconclusas son esas personas en las fotografías familiares que tenemos que explicar quiénes son, qué hacen ahí. Son marcas en el alma que nos forjan una identidad. Son lugares, situaciones, risas y llantos.

Las historias inconclusas no se van, se transforman en nuestra propia vida.

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