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Ciencia ficción y sociedad

El día 15 de enero el mundo recibió con sorpresa la renuncia del Primer Ministro ruso Dmitry Medvedev, acompañado también por importantes miembros del gabinete. La noticia se da en un contexto en el que el pueblo ruso se debate entre la continuidad de Vladimir Putin y reafirmar el camino hacia el autoritarismo o por otro lado dar un cambio a otras formas de ejercer el poder no tan dependientes del personalismo. En lo particular esta nueva etapa que se abre en la política rusa, me llama poderosamente la atención, y no es por un interés particular en la política del país euroasiático, sino porque viene a confirmar una idea que vengo rumiando desde hace mucho: “La capacidad profética de la ciencia ficción”.

Lo primero que se me vino a la mente, al leer sobre el debate por si las nuevas reformas constitucionales que se quieren realizar en Rusia, es el libro “El día del Oprichnik” de Vladimir Sorokin, un escritor ruso contemporáneo. La novela se la podría considerar dentro del género de la ciencia ficción. Nos sitúa en un futuro distópico en el que el emperador y la nobleza vuelven a regir con mano de hierro, un futuro donde se ha vuelto a instaurar la Oprichnina, policía secreta en los tiempos de Iván el terrible, para mantener el control de los ciudadanos y las autoridades. La historia es relatada desde la primera persona y nos muestra un día en la vida de un oprichnik.

Lo interesante es que Sorokin realiza una crítica, utilizando la ciencia ficción, a la derecha rusa que gobernaba, y gobierna en ese momento y cómo podía virar Rusia nuevamente al autoritarismo. No sólo nos relata, desde la visión Andrey Komyaga, el personaje del libro, lo cruel y despiadada que es la policía secreta, sino también todas las contradicciones en las que está sumida esta nueva Rusia. La obra sirve como una suerte de amenaza para sus lectores de a dónde estaba, y está, virando la política del país y cuáles van a ser sus lógicas consecuencias. Pero esta novela no trae nada nuevo en el género, varios autores ya han profetizado sobre futuros distópicos con gobiernos autoritarios. Orwell y 1984, Huxley y Un mundo feliz, Bradbury y Fahrenheit 451 se podrían citar como los más notables. Todos ellos comparten el miedo de que sus libros se hagan realidad y siempre instan al lector a no dejarse caer en la trampa del autoritarismo. Pero lamentablemente, como si estas novelas fueran un destino escrito por el mismo Dios, cada día se cumplen una a una sus predicciones.

El increíble conocimiento de estos autores sobre el pasado y el presente de las sociedades para las que escriben, los han convertido en las nuevas pitonisas y cualquiera que desee saber cuál será el destino de una nación puede consultarlos y se dará cuenta de su inquietante precisión.

Pero no son sólo los novelistas, ensayistas, historiadores, pensadores y filósofos han escritos ríos de tintas sobre el tema y se han cansado de advertir sobre este peligroso futuro. No obstante la sociedad hace oídos sordos y comete el pecado de entregarse al autoritarismo con el amor y devoción de un perro a su amo.

¿Qué es lo que nos hace caer una y otra vez en el mismo error? La respuesta la encontramos en la naturaleza misma de la sociedad: “La fatalidad constante y perpetua del Totalitarismo”. Y es por más que nos escriban en forma de ficción lo terrible que son esta clase de gobierno, por más que los historiadores repitan como mantra “el que no conoce la historia está condenada a repetirla”, por más que los más grandes filósofos hayan escrito toda su vida sobre el tema y cómo crear sistemas políticos para evitarlo. Nuestra sociedad va y cae de bruces por tropezar con la misma piedra. Esto no es por ignorancia, los arquitectos de las dictaduras más bestiales y sanguinarias han sido los hombres pertenecientes a la clase intelectual de sus respectivas sociedades, sino por este defecto intrínseco que tiene la sociedad que hace que caer en el absolutismo sea tan certero y gradual como la vejez.

Este terrible destino con el que carga nuestra sociedad se debe a que lamentablemente las personas debemos afrontar vivir en un mundo frío e indiferente, y lo único que tenemos puesto son unos harapos y una caja de fósforos con nuestras libertades y derechos. Cada vez que este frío nos atraviesa los huesos, decidimos encender un fósforo, sacrificando un derecho, para tener una ilusión de confort. Pero no dura la ilusión y nos aferramos con fuerza y llegamos a creerla y para eso encendemos toda la caja hasta que queda el último fósforo, la libertad, y al quemarlo vemos la más bella de todas las fantasías, pero al final sólo queda la nada… el frío sigue, pero perdimos todo.

No hay que desesperar tampoco, el destino y la fatalidad nunca han sido un obstáculo para el ser humano. La esperanza es el individuo, que con su sed de libertad va a destruir al gobierno autoritario, no hay fuerza que lo pueda detener. Creará una guillotina y cortará la cabeza del tirano y volverá a ser libre. Y por más que con esa sangre esté regando la semilla de un nuevo régimen dictatorial, la libertad que gane, aunque sea breve, será lo más valioso que haya en el mundo. A diferencia de las ilusiones que nos da el autoritarismo, esta nueva libertad será una realidad tangible y reconfortante por el tiempo que dure y es la que nos hace rebelarnos siempre para obtenerla.

El ciclo se va a repetir siempre, y este destino lo llevaremos marcado en la frente de nuestra sociedad, vagaremos por el mundo construyendo y destruyendo. ¿Llegará el día en que nuestra sociedad finalmente decida morir para redimirse de su continuo fracaso o, por el contrario, aprender a caminar sin tropezar, mirando realmente su camino y evitando caer en la tentación de los gobiernos autoritarios?

Escrito por Giulianno Chiarelli para la sección:

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