– Mis deseos –
Hoy los vi, esos pequeños habitantes de mi jardín saltaban entre macetas y cantaban. Me distraje con un destello de sol, al volver la vista solo quedaba uno, me miró fijo y dijo «soy parte de vos, y vos sos parte de mí» lo abracé y antes de soltarlo ya no estaba, formaba parte de mí.
– Un pasillo y una mujer –
Atravesé el pasillo silencioso, pasé por debajo de vigas caídas, mil puertas pasaron. Ya no sabía cuánto tiempo había estado caminando cuando llegué al final, había un gran cuadro, un retrato hermoso de una mujer de ojos violetas. Sentí que me entendía y le confesé mis temores. Solo caí en la cuenta, ese pasillo no era parte de mí, sino el túnel hasta ella, y ahí, solemne, me miró y no hizo falta más nada.
– Discusiones con amigos –
Ya nada importaba, cuando entré él estaba ahí, sostuvo el caño de gas en la mano, me abalancé sobre él con furia y antes de tocarlo me golpeó en la sien. Desperté, no había nadie, mis manos estaban atadas, hacía frio. Miré hacia arriba y descubrí un libro abierto en la página 82 suspendido sobre mi cabeza. Se leía algo tan bello, que no pude resistirlo y continué. Pasaron horas hasta que termine el libro. Lo había entendido todo, más que nunca. Estaba atado porque tenía que leer, estaba golpeado porque tenía que aprender; mi amigo entró y me liberó, e irrespetuosamente me abofeteó. Dolido y sensible retrocedí, después lo abracé y el me dijo que había que perdonar, y así fue.
– Llovió en Luján –
Llovió en Luján. Un aguacero tremendo, hubo autos inundados, racimos de uva pasaban flotando, una señora usaba el lavarropas de bote.
Cuando paró todos se reunieron en la plaza, algunos proponían fundar la ciudad de nuevo, sobre pilotes de madera sobre el río Mendoza. Yo pensaba «mierda parece que les gustó la experiencia» y un tipo me codeaba y alentaba para que pusiésemos una flota de galeras para pasear novios. Los pájaros cantaban, era una tarde bella, y hacía calor. El intendente, transpirado como un chancho gritaba desde el atril, achatando todo, total, la lluvia había terminado, y todo volvía a la normalidad, el sueño de Venecia se acababa.
Volví a casa, pisando charcos, besé a Mayra en la cabeza, ella estaba de espaldas, y le dije ey no sabes lo que me pasó, y ella quería volar, y volamos.
– Los escaladores –
Subieron, treparon, escalaron las rocas. Al llegar arriba descubrieron un sol impresionante recortando un arbolito en el fondo, se acercaron, probaron del fruto, y murieron. Felices, ya estaban muertos, comprendieron el sinsentido de escalarlo, comprendieron la soledad de su existencia y rieron.
Fotografía: Emilio Sanchez Calvo