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La mujer de negro del cementerio de Tunuyán

Muchas son las historias que rodean al cementerio de Tunuyán; algunos señalan que dentro están los restos del “Ánima Perdida” una mujer que murió trágicamente y que curiosamente se asemeja al mito de “La Llorona”. Sin embargo, existe otra historia aún más escalofriante que sigue vigente hoy en día. Sin querer, pude comprobar que de mito tiene muy poco, y mucho de realidad.

Desde que deje de escribir historias, por motivos personales –quizás muy relacionado a las experiencias vividas en ellas-, me llegaron comentarios y relatos de la aparición de una supuesta mujer vestida de negro que ingresaba al cementerio de Tunuyán todos los domingos. Algunos decían que la misma mujer iba a la iglesia, luego se perdía sin dar cuentas y aparecía en la calle del cementerio en la noche, caminaba por el lugar sin destino y a cierta hora entraba al cementerio, pero nunca la veían salir.

Como siempre, y para no perder la costumbre, fuimos con dos amigos a la casa de un vecino que insistía que esa mujer era una señora que vive sola en la calle Buenos Aires de Tunuyán, – Nadie le ha visto la cara, pero yo vivo acá y le conozco hasta la forma de vestir a todos. Esta mujer aparece tapada hasta las orejas los domingos a la noche y al otro día la veo en el almacén – Nos contó Don Nacho, como le llamaban en la calle “Argentina”, donde se ubica el cementerio.

Ya en su relato se notaba que Don Nacho no creía en los comentarios y relatos que se habían originado por la mujer del cementerio – Son cuentos de pendejos chotos y viejas arrugadas – nos decía Nacho, que entre sus setenta y tantos, tenía momentos de lucidez y a veces de escenas perdidas.

Según los relatos de Don Nacho, la mujer comenzó a aparecer por el cementerio a principio del 2014. – La empecé a ver de la nada, nunca la había visto, en realidad no sé quién es, pero se parece mucho a Clarivel, una señora que se quedó sola, su marido falleció y sus hijos no la vienen a ver porque siempre los carga con problemas. Vive en la calle Buenos Aires, la casa parece estar abandonada, y se la ve muy de vez en cuando. Se me ocurre que puede ser ella, Clarivel.

Habíamos llegado un sábado por la media tarde a la casa de Don Nacho, vivía con su mujer que tenía alzheimer. Le golpeamos la puerta y nos atendió de muy buena manera, – estoy acostumbrado, antes tenía un almacén en casa y se me hizo costumbre recibir desconocidos – Nos dijo el viejo entre muecas. Ya habían cenado (muy temprano) y estaba por levantar la mesa, pero nos ofreció un poco de sopa que le había quedado, para no desmerecer aceptamos, además todos sabemos que entre cena las charlas siempre son más fluidas.

– Así que vienen por los dichos de la mujer que se aparece en el cementerio. Suerte de ustedes que tienen tiempo y ganas de andar boludeando con esas cosas – Nos dijo al sentarse con un vaso de soda con Terma, mientras su mujer miraba fijo la mesa. Parecía que ya estaba en sus últimas…

– En realidad hemos venido a comprobarlo, a ver si podemos registrar algo. Como le contamos, nos gusta seguir este tipo de historias y la gente sabe eso, algunos nos relatan historias y si nos convencen, intentamos ir a averiguar algo o experimentar – Le respondimos con Pablo, mi amigo.

– Bueno, en verdad acá no hay mucho misterio, muchachos, ya les dije que es una señora que está sola, y que no se sabe mucho de ella – Nos dijo el viejo con un tono condenatorio

– Si, no se preocupe don Nacho, ya hemos tenido experiencias donde comprobamos que son rumores nada más, pero otras veces nos hemos sorprendido… es cuestión de sacarse las dudas. – Rematamos, ya prediciendo lo que el viejo tenía para decirnos.

Se hicieron las diez de la noche y seguíamos conversando, la charla se había extendido demasiado y ya casi nos habíamos olvidado de la mujer deambulaste. Hasta que don Nacho dijo que nos sentáramos cerca de la ventana delantera, para estar al tanto de cualquier eventualidad, tristemente la casa del viejo quedaba a cinco casas del cementerio.

La esposa de don Nacho seguía sentada en la misma posición, no se había movido ni un centímetro. Era un poco tétrico verla sentada así, pero parecía algo normal en la casa.

El viejo se levantó y trajo un poco de garrapiñada y galletas para que picáramos mientras conversábamos esperando que “algo” pasara, pero parecía que la noche estaría tranquila.

De repente mientras comíamos las ultimas galletas vimos una silueta por la ventana, a lo lejos, se divisaba una mujer con algo entre los brazos, se la veía toda de negro y con la cabeza agachada. El viejo pegó un grito como si no nos hubiésemos dado cuenta de la situación – ¡AHÍ VA! ¡AHÍ VA! ¡ES CLARIVEL! ¡LES DIJE, LES DIJE!… Saquen fotos así publican y se acaba esta tontería – Gritaba el viejo mirando por la ventana.

– ¿Cómo puede asegurar que es Clarivel, ni siquiera se le ve la cara? – Le dijimos, y el viejo ya un poco calmado contestó:

– Porque sí, es evidente, viene de aquella dirección, es de la misma estatura… – Una respuesta poco convincente. A todo esto, la esposa de don Nacho seguía inmóvil.

Continuamos mirando por la ventana para seguir a la mujer y ver qué hacía. Cuando ya se la divisaba mejor en la luz de los postes, la mujer se quedó parada al costado de la calle, frente al cementerio. Estuvo ahí cerca de cinco minutos sin moverse. Ya era un signo extraño. Cuando decidimos entre todos ir y hablar con la mujer, empezó a caminar hacia el cementerio, caminaba muy despacio y siempre cabizbaja, y era claro que llevaba algo entre los brazos.

Nosotros estábamos petrificados, el viejo seguía hablando huevadas en voz baja, la esposa se mantenía sentada sin moverse, todo era demasiado raro como para continuar calmos. Entonces, le dije a Pablo que siguiéramos a la mujer para ver qué hace o ver bien quién es. El viejo se enojó, no le parecía buena idea – ¡Cómo van a ir con esta oscuridad! además, el cementerio está cerrado por la noche – Nos trató de convencer, ya era extraño que intentara “tapar” la situación. Entonces decidimos salir con Pablo, mi amigo – Espero que no inventen más boludeces ustedes dos, si ven algo vienen y me avisan yo voy a estar acá esperando – Nos dijo el viejo mientras nos preparábamos para salir.

En la calle, estaba todo absolutamente oscuro, había un poste a mitad de cuadra y la luz débil en la entrada del cementerio, el cual estaba cerrado. Nos quedamos detrás de un árbol mientras observábamos a la mujer que se había quedado parada en el umbral del “camposanto”.

Nos empezamos a acercar lentamente tratando de no hacer ruido por el otro lado de la calle, mientras nos aproximábamos, la mujer parecía verse más oscura, no sabemos si fue por el mismo miedo o qué, pero a pesar de estar cerca, no se lograba ver nada, más que una silueta negra. De repente se empezó a balancear hacia atrás y hacía adelante, como impaciente esperando algo. En ese momento, el susto nos hizo quedar agachados atrás de unos arbustos que tapaban poco y nada, pero confiábamos que la oscuridad haría su trabajo. La mujer seguía balanceándose, y nosotros de apoco nos volvimos a acercar un poco más. Justo ese día habían podado los árboles de la zona, por lo que la calle estaba llena de ramas pequeñas, sin querer y sin verla, Pablo pisó una, el eco que hizo el ruido de la rama quebrada es el recuerdo más horrible que me quedó de esta experiencia. Al pisar la rama, la mujer se quedó quieta, nuestros ojos parecían que iban a explotar y nos faltaba la respiración. La mujer pegó un giro repentino y quedó mirándonos de frente, estábamos de otro lado de la calle, ella iluminada por la tenue luz del cementerio, con “eso” entre los brazos. Nos miraba fijo (o eso pensábamos, pues no le veíamos los ojos). Nos tapamos la boca y nos quedamos duros mirándola agachados en la oscuridad, fueron los diez segundos más largos de nuestra vida, no sabíamos si salir corriendo o quedarnos a ver cómo seguía la situación, el miedo nos obligó a quedarnos.

Luego de esos diez segundos, la mujer empezó a caminar hacia nosotros lentamente, cuando iba por el medio de la calle pisó otra rama, se quedó tiesa, con un pie adelante, parecía una especie de robot cómo se movía. Se quedó parada otros diez segundos, después, sorpresivamente salió corriendo, hacía uno de los costados del cementerio, parecía otra persona, pues una mujer anciana no correría de esa forma tan ágil, era muy extraño, las piernas parecía que se le volvían más largas con cada paso. Nosotros no podíamos creer lo que veíamos. La seguimos con la mirada y se perdió en la oscuridad de la calle. – Tenemos dos opciones: la seguimos y vemos qué mierda pasa o nos volvemos e inventamos una historia con lo poco que vimos – Le dije a Pablo. Su cara era blanca, los ojos se le habían secado por no pestañear.

– Estoy cagado, pero para eso vinimos, vamos a ver qué pasa – Me respondió con la voz entrecortada. Los dos sabíamos que se podía venir algo mucho peor, pero el morbo por estas cosas nos hizo seguir a la mujer de negro.

Empezamos a correr pisando suave el piso para no hacer ruido, pero cada tanto las ramas quebradas nos delataban y la sangre se nos congelaba. Entramos a la oscuridad de la calle, la luz ya no llegaba, y empezamos a alumbrar con los celulares. Caminamos un largo trecho, costeando el cementerio, en ese momento, en un movimiento de luz, alcanzamos a ver a la mujer, estaba agachada frente a la muralla del lugar. Cagados, salimos corriendo al otro lado de la calle y nos escondimos. Apagamos la luz del celular, ya sabíamos dónde estaba, así que nos quedamos mudos, esperando ver algo entre la oscuridad, pero era lógico que no se notaría nada, por lo que empezamos a confiar en el oído. Las ramas tiradas en la vereda ahora eran aliadas pues escucharíamos algo si se aceraba o se movía. Esperamos cerca de cinco minutos agachados en la penumbra.

Luego de esos interminables minutos, empezamos a escuchar a alguien tosiendo, como si se hubiese ahogado con algo. Tos, seguida de arcadas induciendo el vómito. Sabíamos que el ruido venía directo de donde estaba la mujer. Después de los tosidos, empezamos a escuchar ramas que se quebraban lentamente, era evidente que la mujer estaba caminando. Yo a mis adentros rogaba que esos sonidos no se acercaran, porque ahí sí, abortaría todo y saldría corriendo.

Las ramas quebradas continuaban, claramente era alguien dando pasos lentamente. En un instante, se dejaron de escuchar. Ahí el corazón se nos paralizó, pues no podíamos deducir qué es lo que estaba pasando. Nos quedamos quietos esperando, estuvimos cerca de quince minutos en silencio, sólo sentíamos nuestra respiración y el brazo del otro pegado tiritando de miedo.

Decidimos hacer algo, otra vez la duda: volvernos o seguir averiguando. No nos repreguntamos nada, y caminamos directo a donde estaba la mujer. Prendimos el celular y ya no estaba, empezamos a alumbrar el lugar y vimos en el suelo algo parecido a un vómito. Si era un vómito, no estaba bien digerido, pues se notaban trozos de comida (¿era comida?). Totalmente asqueroso. Había algunas manchas en el suelo, una especie de rastro; lo seguimos y nos encontramos con un agujero en la pared, estaba justo al lado de un gabinete de gas, entraba perfectamente una persona agachada. En ese momento, todo se había vuelto demasiado tenso y terrorífico, entrar o no entrar al cementerio, una duda que desde chicos siempre nos hacemos, pero ahora se había vuelto una especie de límite. Nos miramos con Pablo, alumbrándonos la cara con el celular. Sin pensar Pablo, bajó la mirada y se metió por el agujero. Lo seguí, pensando, pues siempre era él el que quería irse cuando la situación era peligrosa.

Entramos y estaba todo completamente a oscuras, había una que otra luz pobre en cada esquina del cementerio ¿Quién necesita luz en un cementerio de noche? Por lo que seguimos alumbrando con los celulares, pero nos dimos cuenta de que sería mejor apagarlos, porque la luz era muy delatora, por ende, decidimos seguir caminando despacio y guiándonos por los sonidos y por el vago recuerdo que teníamos del lugar cuando visitábamos de niños.

Alcanzamos a caminar unos 30 metros en línea recta y a lo lejos se escucharon otra vez las arcadas y la tos. Se escuchaban con eco, deducimos que la mujer se encontraba en la sección techada de los nichos incrustados en la pared. Con la memoria visual del lugar nos dirigimos a esa zona, pensamos que era mejor encontrar la esquina del lugar para que así supiéramos ubicarnos mejor mentalmente. Entonces empezamos a caminar a paso de tortuga con las manos en la pared. Cada tanto nos tropezábamos con algunas tumbas y sus lápidas, era una situación muy, muy terrorífica.

Todo en la cabeza se nos había vuelto un laberinto, no había recuerdo que nos guiara, pero llegamos por fin, a la esquina de los nichos. Las arcadas de la mujer seguían esporádicamente, y el eco retumbaba en el lugar. Siguiendo el sonido, nos fuimos acercando. Cuando de repente, y sin esperarlo, empezamos a escuchar lo que parecían ser pisadas de pezuñas en el lugar. Yo, no aguantaba más el miedo, agarré a Pablo y entre los dos nos apretamos los brazos, nunca en mi vida voy a olvidar esos ruidos: la tos de la mujer y las pisadas, que se hacían eco también en todo el cementerio. En un momento, nos quedamos agachados frente a los nichos, los trancos de las pezuñas nos habían debilitado las piernas y las ganas de seguir. Permanecimos callados, hasta que los ruidos se acabaron. En ese momento le dije a Pablo que nos preparáramos para salir corriendo o gritar, si en los cementerios hay serenos como dicen que hay, nos escucharía. Planeamos prender ambos celulares de golpe para sorprender a lo que sea que hubiese en el lugar. La idea era alumbrar y salir corriendo – ¡Pará boludo, mejor saquemos fotos con flash, si vemos algo quedará registrado, y será una luz rápida, después se apaga y podemos salir corriendo más fácil! – Me dijo Pablo, tragando saliva con cada palabra. La idea era genial, era la coartada para salir del lugar, pero nunca pensamos que funcionaria tan bien, tanto que, de eso, obtuvimos una foto significativa y quedó de recuerdo y evidencia de lo que sucede en el cementerio de Tunuyán:

En la foto (que editamos para que se vea con más nitidez la figura) se ve a mujer de negro, con una especie de túnica, señalando con la mano un nicho. Lo extraño de la foto es que no se ve nada más que la figura de la mujer. El ruido de las pezuñas no sabemos de dónde provenía.

Como era el plan, salimos corriendo luego de sacar la foto. Corrimos como nunca antes en nuestras vidas, volvimos tras nuestros pasos, por donde habíamos entrado. Nos llevamos por delante tumbas, lápidas, montones de tierra, ramas, pero nada importó, sólo queríamos salir del cementerio.

Corrimos, corrimos sin parar por la calle oscura hasta llegar a la casa de don Nacho. No alcanzamos a llegar y el viejo abrió la puerta. La cara de susto del hombre se comparaba con la nuestra, era como si él hubiese visto lo mismo.

Nos quedamos con el viejo en silencio unos minutos, tiritando, con la boca seca y las piernas flojas del susto – ¡Bueno, me van a contar lo que pasó o no! – Dijo el viejo ya algo enojado. Las palabras sobraban en ese momento, nuestra cara contaba todo, pero, aun así, a contra de voluntad, le contamos todo a don Nacho. Eran las doce de la noche, su mujer estaba ya acostada.

Don Nacho se quedó mudo y solo se animó a decir – Chicos quédense, les preparo la cama de mi hijo y pasan la noche acá. Mañana hablamos más tranquilos – Sabíamos que esa noche no dormiríamos. Pero hicimos el intento.

Al otro día, amanecimos, el viejo nos despertó asustado. Pensamos que le había pasado algo a su mujer, pero no, traía el diario Los Andes en la mano. Para nuestra sorpresa, una noticia nos cerró y bloqueó por completo, el título de la nota era “Profanaron la tumba de un bebé en el Cementerio de Tunuyán”. Era obvio lo que habíamos vivido. Era cierto, algo extraño pasa en el cementerio de Tunuyán.

Ni siquiera con esta información en mano, pudimos saber quién o qué era lo que vimos esa noche. Don Nacho dice que no nos cree, está seguro con su postura de que es una vecina, Clarivel, de la que no sabemos absolutamente nada, pues las veces que hemos ido a su casa, no hay nadie, está abandonada.

Después de esa noche, Don Nacho dice que no ha vuelto a ver a la mujer, pero que todos domingos en la mañana encuentra vómito en el umbral de su casa, y que, charlando con vecinos del lugar, muchos han encontrado lo mismo cerca del cementerio.

Ahora se la conoce como “La Llorona de Tunuyán”, y en la Calle La Argentina es muy relatada. Nosotros, por nuestra parte, decidimos dejar esta historia sin averiguar más, con lo que vivimos, la foto y la noticia nos fue suficiente. Algunas cosas es mejor no indagarlas, y esta es una de esas.

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