Es la primera vez en 28 años que no me alegra cumplir años.
A medida que va pasando el tiempo la edad presenta altibajos muy intensos, en mi caso por ser de Aries un poco más intensos de lo normal. Me da mucha melancolía dejar ir mis 27 años que fueron el año del rock para mí también, siento que dejo atrás la libertad porque de repente sin darme cuenta a los 28 tengo que mantener mi casa, me dieron un puesto de trabajo que requiere mucha más responsabilidad de la que siempre manejé y las personas no te eligen porque sí.
Ya sentirse sola roza lo desesperante, no es como a los 18 que te sentís sola pero en realidad sabés que te queda tanto por delante. Puedo estar exagerando porque realmente estoy muy ansiosa y muy histérica. No me encuentro en esta sensación extraña, rarísima de tener miedo, pero miedo a mí misma, eso es lo que me aterroriza. Es el primer cumpleaños después de muuuuuuchos pero muuuuchos años que estoy desenamorada.
Es como si después de 28 años de vivir plenamente y feliz, con las soluciones siempre más o menos en vista, con una escapada como alternativa que seguro iba a hacer que todo estuviera bien, después de 7 años de contar con unos brazos que me atajen o al menos que intenten, paso a estar permanentemente en el abismo y nunca tener la oportunidad de despejar la cabeza. Se acabó. No existe más. Hay enfrente mío un vacío existencial de deudas que solo me pertenecen, hay un silencio en la noche que solo me atormenta a mí. Hay un fantasma de soledad que es tan tramposo como delirante.
Aparece la melancolía como un recurso de tristeza más seguido de lo que me gustaría, siempre de la mano de la preocupación. En realidad creo que con la edad fui buscando caretas para tapar sentimientos con otros, soy.. o mejor dicho ERA profesional. Hasta qué punto eso es bueno ¿no? A pesar de que pesa (valga la redundancia), es como una especie de desafío enfrentarse a los sentimientos tal como son. Sí, estoy hecha mierda o sí, estoy enamorada o sí estoy re contra enojada… los oscuros son más difíciles de dar bienvenida por eso es que no pongo sentimientos de alegría como ejemplo porque digamos la verdad, ¿Quién no ama y quiere gritar cuando es feliz?
No está mal. Es un defecto para mí, o lo defino mejor como un consuelo de que por momentos las cosas pueden mejorar… que se yo, me enredé porque en estos momentos no me es fácil hablar de cosas alegres. Que depresivo suena todo, pero qué real.
Con los años lastimar a alguien ya no es un “yafu” (sería “ya fue” en el vocabulario actual), coger no es una boludez, el sentimiento implica, significa, tiene peso y también aunque me cueste admitirlo LA PAJA llega. Estás en tu casa, sin depilarte, comiendo como una vaca con todo desordenado y hay días que te da paja salir a coger, salir a escabiar y ni siquiera voy a empezar a hablar de la resaca porque eso merece una nota entera.
Me siento una vieja chota, emocionándome por todo, aprendiendo a pedir ayuda cuando no me siento bien porque a veces, a pesar de crecer nos sentimos más vulnerables que nunca. Este cumpleaños seguramente me largue a llorar de alegría por ver a mi mejor amigo que vino desde lejos solo para estar. Seguramente me sienta sola cuando quiera recibir un beso y un abrazo especial, esos que te sorprenden y te dejan sonriendo para todo el día…
Antes pedía regalos, hoy pido paciencia. Me peleo con amigos que no termino de entender, me endeudo con los bancos, me duele (literalmente) la histeria de los demás, me da bronca la mentira, mucho más que antes… mucho más.
Hoy escribo esta nota re nublada de colores y con un poco de miedo de ver qué es lo que viene después, estoy como abierta de gambas al destino y no sé que tan jodida es la que me tiene guardada.
Todo remontó un poco gracias a un amigo que me dedicó, para calmar estas intensísisisisisimas sensaciones, un cuento de Cortázar que creo que resume la inestabilidad emocional de una manera tan Córtazar que te dan ganas de comértelo. Por eso para terminar mi nota, voy a citar al gran maestro de la lírica del tiempo y del espacio en su cuento…
“Me caigo y me levanto”
“Todo recayente tiene ya en sí un rehabilitante pero el problema, para nosotros los que pensamos nuestra vida, es confuso y casi infinito. Un caracol segrega y una nube aspira; seguramente recaerán, pero una compensación ajena a ellos los rehabilita, los hace treparse poco a poco a lo mejor de sí mismos antes de la recaída inevitable. Pero nosotros, tía, ¿cómo haremos? ¿cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta dónde hemos recaído en el sueño o en la ducha?
Y si sospechamos lo recayente de nuestro estado, ¿cómo nos rehabilitaremos? Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba a abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe dónde se está. Probablemente Ícaro creía tocar el cielo cuando se hundió en el mar epónico, y Dios te libre de una zambullida tan mal preparada. Tía, ¿cómo nos rehabilitaremos?”…
Gracias Axel, gracias maestro Julio Cortázar.