Me senté a mirarla como nunca antes lo había hecho. Me pareció que le debía algo y nunca se lo había agradecido. Siempre fiel a su estilo, me ha observado y esperado cada día con la misma prestancia. Nunca reparé en su presencia pero esta vez me llamó poderosamente la atención su fidelidad. La miré detenidamente y antes de que yo pudiera levantarme para acercarme, lentamente el viento como arremolinándose en complicidad la dirigió hacia mí.
Me quedé estupefacta, como si el destino me estuviera poniendo en una situación casi obligada. Me frené en mi intento de levantarme de la silla y la brisa que venía del exterior me desacomodó el pelo. Me acomodé el peinado con la mano y respirando profundamente, la miré sin reparos, pestañeé y sin medir palabra, me incorporé y la tomé por el picaporte. Esa puerta ha estado allí desde siempre, impidiendo el paso a los malos aires que viene del exterior. Esos aromas fatuos y agrios del desorden y la inquietud. Esos olores intermitentes de envidia y desasosiego. Y ella me protegió, porque cuando la cerré no se negó y cuando la abrí para dar paso a la esperanza y la ilusión no se resistió jamás. Estuvo siempre a merced de mi voluntad y no objetó mis decisiones. Y seguramente, alguna vez le debo haber devuelto protección por brusquedad en la violencia de algún portazo.
Ella es esa amiga que se dispuso siempre a cerrar mis preocupaciones a la vista de los curiosos, mis errores a los ojos del pecador, mis verdades a las miradas de los envidiosos. No hubo en ella más obligación que respetarme y hoy sigue ahí y me observa para bien o para mal, pero sin dudar es la amiga que calla cuando quiero hablar y habla con su silencio cuando mi boca se cierra ante cualquier desesperanza.
Escrito por Viviana Chirino para la sección: