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Ara San Juan: Desaparecido en mar argentino

«No es que está perdido, porque para estar perdido hay que buscarlo y no encontrarlo«, puntualizó el Jefe de Comunicaciones de la Armada el 17 de noviembre de 2017.
Una declaración premonitoria.

Los argentinos, tras la goleada de Nigeria en las eliminatorias del mundial, tratábamos de seguir con el día a día de los tarifazos, las elecciones y la inflación. Esos eran, más menos, los temas en colas de bancos, cafés, y paradas de micro. Santiago Maldonado ya había aparecido, muerto. “Asfixia por inmersión” decía la autopsia. Al final no lo había matado la gendarmería y el oficialismo volvió a ganar en las elecciones, aunque Cristina desembarcaba en el Senado de la Nación. Todo se interrumpió el 17 de noviembre, cuando nos enteramos de que hacía dos días un submarino de nuestra Armada había perdido comunicación con la base naval de destino mientras navegaba aguas de mar territorial. Las preguntas no tardaron en aparecer. ¿Un submarino? ¿Argentina tiene submarinos? ¿Y para qué, si no estamos en guerra? ¿No estamos en guerra? ¿Cómo se va a perder un submarino? ¿Y los satélites, y los GPS, no lo pueden rastrear? ¿Cómo van a buscar un submarino con aviones? ¿Tenía misiles? ¿Qué estaba haciendo el submarino? Algunas preguntas eran razonables. Otras apuntaban a la retórica. Muchas adolecían de absoluto desconocimiento, por no decir ignorancia. Ni hablar de la desidia.

Los familiares de esa tripulación se enteraban junto con nosotros de la noticia que empezó a despertar los fantasmas de Malvinas y muchas otras cosas más. El Jefe de Comunicaciones de la Armada pasó a ser la cara más visible en la televisión argentina.

Aclaró, en repetidas oportunidades, que las versiones que circulaban en las redes sobre un incendio en el interior del buque por fallas en las baterías, no eran oficiales. No negó nada, no confirmó nada.

La crónica de lo sucedido hasta ahora con el ARA San Juan la conocemos, a un año de aquella última comunicación, hoy sigue “desaparecido”. Palabra compleja, si las hay. ¡Vaya si sabrán de eso algunas madres y pueblos! Lo saben quienes no tienen un epitafio en donde descansar el sentimiento; un lugar en el cual, aunque la fe les diga que sus seres amados no están donde yacen los restos de lo que fuera su cuerpo, poder llorar la ausencia y atravesar el duelo. ¿Hay acaso algo más perverso que negarle a alguien la respuesta concreta ante lo súbito, para comprender lo sucedido y dar una despedida digna a la historia?

Con el correr de las horas y los días se siguió filtrando, off the récord, información de tipo confidencial y clasificada desde el interior de la Armada. Algunas de estas informaciones contenían datos tan concretos, que la Jueza de Caleta Olivia decidió intervenir para comenzar una investigación judicial con la intención de obtener fehacientemente esa “información confidencial y clasificada” de las “tareas de inteligencia” que habría estado desempeñando el submarino en el momento de su última comunicación.

Inteligencia contrainteligente

Se supo que la nave realizaba ejercicios de vigilancia en el Mar Argentino, una zona sensible a los intereses de Gran Bretaña sobre nuestras Islas Malvinas y también a la intromisión de los buques pesqueros ilegales que suelen adentrarse en la zona buscando especies que abundan en la región. Hasta ahí, todo más o menos en orden a las tareas regulares que debería realizar. Pero algunos un poco más informados respecto de ciertos protocolos de navegación (oficiales y clasificados), comenzaron a preguntar por la ausencia de corbetas. Se comenzó a buscar la “boya” de emergencia que debieron lanzar en caso de que hubieran podido (¿estar autorizados para?) hacerlo. Apuntaban a que estaban en una misión secreta que salió mal. ¿Con qué objetivo Argentina debía realizar tareas de inteligencia en el mar? ¿Cuál era la amenaza? Aparecieron todo tipo de hipótesis y de esperanzas. Se comparó la situación a lo sucedido en el año 2000 con el submarino ruso Kursk, incluso con la epopeya de los 33 mineros en Chile (una que terminó bien). Nadie imaginaba en ese entonces que, un año después, con toda la tecnología del planeta surcando el área, seguiríamos sin saber dónde está y qué pasó con el Ara San Juan.

Al Kursk lo encontraron al día siguiente. Sabían dónde estaba y qué había pasado. A los ocho días del desastre, ya habían abierto el buque y comenzaron a rescatar los cuerpos de la tripulación, con sus pertenencias. A  la nave, con ojivas nucleares a bordo, demoraron catorce meses para sacarla a superficie, en una faraónica operación que incluyó seccionar la proa y perforar el casco para fijar los cables. Los rusos saben qué ocurrió en el Mar de Barents aquel 12 de agosto, en qué exacto momento y cómo sucedieron los hechos abajo del mar. Los miembros de la tripulación recibieron un sepelio con ceremonial y cortejo de honores militares, y sus familias tienen en donde ir a llorar sus muertos.

La demora de las operaciones de rescate en el caso del Kursk (debido a que se priorizaba el secreto de Estado), cambiaron los protocolos internacionales en esos casos. La prioridad pasó a ser el rescate de la tripulación. En caso de que el país de bandera no pudiera hacer frente a la situación con sus recursos, la ayuda internacional no será negada. Algo aprendieron los rusos de aquello, porque fueron los que trajeron el mejor equipamiento para buscar submarinos en grandes profundidades. Si se les vuelve a perder uno, no necesitan abrir sus fronteras a la ayuda internacional.

Cuando el mundo replicaba la noticia del extravío del ARA San Juan, los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Chile ofrecieron formalmente su ayuda al gobierno argentino para hallar al submarino. No es posible que una nave de sesenta y seis metros de largo se pierda en el mar. La ayuda internacional era bien recibida, pero al mismo tiempo aparecía la pregunta sobre qué tan preparadas están nuestras fuerzas armadas para responder a un posible ataque exterior. Punto aparte, abro el primer paréntesis.

Las Fuerzas Armadas Argentinas

No se trata de una ocurrencia desquiciada de gobernantes autoritarios o políticamente expansionistas. El artículo 23º de la Constitución Nacional, obliga a declarar el Estado de sitio y suspender las garantías constitucionales en los casos de conmoción interior o ataque exterior. En cualquiera de estos dos supuestos, son las fuerzas armadas las encargadas de sofocar la situación y recomponer el orden. Se entrenan para eso, en tierra, agua y aire. Mientras tanto, en estado de paz y tiempos de democracia, se les delega principalmente defender la soberanía en áreas de frontera y custodiar el territorio en una tarea preventiva para que no sea necesario llegar a los extremos previstos por el artículo antedicho de la Carta Magna. Difícil objetar algo.

Es reciente en nuestra historia la herida del horror que vivieron nuestros soldados cuando los señores de uniforme que encabezaron la última dictadura militar, dieron la orden de invadir el territorio de las Islas Malvinas, bajo la ocupación forzosa e ilegal del Reino Unido, desde el 3 de enero de 1883. No sólo eso. Nos atraviesa cierta bronca por la forma en la que se resolvió en Conflicto del Canal de Beagle con nuestros vecinos trascordilleranos, tan amigos de la corona inglesa (mediadora “neutral” del conflicto). Aun así, no nos olvidamos de los crímenes que algunos miembros de las fuerzas armadas argentinas cometieron durante la suspensión de las garantías constitucionales, para poner en marcha aquel “Proceso de Reorganización Nacional”. Todo con ese tufillo a mundial de fútbol e intervención papal que tanto nos emboba.

Enjuiciamientos, indultos, el punto final y la obediencia debida, junto a la abolición del régimen de servicio militar obligatorio, minaron la competencia, capacidad de acción y aprovisionamiento de las fuerzas armadas nacionales. Los presupuestos fueron cada vez menores, muchas bases se desmantelaron y, en las que quedaron para entrenamiento y formación, no se actualizaron los equipos y armamentos. Tanto miedo había a que a algún loco se le ocurriera volver a provocar un golpe de estado con tanques de guerra y gendarmes con tarjeta liberada para la acción, que nos quedamos tranquilos. Mejor que estén en las fronteras, con alguna ametralladora (en lo posible descargada) y listo, total… estamos en democracia y no tenemos enemigos. ¿No tenemos enemigos? Abro segundo paréntesis.

Hipótesis de conflicto

A la ocupación de Malvinas por parte de Gran Bretaña, se suman los tirones de larga data entre Chile y Bolivia por la salida al mar. Ahí, bastante cerquita de nuestra frontera noroeste con ambos países. Chile, armado hasta los dientes, respaldado por su gran amiga de corona diamantina. Bolivia con el apoyo estratégico de Rusia. A cara de perro diplomática pero con las balas listas. A su vez, Israel tiene una base en la zona, para hacer “ejercicios militares”. No importa que les quede en el culo del mundo.

Desde 1990 se activó la tensión con Chile por los hielos continentales, en el otro extremo de nuestra geografía. En 1992 un atentado destruyó la Embajada de Israel en Argentina. En 1994 pasó lo mismo con la AMIA. En 1995 estalló la Fábrica Nacional de Armamentos, en Río Tercero, para tapar la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador. Somos unos vivos bárbaros para tapar un quilombo con otro. Nadie preso por eso.

Vengamos más cerquita. En 2015 se firmó un acuerdo bilateral para que China construya una base militar y de investigación espacial en Neuquén, para “mirar las estrellas”, casualmente arriba de “Vaca Muerta”. En 2016 se autorizó la instalación de bases norteamericanas en la Triple Frontera para “control de tráfico de armas de destrucción masiva”, otra casual ubicación, sobre el acuífero guaraní (una de las mayores reservas de agua del planeta) y otra en Tierra del Fuego (cerquita de la Antártida Argentina). Y mientras tanto… Panamá Papers en la tele.

El 16 de Junio de 2016, nuestro país solicitaba formalmente la aprobación por parte del Congreso norteamericano para vendernos un listado de armamento que serían destinados al equipamiento de nuestras fuerzas armadas y de seguridad, con el objetivo explícito de “combatir el terrorismo”.  Esa lista se conoció públicamente en marzo de 2017. Intertanto, desde setiembre de 2017 se trabajaba en un acuerdo con el FMI y a nosotros nos distraían buscando a Santiago Maldonado y con que si la RAM son mapuches o no y que si los mapuches son argentinos o chilenos y hasta Paturuzú entraba en el mambo ideológico.

¿Ya estábamos rodeados? No todavía. Cierro el paréntesis.

Terreno liberado

Alarmas por todos lados y no las oíamos. Hasta que se nos perdió un submarino. Se nos pierde un barco, lo mantenemos en secreto por dos días, aprovechando que estábamos con el tema del mundial, y cuando salta la información a los medios, resulta que no tenemos los medios mínimos para encontrar y rescatar a nuestros hombres y mujeres.

Es decir, entiéndase: tenemos submarinos que (vamos a decir que sí), están en condiciones de operar, pero no tenemos naves de rescate de submarinos por si hay algún problema con la máquina o los tripulantes. Si nos atacan…, bueno vamos a la ONU, nos conseguimos un par de aliados y seguro que zafamos. Argento brillante todo.

Retomo el tema de la tarea de nuestras fuerzas armadas. ¿Puede una tripulación completa embarcarse en una misión con la duda de poder cumplirla y sumidos en un riesgo de muerte conciente? La respuesta es obvia: NO. No hablamos de irresponsabilidad de la tripulación. Ni aún los más soberbios defensores de una fuerza van a ir a morir por nada. No estamos en guerra, no hay misiones de ultra necesidad, no hay intereses económicos en pugna, no hay un peligro mayor del cuál preservar al país. ¿O sí?

No podemos encontrar un submarino y pretendemos derrotar a los narcos. Nuestras fronteras son un colador y enviamos cascos azules a todas partes. Pero si de perseguir gente con trolls por las redes sociales se trata, somos unos estrategas fenomenales. Nos entra la paranoia del uniforme y nos dividimos entre fachos y anarquistas. A quién pretende ser parte de nuestras fuerzas soberanas, sin otro objetivo que cumplir con el mandato del artículo 23º de la Constitución Nacional, somos capaces de hacerle un escrache público. Pero nos rasgamos las vestiduras si un árbitro no nos favorece con un penal, ahí nos entra el nacionalismo feroz. Queremos ganarle a Inglaterra con goles, pero quitamos a las Malvinas (accidentalmente) del mapa. ¿No es hermoso lo que estamos haciendo juntos? No jodan más con eso. No es hermoso y no estamos juntos para nada.

Mientras la base naval de Mar del Plata se llenaba de banderas y rosarios, aparecían fotos de nubes con forma de submarino y hasta algún brujo decía saber dónde estaba la nave. Nos enterábamos, una semana después, de la existencia de una “anomalía hidroacústica”. Escuchar a periodistas mediocres tratando de explicar qué es una anomalía hidroacústica, fue una lección de cuándo es mejor llamarse a silencio. Sí, hay micrófonos en el mar, colocados por un organismo llamado Organización del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (o su sigla en ingles: CTBTO) que monitorea los ruidos en todo el planeta (todo). Síganlo en Twitter, se van a enterar de muchas más cosas de las que salen por CNN. Ante la confirmación de la novedad que nadie se animaba a llamar “explosión”, ya no había ningún tipo de filtro soberano para que dispositivos de todo tipo y bandera navegaran sobre nuestra plataforma continental durante varias semanas.

Vinieron todos a Mar Argentino a buscarlo, porque son re-buenos, no les interesan nuestros recursos naturales ni ahí. Y nosotros no pensamos en que los miles de millones de dólares que esas potencias del norte gastaron en venir a la latitud 44º del Hemisferio Sur, alguien los iba a pagar.

Nos distrajeron con transmisiones durante las 24 horas, mientras les abríamos nuestro suelo, mar y aire a todos los países. Había un objetivo urgente: hallar con vida a la tripulación. Después veríamos qué y cómo pasó. Eso nos dijeron, eso creímos. Mientras Elisa Carrió expresaba ya el 25 de noviembre que “el acontecimiento es irreversible, están muertos”, el portavoz de la Armada seguía sosteniendo que la explosión pudo ser externa, que si fue interna podrían estar sobreviviendo en un compartimento en situaciones extremas. Nadie asumía nada, porque para asumir algo luego hay que hacerse cargo.

Mientras nos mantenían con esperanzas y en vilo, se armaba la trama de la especulación sobre las posibles explicaciones. ¿Para hacerse cargo? No, para lavarse las manos unos con otros. Se empezó a indagar sobre la “reparación de media vida”. Otra novedad para los civiles, que sumábamos palabras a nuestro léxico. Apareció luego la información sobre la existencia de minas acuáticas sembradas por el lecho del Mar Argentino y su plataforma continental, que datan de la Guerra de Malvinas y que no se levantaron, evadiendo el protocolo internacional que así lo exige después de finalizado un conflicto bélico. La hipótesis apuntaba a que el submarino había estallado al caer en el fondo de la plataforma continental sobre una de estas minas, que no habría sido detectada porque el casco no había sido compuesto correctamente, aumentando las sospechas sobre la “reparación de media vida”. Y claro, se había hecho en la “gestión anterior”. Excusa argentina usada en todos los gobiernos, como cuando “se cae el sistema” y después amanecemos con un corralito bancario.

Durante los rastrillajes, encontraron chatarra submarina por doquier en lo que, se sabe, es una de las zonas económicas sin explotar más ricas del mundo. Algo le debíamos a los países que nos estaban ayudando a buscar el submarino ¿no?. Bien, el 13 de diciembre de 2017, sin noticias de la nave, y con buques de todas las nacionalidades navegando en nuestro territorio marítimo, se anunció la apertura de la 1º ronda licitatoria para la explotación off shore de petróleo en zonas del Mar Argentino. Para 2019 se abrirá la 2º ronda que, en diciembre de 2017 ya incluía la latitud 44º. Sí en donde el ARA San Juan se “perdió”, explotó o implosionó. No lo sabemos todavía. Pero sí consta que en la Resolución 19 del Ministerio de Energía y Minería, que data del 6 de febrero de 2017, se concedieron permisos por veinticuatro meses a la petrolera noruega Spectrum ASA, para la exploración en nuestro mar. ¿Cómo podrían arriesgar las demás petroleras internacionales semejantes costos de exploración sin conocer las posibilidades ciertas de  una Ronda licitatoria de una zona virgen? Imagino, porque ya he perdido toda capacidad de asombro, que los países que mandaron barcos a mar argentino deben haber aprovechado para dar una miradita en nuestro lecho submarino mientras buscaban el submarino. La ronda se abrió en octubre último y cierra en febrero. No sé si hay inocentes en esta historia. Aunque, claramente, hay víctimas. Siempre hay víctimas.

Desaparecidos bajo las olas

Conocimos a la tripulación con nombres y rostros. Nos cuesta imaginarlos bajo el mar, nos cuesta poner en palabras cómo pudieron ser sus últimos minutos de vida. Anestesiamos el dolor con explicaciones como que un escape de hidrógeno por un error de maniobra en la válvula E-19 los dejó inconscientes antes de… antes de lo que sea qué pasó porque no lo sabemos.

A medida que menguaban, día a día, las expectativas de hallarlos con vida, nos dimos cuenta de que los argentinos no conocemos nada del trabajo que realizan estas personas, por mar, tierra o aire, en las zonas de fronteras. La desidia, la falta de medios, el desmantelamiento de las bases, el agravio al uniforme, el desvirtuado reconocimiento a su labor, que sólo vemos cuando desfilan para las fiestas patrias.

A un año de silencio, sólo una empresa privada sigue buscando el ARA San Juan. Cuatro familiares de los tripulantes acompañan la búsqueda, embarcados. La cercanía con las fechas, duele a los deudos. La hermana de la submarinista Eliana Krawczyk, decidió no continuar a bordo y, cuando el buque tocó tierra para cambio de tripulación y aprovisionamiento, se quedó. Declaró que, en caso de hallar al submarino, no está preparada para eso. ¿Quién lo estaría? A los buzos noruegos que abrieron el Kursk les habían dado instrucciones de no mirar los rostros de los cuerpos que hallarían. Los rostros de los soldados muertos en cumplimiento del deber, muestran la verdad que no queremos ver: que somos unos inmorales.

Ahora que los han buscado y no los encuentran, pueden llamarlos “desaparecidos”. Desde que tengo memoria escucho esa palabra. Y no queremos ver porque nos perturba la memoria. Acorazados de culpas, rezamos y mentimos, olvidamos, nos lavamos la conciencia con la escarapela.

No volvieron. No sabemos qué pasó. Están en algún lugar en el que no los podemos encontrar, o eso nos han dicho. No les creo. Desde mi lugar de ciudadana de a pie, que sólo leo los diarios en silencio, no lo entiendo. Hay fotografías de fosas submarinas a diez mil metros de profundidad en el Océano Pacífico y, ¿no se puede encontrar un submarino a seis mil? O no lo buscan en donde está porque saben qué pasó y no es conveniente que lo sepamos. O no nos han dicho lo que encontraron. O lo que haya provocado la explosión, lo desarmó en cientos de partes y ya no tiene forma ni tamaño de un submarino. Todas las opciones son una mierda y apestan, nos guste o no. Acá es muy fácil desaparecer todo y somos culpables por acción u omisión, libres e impunes, arrogantes y soberbios detractores de herejías no asumidas al borde del precipicio, observando la fosa. La Patria ha desaparecido, es un concepto trunco, ni siquiera una utopía.

El último informe sostiene que hubo dos explosiones. La primera, por ingreso de agua a las baterías, se controló y se informó. La segunda, por el hidrógeno acumulado, no. El submarino habría caído sin posibilidad de maniobra y habría implosionado antes de caer al fondo. Curiosamente, era la información de los primeros audios que circulaban por las redes y que la Armada se encargó de asegurar que no eran oficiales. Somos impresentables, esa es la verdad. Nos queda grande la bandera.

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