/Desde las entrañas

Desde las entrañas

Mientras Sofía se retorcía en la cama el niño pateaba con fuerza desde su vientre. Como si intentará hacerle daño, atinó un golpe directo en los riñones que la hizo mearse en la cama.

– Sofía anda al baño.

– Marcos cerra el culo.

Desplomada en el inodoro vómito todo lo que había comido durante el día junto con pedazos de carne irreconocibles, emanando un hedor insoportable.

– Voy a desayunar y me voy al médico, no se que tengo, lleva a los niños al colegio.

Cerrando la puerta se percató de que el número de la entrada estaba caído, se puso de puntas de pie y lo enderezó. Ninguno de sus embarazos anteriores había sido tan duro, muy por el contrario le ayudaban a levantar sus pechos y ensanchar sus caderas, ahora parecía un niño biafreño con el estómago hinchado de gas, pero flaca como un esqueleto.

En la sala del pueblo se agolpaban niñas embarazadas y mujeres que llevaban a sus críos a los controles, todas se abrieron cuando entró al lugar, como si tuviera un perro muerto debajo del vestido. Ni el médico, con toda la experiencia que tenía, pudo evitar hacer una arcada cuando se acostó sobre la camilla.

– Sofía por favor te pedí que comieras más, que tomarás leche, papas, lentejas. Estás piel y hueso, el niño va a sufrir todos estos maltratos.

– Primero que nada yo me cuido pero vómito todo lo que como y el niño no deja de patearme, es como si me odiara.

– El niño está inquieto porque tiene hambre. Los análisis de sangre te han dado perfecto; y por favor hace algo con tu higiene.

– ¿Me estás llamando sucia?

– Si, te estoy llamando sucia Sofía, he llevado los tres embarazos y tengo toda la confianza para decírtelo. Que no lo quieras no quita el hecho de que sea tu hijo.

– Vos sos el que no quiso sacarlo.

– No hago abortos, ni aunque quisiera los haría porque no tengo las herramientas. Anda a la verdulería y compra para hacer un buen puchero, comé carne, lentejas, por favor.

En la entrada de la verdulería escuchó la voz chillona de la viuda de Ordoñez, o la “Gordoñes” como le llamaban en el barrio. La muy perra se había quedado con Jorge, el tipo más lindo de su camada, un gringo grandote y musculoso. Ella sabía que los cuernos no le pasaban por la puerta pero nunca la calentó, mientras él cumpliera en la cama ella no le recriminaba.

– Que olor a perro muerto hay acá.… Ah, Sofía ¿ Cómo estás? Estás cada día más flaca nena, pásame la dieta.

– Ay por favor, no te hace falta, estás divina.

– Si ya se, pero bueno, hoy hacen siete meses que enviudé y bueno, no veo porqué no puedo salir a disfrutar la vida. ¿No?

Sofía se quedó congelada.

– ¿Estás bien nena?

– ¿Siete meses?

– Si, se cayo al canal el 14 de mayo.

– Ah, creí que había sido después. Más bien, tenés que salir a disfrutar.

Hizo las compras pero su cabeza no dejaba de hacer cuentas ¿14 de mayo? Pero si el médico le dijo que había quedado preñada la última semana de mayo. Se puede haber equivocado pero…. No, tiene que estar equivocado.

Llegando a la casa se encontró con el número dado vuelta de nuevo, un viento caliente sé elevó desde el bajo de su pollera y la ahogó en un hedor insoportable que la hizo vomitar nuevamente, arrojando esta vez una bilis espesa.

***

Jorge iba a la ferretería dónde antendía Sofía día por medio, era la única mujer en un mundo de hombres y él era el único de trato cordial y educado de los que frecuentaban el lugar. Era alto y robusto, con manos enormes y callosas y algo de panza que le daba cierto encanto, ese que tienen los hombres de trabajos pesados.

Cuando llegó el momento de hacer la ampliación de la casa, su marido se contactó con varios albañiles, ninguno de ellos lo convenció hasta que llegó Jorge, que tenía fama de carero pero cumplidor y prolijo. Su presupuesto no fue exagerado por lo que consiguió el trabajo.

La primer semana el trato fue cordial, hasta que su esposo invitó a Jorge y su ayudante a comer un asado. Sofía permaneció callada durante todo el almuerzo, no cruzó mirada con ninguno de los trabajadores. Al terminar la comida se retiraron para guardar las herramientas, nadie lo había percibido salvo ellos. Sofía le alcanzó la fuente con ensalada a Jorge y rozo su mano levemente… él se la devolvió y rozó la suya con aún más disimulo.

La semana siguiente llegó a su casa tras dejar a los niños en el polideportivo y encontró a Jorge solo, dando los últimos toques a la obra.

– ¿Le falló el ayudante?

– No señora, le dije que no viniera hoy, esto lo puedo terminar solo.

– Bueno, mí marido llega en un par de horas, me voy a pegar una ducha.

El hombre se enjuagó las manos en la bacha de la lavandería y esperó atento el momento en que el agua de la ducha dejará de caer. Cuando lo hizo encaró para el pasillo, escuchó la puerta del baño abrirse y apuró el paso, encontrándosela de frente, cubierta por una toalla que apenas cubría sus nalgas. Se miraron fijamente, él la tomo por la cintura con una mano y metió la otra por debajo del toallón, años viéndose de reojo en la ferretería, décadas de frustraciones y deseos reprimidos estallaron en unos minutos en los que cogieron como dos animales.

– Mí marido trabaja de noche la semana que viene, cuando los chicos se vayan a dormir voy a voltear el número nueve de la numeración de la casa. Si por algún motivo llegase a estar él, le decís que te olvidaste un taladro y listo.

El próximo año se vieron al menos dos veces por semana, ella había calculado tan bien el horario de su marido que estiraba las noches de pasión hasta el último momento. Cuando se cumplió el año exacto ella lo esperó con una cena especial y un vino que había escondido en la mochila del inodoro. Tuvieron sexo pero ella lo notó distante, terminó más rápido de lo habitual y no se detuvo ni un segundo a besarla. Cómo quien termina un trámite, se vistió y se retiró.

Tal vez haya sido solo una mala noche, tal vez la “Gordoñez” se había enterado. Tal vez él había conocido alguien más joven, pretendientes no le faltaban.

La semana siguiente dejó el nueve volteado todas las noches, aún cuando la naturaleza le impidiera disfrutar completamente, ella nunca le negó nada.

Lo volvió a ver en la ferretería dos semanas después, ella lo miró sin ningún tapujo, de manera insistente pero él evitó coincidir con ella. Dejó a su compañero atendiendo con la excusa de fumar un pucho y lo esperó en el estacionamiento.

– ¿No pensas mirarme siquiera?

– Loca hay gente.

– No me calienta que haya gente Jorge.

– A mí si.

– ¿Se enteró tu mujer?

– No.

– ¿Entonces? ¿Tenés miedo? Pero si todo el mundo sabe que es una cornuda Jorgito. ¿Encontraste otra mina?

– Estás loca, esto se fue de las manos.

– Sos un cagón, vas a seguir con la gorda hinchada esa que apesta a zorro muerto.

Jorge se acercó a ella y la arrinconó contra el auto. – Escúchame infeliz, volves a hablar de ella así y me vas a conocer.

– ¿Que, me vas a pegar?

– Te voy a romper la cabeza con este mismo martillo y te voy a enterrar en el basural así te comen los gusanos. No me voy a preocupar en fijarme si estás o no muerta, te vas a despertar comiendo tierra y basura..

La tomó de la mano y la tironeó para abajo, haciéndole sentir toda su fuerza.

Lejos de amedrentarse entendió que la gorda Ordoñez había tramado algún amarre con la bruja que tiraba las cartas en el pueblo. Por lo que sacó todos sus ahorros y la fue a buscar.

La vieja arpía se negó a revelarle la verdad

– Nena, yo no puedo decirte si la señora Ordoñez hizo o no un sortil.

– Jajaja por favor, ¿Es un secreto profesional?

– No piba, los amarres funcionan solamente si los conocen la persona que lo solicita y quién lo hace. Si vos te metes en esto vas a terminar mal.

– Vieja inmunda.

– Si y vos sos una piba hermosa pero podrida por dentro que anda llorando por un macho casado.

Sofía la escupió y sacó un fajo de billetes del bolsillo.

– ¿Cuánto querés vieja asquerosa?

– No quiero nada tuyo piba. Pero podes ir hasta la casa que está detrás del cementerio de Barrancas, preguntá por Ramona, ella te va a poder ayudar, cuidado porque no es tan escrupulosa como yo.

Se tomó el micro hasta Barrancas, esperaba encontrarse con un rancho pero la de Ramona era una casa de ensueño, y la mujer, aunque peinaba canas, tenía un gran porte.

El embrujo le costó lo mismo que dos sueldos, pero Ramona le prometió que Jorge nunca se iría de su lado.

Con el agua de un florero del cementerio, dos gotas de su periodo y un mechón de pelos hizo una infusión de la que tomó una taza completa y con otra regó un clavel. Cuando la flor se marchito fue hasta la casa de Jorge y la dejo en su puerta. Al recogerla él quedaría prendado a ella, si por el contrario la tomaba su mujer caería con una terrible enfermedad que la dejaría convaleciente por el resto de su vida.

Esa noche Sofía dio vuelta el número nueve de su puerta y a las dos de la mañana Jorge golpeó su puerta, ella se lanzó sobre él y se besaron como nunca lo habían hecho.

– Estás empapado amor.

– Pisé mal y me caí en la cuneta.

– Usa la ropa de aquel otro, no se va a dar cuenta.

– Gracias amor.

– Es la primera vez que me decís amor.

– Tenés razón, pero no va a ser la última.

Jorge comenzó a ir todas las noches, incluso la visitaba en la ferretería, no ocultaban su amor a nadie, su sueño se hacía realidad. No importaba cuánto había perdido y sufrido, él era suyo.

Un mes después de su reencuentro, Sofía tuvo un atraso, era el momento que habían estado esperando, la excusa perfecta para dejar todo y a todos y ser felices juntos. Su marido tenía plata guardada en el colchón, tomando la mitad le sería suficiente para vivir un par de meses mientras él conseguía nuevos clientes.

Lo esperó esa noche con una copa de jerez y con un corpiño transparente que dejaba ver sus firmes pechos. Él nunca llegó, pasaron las noches, los días y las semanas completas. Tampoco apareció por la ferretería.

Una mañana cuando estaba preparándose para ir a trabajar llegó su esposo con la noticia.

– Amor ¿te enteraste lo que le pasó a Jorge?

– ¿A Jorge?

– Si, al albañil que nos hizo la ampliación.

– Ah, si lo ubico. ¿Qué le pasó?

– Estaba desaparecido, la mujer creía que se había ido con la piba esta, ¿cómo se llama la hija de don Mateo?

– ¿Yanina?

– Esa misma, parece que se la volteaba y todos creyeron que se habían escapado juntos. Pero ayer estuvieron limpiando el canal y encontraron el cuerpo del vago, parece que se cayó y se ahogó.

– Mierda, que desgracia.

– Si, una locura, pero el que mal anda mal acaba. ¿Estás más gordita, puede ser?

– Tengo algo que contarte…

Continuará…

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