/El Gordo Volador

El Gordo Volador

Qué decir del Gordo antes de decir que el Gordo es por sobre todo, un Grande. El Gordo es un guerrero incansable cuyo único objetivo es vencer a su enemigo. Y para esto entrega todo lo que tiene. Las noches se convierten en una calma eterna que se fractura ante el sonido estridente del teléfono. El radar informa la posición del objetivo y el Gordo salta como resorte hacia la bestia que reposa tranquila en la plataforma, totalmente artillada y lista para el siguiente embate.

Chequeos según el manual, uno canta y el otro confirma, comunicaciones a la torre, luces y puesta en marcha, el estruendo se propaga hacia la oscura noche y uno tras otro los motores se encuentran aumentando potencia. El sonido se armoniza y la bestia se sacude intentando liberarse. Rodaje hacia la cabecera, potencia adelante, V1, rotar, V2. La vibración del suelo cede paso a una suavidad mágica y el Gordo fija la vista en los refusilos que lo desafían a lo lejos a medida que ascienden. Sigue con la mano puesta en el mando de potencia mientras gana altura y las luces del suelo se van haciendo más chicas. San Rafael se aleja y al rato divisa a lo lejos, un poco a su derecha, las débiles luces de la noche en San Carlos.

Todo está dispuesto, el objetivo a la vista, solo resta que transcurra ese tiempo previo al contacto en el que una sensación muy conocida invade el espíritu del Gordo. Es una sensación forjada por la suma de horas volando, y también por haber conocido a hombres con las manos curtidas por cuidar su tierra, que le han transmitido su apoyo incondicional. Gente que no habla con términos sofisticados ni sabe de aviones, pero sabe transmitir lo que considera valioso en su vida: su tierra y el fruto de su trabajo. Gente que como el Gordo sabe de noches frías, donde las manos duelen al usar un asadón para guiar el agua de riego y que no se permiten lágrimas ante las adversidades, porque su sangre hierve cuando las dificultades se presentan. Esa gente está siempre con el Gordo, escuchando un zumbido en el cielo relampagueante  sin poder diferenciar de dónde viene, mientras él los siente allá abajo, sabiendo que si escuchan eso es porque  alguien está decidido a protegerlos.

Pero como todo Gordo, es puro corazón. Un corazón que guarda muchos afectos. Al Gordo se le ilumina la cara cuando habla de su familia, de su amada y sus dos retoños que lo esperan ansiosas para verlo cada tanto. Se le hincha el pecho contando anécdotas familiares y se derrite cuando las escucha en el teléfono. Son inyecciones de vida que le dan una fuerza infinita para seguir adelante ante todo. Esto hace del Gordo una persona querible, abrazable. Gran amigo, divertido, rápido para un humor cordobés del más simpático. El día que lo conocí al Gordo yo estaba en la plataforma, mirando cómo se acercaba el avión recién aterrizado. Una vez detenido, el Gordo se bajó con una sonrisa propia de una persona totalmente feliz por lo que hace y me tiró un “¡Cómo te va!” mientras me estrujaba la mano. Eso fue suficiente para plasmar el instante y es un momento que guardo como un grato recuerdo.

Y ahí va el Gordo hacia la tormenta, con su escudero atento a sus movimientos, acercándose a los refusilos que muestran una agresividad a la que el Gordo está acostumbrado. Pero el Gordo no recula ni para tomar envión. Más potente se muestra la tormenta, más firme se agarra del mando, sabiendo que se acerca el momento que lo define como profesional del aire. Elige el punto débil de su adversario y se prepara para hacer contacto. Entra en las fauces de una nube turbulenta en extremo, sintiendo miles de golpes simultáneos del hielo que ataca su nave. Los mandos van de un extremo al otro, repeliendo los intentos de la nube por alejar al intruso. Pero el gordo se prende como garrapata a su presa y no la va a soltar por nada. Por momentos se siente a merced de las fuerzas tremendas de la tormenta, al tiempo que va descargando el arsenal que le permitirá salir triunfante de la contienda. Una y otra vez entra, descarga, sale, giro de 180 y vuelve a entrar, lo hace cuantas veces haga falta hasta que el radar informe que la victoria está cerca, y que el yunque  de kilómetros de altura se desinfla pinchado por algo que parece ínfimo frente a semejante poder, pero que resulta letal.

Una vez más la sonrisa se pinta en su cara, la satisfacción invade la cabina y se disponen a enfilar el ave que aún se resiente por los esfuerzos de hace un momento hacia la pista que los espera a lo lejos, en algún punto de la oscuridad, por donde volverán a tocar la tierra de esa gente que una vez más puede dormir tranquila, porque el Gordo patrullará el cielo incansablemente.

Dedicado a la memoria de Gabriel Giralda, quien falleciera junto a Alejandro Schaff el 7 de Febrero de 2005 a bordo de un avión de la lucha antigranizo.

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