El lado B del amor incluye descomposturas, vómitos, ataques de ansiedad por ende hermosas pero peligrosas pastillas para dormir, pisoteada de autoestima, replanteamientos existenciales sobre lo que hace un mes nos hacía sentir plenos.
Así es, de repente pensamos que la vida nos cagó a trompadas sin esperarlo y aunque hacemos todo el esfuerzo por demostrar que la cosa va bien, que no tenemos miedo, que nos parece todo tan normal.. las ojeras, la repentina delgadez y los nervios manifestados en la inquietud de no estar bien en ningún lugar, es imposible de disimular.
Te das cuenta porque todos parecen interesarse por cómo va tu relación, quizás es solo la persecuta personal tan características en estados inestables del corazón. Bueno digamos que la que empieza a reinar es la ansiedad y la inseguridad.
Dos hijas de puta más malas que las hienas del Rey León, cuando se juntan se encargan de hacerte dudar hasta de tu banda preferida, literalmente, te imponen el miedo a escuchar tu música preferida para no volverla a ligar a ese sentimiento horrendo. Te engañan por momentos haciéndote pensar que lo superaste, que todo es re liviano y que fuiste muy exagerada hasta que esperan su gran prime time: las 7 de la tarde.
A las 7 de la tarde es el round noqueador, es el momento en que se dispara la desesperación, ahí empezás a tirar mensajes salvavidas con la gente que siempre te chupó un huevo para engañar las horas que vienen y evitar ese momento de mierda de atardecer.
Un poco de enojo, un poco de miedo… vuelve el gran momento de dormir. Y pensás si es necesario realmente tomarte una de esas que te desaceleran el corazón, pero bien en el fondo confiás en que esta va a ser una buena noche. Ponés una buena peli o un documental de “Emergencias Inéditas” mal traducido, esos que captan la atención pero que en su todo es fugaz, lo que necesitás. Que las cosas pasen rápido, pero que pasen muchas cosas por momento, como para no detenerte a cuestionarte si el amor te está dando vuelta.
Que ridículo parece que esto nos pase, pero sí. Y no es cuestión de madurez, porque cuando sos pendejo “ponés canciones tristes para sentirte mejor” pero cuando lo que está en juego es un futuro, cuando te planteás que podés perder a alguien que realmente amás, que la vida puede girar pero ya no tenés espíritu ni realidad de decir “Me tomo un año para meditar en la India” porque los objetivos personales te pisan los talones, el alquiler no se paga solo y el autoestima te necesita cumpliendo lo que le habías prometido.
Así, pasan los días y tus amigos no te aguantan, tu vieja te interroga indirectamente y la angustia se disfraza por momentos para hacerte creer que está todo bien. En el fondo sí sabemos que pase lo que pase va a estar todo bien, digamos… por más dolor que exista no se muere nadie, ni tu laburo queda en pausa hasta que vuelvas a ser normal. Pero sí, se plantean dudas con título de “Hasta cuando” y te abruma la idea de pensar que los días pasan y no sabés cuando va a terminar esa sensación tan de nudo en la panza. Es un hecho que no volvemos a ser los mismos, y es un poco terrorífico creer que no vas a volver a sentir esa plenitud de alegría y felicidad.
Por ende, el amor es esa carta de doble filo que tan maravillosa puede ser como traicionera, devastadora y destructora. ¿Es necesario? Sí ¿Es evitable? No.
No nos esforcemos, pero creamos que se soluciona, que al momento de hacer el amor estos fantasmas no nos van a clavar un puñal y vamos a volver a sentir como se debe sentir. Y lo que no nombré, son las razones, porque no siempre existen, porque no siempre las entendemos y porque muchas veces preferimos no hacerlas vivir.
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