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El mundo puede esperar

Fue en esos momentos, en donde sentí la paz.

Las ansias y deseos de vivir algo distinto, me motivó al fin, para hacer algo diferente y así generarlo.

Las ruedas comenzaron a rodar, el sol a aparecer lentamente para luego de momentos, iluminar su rostro.

No fue sencillo intentar resistirme a aquel milagro natural. Al pasar los minutos me entregué por completo a aprender y disfrutar de todo, sobre todo de él; de su sonrisa diáfana, de su mirada penetrante y cautivante a la vez, de su piel, de su voz.

La entrega, la risa y el regocijo primaron por excelencia.

El ocaso fue cayendo y el tiempo abría su propia dimensión. Contemplamos juntos y en silencio la montaña y me permití sentir la brisa y su respiración, nada más. Desnudamos nuestras almas en el río y fue el agua quién lavó por completo nuestros temores.

La noche llegó, mas sin la oscuridad y su soledad.

Las estrellas  nos regalaron su brillo y él me iluminó con su luz.

Enredados en un solo abrazo, nos encontramos frente a frente, cara a cara. Nuestros cuerpos no querían huir, porque sabían que no habría otro lugar en donde se entrelazaran tan bien. Conexión directa.

No fue casualidad que sus ojos filtren la luz, o que la luz filtre sus ojos.

Bendito el día, el mes, el año, la estación, el tiempo, la hora, el punto y el sitio en el que su esencia me encadenó. Y bendita la dulce agonía de entregarme a esto, al arco y sus saetas que me alcanzaron y llegaron a lo más profundo de mi corazón.

El mundo puede esperar, me dije.

Protegida en una burbuja de cristal azul y libre como un ave que estrena sus alas, así me siento hoy.

Magia prometió. Magia…. y cumplió.


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