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El Top Five de las malas palabras de mi viejo

Mi viejo el Pelusa es un tipo común y corriente, como cualquier tipo común y corriente de mundo. Es un hombre tranquilo, laburante, que se da uno que otro gusto, que tiene una familia normal, sin ningún prodigio ni desastre, una esposa normal (mi vieja) y una vida pacífica. Es un tipo con convicciones muy arraigadas, actitudes muy marcadas y de una seguridad en sí mismo absoluta, por lo que no es muy recomendable discutir con él.

Lo que es poco recomendable es hacerlo enojar, poco recomendable porque se le agota su paciencia muy fácilmente y se le van los estribos al carajo. Es tranquilo y elegante, pero cuando ve rojo, se pone loco, se saca y es una tormenta imparable, frenética, de locura salvaje, euforia y éxtasis.

Se calienta y se le olvidan sus cincuenta y pico pirulos, se carga de adrenalina, se le hinchan las venas de las sienes y levanta la voz a niveles Pavarottirescos.

Lo gracioso del tema es que pocas veces he visto esa mutación de estado tranquilo/normal/off a estado inflamable/on/destructor traducida en hechos de violencia física, ni con nosotros ni con terceros. Muy pocas veces se ha agarrado a trompadas en su vida y muchísimas menos nos ha pegado a nosotros, pero lo que he visto (mas que visto escuchado) hasta el hartazgo son las malas palabras que dice. Cientos de miles de millones de insultos elevados a infinitas potencias, en todos los colores, gustos, idiomas y sabores. Y no cualquier insulto, el tipo en “ira nivel Dios” no te va a tirar un absurdo y banal “hijo de puta”, mucho menos un suave y soso “pelotudo”, tampoco un insulto más duro. Es tanta la locura que le agarra en momentos de furia, es tanta la generación de adrenalina, que lo entumecen y lo vuelven loco de rabia, trabándole las mandíbulas (y las ideas) y llevándolo a reproducir frases incoherentes, mezclas de malas palabras con palabras raras, ajenas, inmigrantes de otros discursos, palabras desubicadas, esbozadas en un tono tan ofensivo que uno sabe que esta puteando, pero no sabe si reírse o temer, si sentirse mal o festejar la majestuosa obra maestra que mana de sus labios. Es un torbellino de odio que lo lleva a inventar las malas palabras más jugosas y exquisitas de la literatura cotidiana.

A raíz de la última mágica combinación de insultos que reprodujo mi viejo es que con mi hermano nos pusimos a armar una especie de “top five de las más legendarias malas palabras del Pelusa” y acá lo comparto con ustedes (estan entre comillas para que después las copien y las peguen en su álbum de recuerdos):

Puesto número 5 – El viejo violín:

Los fines de semana somos de agarrar las bicis por deporte. Salimos desde mi casa y nos vamos al cerro Arco, al cerro dela Gloriao al circuito del Challao. Esa tarde ya veníamos bajando del zoológico al parque cuando decidimos hacernos unas vueltitas al lago para andar un rato más. Iba mi viejo, una de mis hermanas y yo. El tema es que en un momento veníamos despacio porque mi hermana estaba tratando de sacar el pomito de agua, hasta que nos tuvimos que parar del todo. A unos cincuenta metros venía un viejo caminando, re mirón, que ya le venía sacando la ficha a mi hermana. Yo me había percatado de que el Pelusa lo había visto y ya lo miraba con cara de vena desde lejos. Sobre todo porque mi hermana debe haber tenido unos quince años en esa época. El tema es que pasa el viejo violín por al lado nuestro, sin dejar de mirar a mi hermana y mi viejo le largó una especie de puteada que aplacó toda mi hombría, haciéndome estallar de la risa frente a la cara desorbitada de mi papá: “¿Qué te pasa viejo gaucho? ¿Por qué no te miras el chicote?”… casi me muero… ¿¡Qué tendrá que ver un gaucho con el viejo mirón Dios mío!? ¡¡y el remate final del chicote!! Fue mun-dial.

Puesto número 4 – Cago la iglesia:

Sabidas son sus miles de puteadas a Dios y la Virgen cuando le pasa algo, como el suave “me cago en dioooo” que todos deben conocer. Estas son reproducidas cuando le pasa algo a él, cuando un objeto lo daña o lastima a él, actuando por si solo, por ejemplo si se le cae algo, si se pega contra un mueble o marco, si se resbala, si se le cae la pirámide de leña del asado o si se le vuelca algún vaso. Pero cuando el golpe es de verdad doloroso, como pegarse en la cabeza con la puerta de la alacena o reventarse el meñique contra la pata de la cama, mi viejo atestado de ira exhala su típico, familiarmente conocido, políticamente incorrecto y eclesiásticamente violentísimo “¡Ostia puta!”. ¿Qué tendrá que ver el cuerpo del señor en esto? ¿Y porque el sustantivo “puta”? In-en-ten-di-ble.

Puesto número 3 – Cena pesada:

Resulta que mi hermano se había juntado a comer con los amigos pollo al ajillo. Este consiste en meter unas patamuslos al disco y atestarlas de cabezas de ajo. Es una exquisitez, pero quien tiene un PH graso y húmedo como mi hermano, padece de emanar el ajo por los poros, por la boca y sobre todo por las ventosidades (que te hacen arder el culo de placer). Los que más lo padecen son los que acompañan al “ajito andante” (novios, familia, etc). Era verano, hacía un calor implacable y eso que era de noche. Por la distribución de las habitaciones en mi casa, para que el aire acondicionado enfríe todas las piezas hay que cerrar dos puertas del pasillo. El ambiente queda algo así como hermético, lo cual permite llevar el frío a todas las habitaciones… el olor no, a menos que seas mi hermano y hayas comido ajo. Tipo cinco de la mañana se levanta mi viejo (yo acababa de llegar y estaba despierto) y lo escucho que se empieza a quejar del olor fuertísimo que venía de mi pieza. Entra al baño y cuando sale se viene para mi pieza con un desodorante de ambientes. Comienza a tirarlo, medio dormido y bastante enojado porque el olor era penetrante al tiempo que se manda “¿Qué has comido gordo calefón? ¿¡Veneno!?”… creo que estuvimos una hora más riéndonos, entre pedo y pedo de mi hermano por la presión que en el diafragma ejerce la risa.

Puesto número 2 – Día de pesca:

Estábamos de vacaciones y mi viejo no para de romper las bolas con ir a pescar. Había un río muy copado cerca, lleno de gente y juegos y nosotros queríamos estar todo el día ahí. El lugar para pescar quedaba relativamente lejos y no queríamos hacer otro viaje estando de vacaciones. Dale que dale con la pesca, se había puesto muy denso, así que decidimos llevarle el apunte y fuimos (no se que digo “decidimos” si éramos chicos, en realidad convenció a mi vieja y fuimos). En esa época mi viejo tenía un 405 así que iban varias cañas (la de él y unas de nosotros) en el costado del auto, del lado de adentro, entre la puerta de adelante y la de atrás. ¿Y que fuimos haciendo todo el viaje? Típico de pendejo, típico de guachito que lo llevan a un lugar donde no quiere, típico de Bomur y hermano: todo el viaje cagándonos a piñas entre nosotros, con nuestro primo el Pato y entre los tres a nuestras hermanas. Mi vieja iba histérica, mi viejo a los pellizcones limpios, manejaba con la izquierda y con la derecha nos daba masa. Llegamos a destino, apenas para el auto mi viejo y saca el centralizado mi hermano abre desaforado la puerta, entonces le metí un empujón tremendo y se cayó. No sin antes engancharse con todas las cañas y partir justamente la de mi viejo. Al Pelusa se le infló la vena, se volvió loco y esbozó la legendaria y ultra despectiva: “¡Gordo melón! ¡Gordooooo con la grasa!”. Increíble… ¿“con la grasa” que? ¿melon? ¿Qué tiene que ver la fruta con esto? Ahí hay un conector que no tiene sentido, una palabra de más, una frase loca… ¡acá hay algo extraño señores!

Puesto número 1 – Atoradero:

Íbamos por debajo del puente que va hacia el Cárrefour. Manejando de sur a norte, a la hora que desaparecen los gi joe luminosos que manejan el tránsito, cuando esa intersección con el acceso Este es el mismísimo infierno. Quedamos justo parados bajo el puente y una mujer en una camioneta gigante bajando del acceso se metió frente a mi viejo atorando todo el tránsito que de por si venía hacía veinte minutos atorado. Todos comienzan a tocarle bocina a la pobre mujer que había cometido el error de su vida, por ende a mi viejo que la había “dejado pasar” (lo pongo entre comillas porque se metió de prepo, ni en pedo la deja pasar mi viejo). Entonces baja el vidrio, con la aorta que le estallaba de temblor y le gritó enfurecido y loco en medio de todos los bocinazos “¡Vieja peluca!”… hubo unas milésimas de segundo y la señora lo miró. Ahí fue cuando mi papá remató con: “¡Vieja trapo de piso!”. Con mi hermano nos desmayamos de risa y ahí fue cuando llegué a mi casa y me senté a escribirles esta nota.

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