Todo comenzó una tarde de verano. Estábamos en el Olmo con mis amigos y llegó el Josue casi sin aire, pálido y con los ojos abiertos como platos. Le pasaba algo a simple vista.
– Chicos tengo que hablar con ustedes – nos dijo a los que estábamos sentados, luego levantó la mirada enfocando en otros amigos que no eran del grupo – a solas – el mensaje fue claro.
Nos quedamos solo los diez más amigos con él, que aún no se podía recomponer y tomar color.
– Loco… hay algo en mi computadora – dijo nervioso.
– ¿Algo como qué? – preguntó el Damián.
– El fantasma de una mina…
Entonces todos estallamos a carcajadas. El Josue solía quedarse todo enero solo porque los padres se iban de vacaciones. Eran comunes las juntadas y las divagadas en su casa, pero esto ya era demasiado.
– ¿Cómo el fantasma de una mina, boludo? – le preguntó el Marcos.
– Si culiado… no sé cómo, pero está ahí… me responde todo lo que le pregunto.
– Es un virus – aseguré.
– No… no es un virus. Tengo que entrar con un disquette al D.O.S. y me comienza a responder.
– ¡Que mentiroso culiado! – lo calló el Darío.
– En serio chicos… estoy cagado en las patas, pero no se qué hacer.
– Contale a algún especialista – le dijo el Diego.
– El fantasma me amenaza con que no cuente nada.
– ¿Y lo podemos ver? – preguntó el Damián.
– Ahora que les conté si… es más, ahora que saben lo van a tener que ver… sino – dijo e hizo un silencio prolongado.
– ¿Sino qué? – dijo en Nico.
– Mejor vengan a mi casa y lo ven con sus propios ojos.
Una hora después estábamos los diez en la casa del Josue. Las ventanas estaban cerradas, dentro había oscuridad y silencio. Solamente se escuchaba ladrar el perro. Entramos todos, él estaba muy perseguido, miró hacia afuera, cerró la puerta y volvió a mirar por la ventana.
– ¡No toquen nada! – nos advirtió – el fantasma está en todas partes. Vengan por acá. – y nos invitó al comedor.
Esta habitación estaba completamente a oscuras, no entraba nada de luz, aún siendo las cuatro de la tarde. El Josue encendió la computadora, colocó el disquette en la unidad A e ingresó al D.O.S. La PC leyó la unidad y quedó la pantalla en negro. Él nos explicó que le había llegado el disquette por un amigo, que en teoría era un juego, pero que pasó algo raro. Estuvo un par de días jugando solo, intentando descubrir si era verdad o mentira lo que pasaba y ya no le encontraba explicación alguna. Estaba muy asustado y no sabía qué hacer, entonces decidió contarnos a nosotros. Entre risas y algo de incertidumbre lo apuramos a que comenzara. Una vez dentro tipeó…
“Liza, favor de responder la siguiente pregunta”
Se dio vuelta para mirar quiénes estábamos y continuó tipeando…
“Liza, ¿quiénes están conmigo?”
Entonces, luego de unos segundos, apareció en la pantalla el nombre de todos nosotros.
Lo primero que hice fue ver los cables de la computadora, Internet era para muy pocas personas en esa época, pero podría existir algún tipo de conexión. No había nada. Los chicos se reían incrédulos, el Damián miraba por la habitación buscando algo.
Le hicimos una segunda pregunta… la cuál volvió a responder con lujo de detalles. Poco a poco nos acomodamos alrededor del Josué, nos fuimos metiendo en el juego, las risas se borraron y el terror invadió la habitación.
Se hizo de noche, no podíamos parar de preguntarle cosas, esperando que saltase la ficha de aquella treta, aunque teníamos la certeza de que algo macabro estaba detrás de todo.
Así continuamos día tras día, durante toda la semana. Cuando se hacía de noche, “Liza” nos contaba desde donde nos miraría, desde donde nos seguiría. Y fue así que aparecieron muñecos de paja satánicos colgados en una casa abandonada que separaba La Floresta (el barrio del Josué), con el Cadore (el barrio de una parte de los pibes de mi grupo) o perros mirándonos pasar sin inmutarse (nos decía que nos miraba desde los perros también). A mí me decía que me iba a mirar desde “León Gieco”… el poster que tenía justo pegado sobre mi cama… ¿cómo sabía eso? Fue tanto el miedo que me hizo dar una noche que (con 17 años) tuve que llamarle a mi vieja para que me espere despierta… era demasiado lo que estaba pasando. Les tuve que contar a mis viejos y me prohibieron que siguiera jugando, aunque era obvio que no iba a parar.
Entonces algunos decidieron dejar de ir al Josué por miedo, no era normal lo que estaba pasando y estábamos todos sumidos en un pánico general. Nos llegaron comentarios de otros pibes del barrio que habían tenido que dejar de jugar porque sufrieron un accidente, entonces todo se puso cada vez más escabroso. Entonces sucedió lo peor…
Era viernes, de tarde, estábamos todos menos el Josué. Planeábamos en qué nos íbamos a ir esa noche a Omero, el boliche que estaba de moda. De pronto llegó. Estaba pálido, más que de costumbre, sus enormes ojos celestes denostaban terror e incertidumbre. – ¡No saben lo que me acaba de pasar! – se ruborizó entero, atinó a desmayarse, tuvimos que sentarlo y convidarle agua. – Venía en el bondi para acá, entonces toqué el timbre para bajarme, cuando estaba por bajar el último escalón una chica me tocó la mano y me llamó por mi nombre. La miré… tenía el pelo negro, estaba pálida, se rió espantosamente y me dijo “en el baño de mujeres les dejé un regalito”, entonces el bondi arrancó y tuve que bajarme sin ver bien quién era.
– ¿Y qué pasó? – preguntamos al unísono.
– No se… acabo de llegar.
Entonces nos paramos todos exaltados y corrimos hacia el baño de mujeres. Cuando llegamos lo que vimos fue tremendo. En el enorme espejo, de punta a punta, con labial rojo estaba escrito tétricamente el nombre del demonio que nos estaba acosando: LIZA.
Decidimos que no íbamos a jugar más, al Josué le tocaba la peor parte porque lo habíamos hecho en su casa. Entonces le pidió a alguno de los chicos si esa noche lo podían alojar. Se iba a quedar en la casa del Darío. Estábamos todos muy cagados, no sabíamos que podría pasar ahora que habíamos decidido no tocar más esa mierda de juego. Estuvimos toda la tarde mal pegados, pensando en si iba a tener o no consecuencias. Era viernes, teníamos todo planeado para salir esa noche, así que la previa sirvió para disipar un poco el miedo.
Jamás me voy a olvidar lo que me pasó esa noche, tengo certeras conclusiones de muchas cosas de la vida luego de lo que sucedió. Estaba bailando con una chica, con la mente totalmente desconectada de lo que no estaba pasando, cuando de pronto me tocaron el hombro. Me di vuelta, era otra chica… flaca, de estatura media, pelo bien negro y rostro muy blanco. Se quedó mirándome, la chica que estaba bailando conmigo no entendía la situación. Yo tampoco… pero un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, electrizado de miedo…
– ¿Vos sos Martín – me dijo la chica…
– Si – respondí sin preguntar más nada, al tiempo que me soltaba la mano con la que estaba bailando.
– Yo soy Liza – dijo la mujer, desapareció entre la multitud… y todo colapsó.
En ese instante se cortó la luz del boliche, habían gritos y caos, la gente comenzó a correr hacia la salida, yo usaba lentes de contacto y no sé si por los nervios, las lágrimas que me acosaron, el miedo, o vaya a saber qué, perdí ambos, no vi más nada. La chica con la que estaba me miraba espantada. Yo colapsé, entré en pánico total. Sentía que me faltaba el aire, que me estaba ahogado, al tiempo que tanteaba mi rostro, mis manos y dedos en busca de los lentes extraviados. El corazón se me estaba por salir del pecho, tiritaba entero, estaba padeciendo un ataque de nervios total. Comencé a respirar profundo, buscando oxigenar mis pulmones, tenía un nudo en la garganta que me estaba matando, entonces me vió el Josué, lo agarré del hombro, a pocos centímetros mío pudo ver mi cara de terror.
– ¡Loco se me apareció – le alcancé a decir.
– ¿Quién? – me dijo…
– Liza culiado… la mina… está acá, ¡nos vino a buscar! – le grité y me desmoroné de miedo.
– Es mentira… tranquilízate – me dijo entre risas.
– ¿Qué? – le dije atónito.
– Que es mentira culiado, es todo mentira… es un programa, lo hago yo.
– ¿Vos me estas jodiendo? – le dije tiritando entero y pestañando para tratar de focalizar la vista y limpiar las lágrimas.
– Vamos afuera, no digas nada, no le cuentes aún a los chicos… es joda, los quiero asustar a todos jaja – se rió el loco hijo de mil puta mientras me llevaba a tientas a la salida del boliche.
– ¿Y la luz? ¿Y la mina? ¡Dale culiado! ¿Y el espejo? – pregunté nervioso.
– La luz se cortó justo, que se yo… a la mina la busqué recién, parecida a la que te dije que había visto en el micro, que obviamente nunca vi jaja, me fui antes al club y escribí “Liza” en el espejo antes que vinieran jajajjaja – me contaba mientras reía como un esquizoide.
Yo no lo podía creer… pero era verdad… era todo mentira. Resulta que el disquette era un programa, que al tipear el “.” (punto) en el teclado, automáticamente se aparecía la letra “L” en la pantalla. Entonces ahí el Josué escribía la respuesta, por ejemplo tipeaba: “si se van ahora los voy a matar a todos”, pero en la pantalla se autocompletaba “Liza favor de responder la siguiente pregunta”. Al darle “enter”, el Josué tenía que hacerle una pregunta, sabiendo la respuesta, entonces nos llevaba a preguntar lo que él ya sabía que el programa respondería (porque él mismo había tipeado la respuesta). Entonces ponía “Liza podemos dejar de jugar”. La primer pregunta nos decía que siempre la tenía que hacer él, porque era el dueño de casa, la segunda nos la dejaba hacer a nosotros. Al darle nuevamente “enter” aparecía “si se van ahora los voy a matar a todos” y nos re cagábamos de miedo.
La conclusión a la que llego es que nunca más viví un hecho realmente paranormal, adjudico todo al poder de la mente, porque si pude ver que León Gieco me miraba con otros ojos, si vi los perros que nos miraban en la casa abandonada, si se cortó la luz, si perdí para siempre los lentes de contacto, si tuve pesadillas, si sentía que había algo en esa casa y en la habitación del Josué y sí… a todos los chicos del grupo les pasó lo mismo.