Cuando nos conocimos éramos unos niños, tratando de descubrir la vida a cada paso.
No es una buena combinación ser poeta con la pubertad, pero eso fue lo que me pasó. Éramos unos niños, yo con 11 años y él con 10, quedándonos a dormir los fines de semana en la casa del otro, amigos éramos, tan amigos que a mí a veces me dolía.
Fuimos descubriendo nuestras pasiones juntos. Fue una época muy linda y sin maldad, pero yo me empecé a enamorar, y empecé a escribirle cartas de amor.
Vino la pubertad y con ella los años más traumáticos con respecto a los sentimientos, que en mi caso brotaban aunque yo los quisiese ocultar. La intensidad e inocencia del primer amor nunca se olvidan. ¡Francisco! Lo que aún recuerdo de esos años fue la inocencia.
Salíamos a los bailes de adolescentes y un día después de decirle que lo quería me pidió que fuese su novia. Aún hoy no sé muy bien por qué le dije que no, quizá la inexperiencia, sumado a que no quería que me rompiese el corazón fueron las cuestiones que jugaron su parte. Pero nos fuimos descubriendo, pasando noches entera en velo charlando, jugando a la play, tratando de encontrarnos en una jungla de gente.
Recuerdo tan bien aquella Semana Santa en la que nos fuimos con mi familia a Rosario y él vino con nosotros. Una de las mejores vacaciones de mi vida, charlando hasta la madrugada, siendo amigos, y yo, amándolo por dentro.
Pero la vida a todos nos cambia, y nosotros no fuimos la excepción. Terminamos la secundaria y nuestros caminos tomaron lados opuestos, pero recuerdo con qué envidia miraba a su primer novia, sabiendo que había sido un error haberle dicho que “no” algunos años antes.
Solo amigos fuimos, y nada más, y en mi mente sigue guardado aquel beso que nunca nos dimos.
Cambiamos tanto, que ya dejamos de ser aquellos niños inocentes que se descubrían sin segundas intenciones, que charlaban hasta el amanecer.
Y cuando pudimos entablar algo más que una amistad, ya no era lo que yo quería, porque él ya no era aquel chico de 12 años inocente, ahora tenía 19 y una mala vida alejada de lo que era yo.
Nos alejamos y nuestras vivencias terminaron a la vez que lo hizo la inocencia. Empezó a trabajar, y armó una familia, y yo por mi parte conocí otras personas. Pero aquellos años en los que descubrimos los sentimientos jamás se borrarán de mi memoria.
Francisco. Siempre quedará en mi corazón aquel recuerdo de los niños que jugaban a descubrirse, que se querían en silencio, que no dieron el paso de ser un poco más.
Feliz día amigo mío, ojalá que de vez en cuando te acuerdes de mi.