Titila el cursor en la pantalla, es la quinta vez esta semana que me siento frente a ella a intentar darle vida a una idea… y nada.
Algunos grandes escritores, dicen que hay que sentarse todos los días un rato y dejar fluir las letras, un ejercicio mental. Un deporte para el cerebro tal vez, nunca fui buena para ellos, así que pensarlo de esta manera es poco reconfortante.
Otros dicen que teniendo el final la historia fluye, el problema es que me falta el comienzo.
Algunos insisten en inspirarse en sus propias experiencias, en sus viajes, pues la verdad es que mi vida no es tan emocionante, al menos no lo va a ser nunca como mi imaginación.
Busco refugio en la música, en el arte, en la bebida y el tabaco, tratando de simular los excesos creativos de los artistas de antaño y sólo consigo porrazos.
Recordé el amor, la mayor musa de todas, una fuente inagotable de historias, libros y canciones. Pero es la más dolorosa de todas cuando no es su ausencia el motor de la imaginación.
Soñar con lo que nunca va a pasar o volver, es clavarse una espina más en el corazón medio muerto para intentar sacar tinta de las últimas gotas de sangre, a riesgo de morir, tal vez no valga la pena.
Queda la opción más terrible de todas, creer que la inspiración es un estímulo externo como la lluvia, esperar a que caiga, a veces unas tímidas gotas, otras una tormenta de ideas. Es desesperante ver la tierra secarse, paulatinamente abrir surcos en la tierra y resignarse a que así nunca va a crecer nada.
Pero las letras no son una receta, no hay formas correctas, porque las ideas son universos que se conectan, forman nuestras propias constelaciones, planetas, estrellas….una historia son ideas y sentimientos.
Entendí entonces que a veces falta mirar al cielo, porque tenemos la vista fija en el mundo y sus tiempos, vertiginosos e implacables. Cuando se para, se hace silencio y se escucha hacia adentro…es cuando aparece la verdadera musa.