Me he dado cuenta que a medida que pasa la vida cada vez entiendo menos de qué va. De chica tenía la esperanza que así como el vello púbico y las responsabilidades llegaron sin que lo pidiera, el entendimiento sobre qué hago acá también llegaría.
Le di 30 años. Hasta acá ni rastros de explicaciones coherentes sobre qué sentido tiene estar vivo.
No quiero caer en un existencialismo vacuo y hacer uso de este devenir evolutivo que es mi persona para cuestionar el fin de algo cuyo principio desconocemos. Por eso me enfocaré en las ventajas de ser inimportante. Nuestra fecha de caducidad y sus ventajas.
Mi muerte, la tuya, la de todo el maldito planeta.
Porque no sólo vos y yo nos acabaremos, hasta la más remota estrella se apagará, y este universo entero colapsará para dar paso –quizás- a otro nuevo.
Cuando trato de comprender la insignificancia, cuando realmente tomo magnitud de lo inmensurable y me doy cuenta que soy nada y que no importo… entonces acaece una gran libertad. Una libertad sin lucha, que más se parece a toparse con la lógica de lo innegable. Una sensación que es resultado de estallar nuestro ego en pedazos. De dejar hasta el último intento de prevalencia porque nada va a permanecer.
Suelto todo y me rindo, me entrego, me sereno. Dejo de perseguir aire, de perseguir sueños, de perseguir ideas, dejo… Me limito a contemplar.
Contemplar es el estado del iluminado porque es la única acción real. El disfrute pasivo de una consciencia que se valida a si misma mediante la experiencia –cualquier experiencia. Contemplar es el estado de serenidad que posee quién despertó a la verdad de que toda la realidad fue construida por él, después de él, y que su realidad terminará un día sin dejar mayores rastros que los que deja un sueño.
La vida no te fue dada para que hicieras las cosas bien. Ni siquiera para que hicieras cosas. En realidad la vida no te fue dada, si no que sos una parte de ella. El propósito de tu existencia está cumplido desde el momento que existes. Entonces dejá de luchar.
Claro que no. Jamás recuerdo éstas cosas cuando estoy corriendo tras una zanahoria, obsesionada con mis objetivos, o construyendo un castillo de quién quiero ser con ladrillitos de mis ideas del bien y el mal. Pero siempre que caigo en desesperación, me recuerdo a mí misma que moriré. Quizás suene raro, pero me reconforta enormemente saber que un día podré dejar de preguntarme estás cosas. La muerte que culturalmente está condenada, por nuestro temor a lo desconocido, es en realidad nuestra primera aliada en esto de aprovechar el momento presente y ser felices.