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Los ojos

Tengo una debilidad por los ojos de la gente. Siempre a mis parejas les alababa los ojos, yo nací con ojos marrones, jamás me sentí especial.

Recuerdo los ojos grises que tenía aquel cajero del supermercado y suspiro. ¡Ay! ¿Quien pudiera ver la vida como él, humilde empleado invisible de una cadena multinacional? Yo lo vi durante varios días y lo supe. Esos ojos tenían que ser para mí.

Volvía a mi trabajo una noche hace ya bastante tiempo y me encerró una persona en una calle oscura. Yo soy de contextura chica, jamás he podido defenderme muy bien, pero siempre cargo conmigo una navaja. Y cuando ese hombre empezó a someterme para abusarme, metí la mano en mi corpiño y saqué el arma. Le hice un tajo en la cara que empezó a sangrar profusamente, a lo cual el tipo me empezó a golpear e insultarme más. Yo me incorporé y empecé a meterle puñaladas por todo su cuerpo, antes de que pudiese reaccionar. Y cuando el victimario se había convertido en víctima y yacía con el pantalón bajado en el piso sangrando, fue que aquella idea vino a mi mente. Tenía ojos color miel. Y como quien tiene pericia le acuchille el borde los ojos y se los saqué. Ahora eran míos.

Llegué a mi casa. Saqué un frasco de café instantáneo casi vacío, lo enjuagué y agradecí haber tenido guardada media botella de formol. Las ventajas de trabajar en una morgue, supuse que me iba a ser de utilidad.

Llené el frasco hasta la mitad y vacié los ojos dentro. Ahora solo me mirarían a mí. Ahora ya no serían de nadie más.

Quizá debería dejar el vicio. Pero no puedo, dicen que los ojos son el espejo del alma, y yo estoy llena de esos espejos, todos lindos, mirándome.

El otro día leí en las noticias que dos muchachos habían sido encontrados muertos a puñaladas y con las órbitas de sus ojos vacías. Tenían ojos verdes uno y café el otro. Lo sé muy bien porque me hacen compañía. Jamás desde que tengo aquellos luceros he estado sola. Y así está bien. Así debe ser.

Volví ayer al súper para ver al cajero de ojos grises. Me quedé en la playa de estacionamiento a ver cuando terminaba su turno. Y muy cerca de las doce de la madrugada aquel cajero salió del lugar, supongo que hacia la parada del micro o algo, cuando lo intercepté.

—Hola —le dije. —¿Te acordás de mi?

El muchacho de los ojos grises me miró sorprendido y no le di tiempo a responderme porque le clavé la navaja en el cuello y se cayó desangrándose. Estaba muy oscuro y no había nadie en la calle, no lo dudé y le saqué los ojos, ¿Qué más iba a hacer? Era su culpa por tener ojos tan bellos.

No sé quien me habrá visto. Estoy segura de que no había nadie en la calle, pero creo que me equivoqué. Tocan la puerta de mi casa y sé que es la policía. Vienen a buscarme, pero no entiendo porqué. Yo solo colecciono ojos. Pero no les voy a dar la razón. No me van a atrapar.

La policía abre a golpes la puerta y se encuentran con una escena macabra. Estanterías por todos lados con frascos con ojos dentro, y en el centro del living se encuentra Mariela, con puntazos en sus ojos que parecen molidos y la navaja clavada en el cuello, desangrada.


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