Una tarde de enero, cuando el calor baja y con suerte la brisa hace el día más ameno Noel salió a caminar por la costa del río.
Relajado con el correr del agua decidió tomarse unos minutos para descansar. Absorto en proyectos y dudas observaba las rocas del fondo, la sensación de ser observado lo desconcentró.
Miró alrededor y no vió a nadie, suponiendo que era sólo una impresión volvió la vista al fondo rocoso…ahí los vió.
Dos piedras que parecían ojos y lo miraban fijamente. Mientras se aseguraba a sí mismo que era sólo una llamativa coincidencia, pestañearon.
Pegó un salto hacia atrás y alcanzó a sostenerse de un peñasco antes de caer bruscamente de espaldas.
Se encuclilló para ver mejor, ahora los veía claro, eran ojos, y no cualquiera, ojos de mujer. Un tanto almendrados, con pestañas suaves casi como lamas, todos verdes y el iris uno más oscuro y profundo aún.
Lo miraban fijo, como hablan los ojos femeninos cuando tienen interés, llamando a la distancia, susurrando deseo.
No pudo evitar meter la mano al agua, sin dejar de mirarlos, quería tocarlos, pero cuando estuvo cerca desaparecieron.
Consternado se metió al agua, le llegaba a la rodilla. Entonces volvieron, poco más de un metro dentro del río, lo miraban nuevamente.
Dudó, pero era poca la distancia, todavía estaba cerca del margen y el agua sólo le llegaría a la cintura, y avanzó.
Se cerraron, se habían esfumado de nuevo, ofuscado comenzó a salir del agua, mientras se tomaba de las ramas de la orilla para poder salir, se dió vuelta para corroborar por última vez que no había nada allí.
Entonces la vió, ahora de cuerpo entero. Una mujer completa, coronada por los dos ojos verdes.
Su piel matizada por los verdes y azules del agua era brillante y cristalina. El pelo cubría sus pechos ya que estaba completamente desnuda. Los ojos lo seguían mirando fijo y llamando en silencio.
Debía tocarla, debía saber si era real, se dió vuelta sin pensar y se zambulló en el agua.
Nadó sin dejar de mirarla, el agua pasaba sus rodillas, su cintura y alcanzaba su cuello, la corriente se hacía fuerte y lo alejaba del centro donde se encontraba ella.
Noel ya no hacía pie, luchaba penosamente por mantener su cabeza a flote, tomando bocanadas de aire entre la corriente que aumentaba su fuerza.
Se sostenía con ambas manos para no ser arrastrado cuando ella lo miró por última vez y le sonrió. Estaba seguro que si extendía la mano podría tocarla, ella extendió su mano, él soltó la roca.