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Persas de mierda

De pequeña recuerdo el odio que me causaban los malditos planes de fin de semana, cuando mis padres elegían ir a dar un recorrido por los persas de Mendoza. Lugares apestados de gente, griterío, y música por demás molesta. Detestable situación. Todo el paseo llevaba una cara de culo preciosa.

Pero ahí estaba yo, después de veinte años, eligiendo adentrarme en ese mundo, por elección personal. Iba en busca de ropa para toda mi familia, debido a la Macrisis, y salir contenta porque había logrado vestir al menos a mi hijo. Mis expectativas eran muy altas.

Me terminé el pucho, le mandé el último audio a mi amiga con tonos graciosos por mi actividad de viernes a la tarde, y entré. Todo seguía igual… o peor. Los persas son como zoológicos, y todos los personajes apretados. Son un mundo aparte. Cada comerciante  desesperado por venderte ropa horrible y de colores espantosos.

La jefa boliviana, soreta y esclavista, cagando a pedos a las pobres pibas laburantes para que muevan las piernas. El Senegalés que ganó terreno, dejó la venta callejera para tener un puestito en El Gigante, y mirarte con cara de pete si pretendes hacerle una pregunta. El viejo verde que te mirotea íntegra, para después venderte un corpiño de encaje de plástico.

Todos usan los mismos adjetivos para llamar tu atención. Madre, reina, princesa, rubia, doña, linda, muñeca. Según tu cara es el precio. Por supuesto a mí me quisieron cagar en todos los puestitos. Una camisa que no valía más de doscientos pesos, a la boluda que escribe, unos quiniento’ pesito’, por ser uste’. ¡¡¡Andate a cagar hermano!!!

Tampoco olvidemos los negocios que rodean a los persas. Son igual de ordinarios. La gente se mimetiza con el ambiente y entran desesperados a revolver perchas, cuando lo que están vendiendo es asqueroso y nada económico.

En fin, salí despavorida y muy idiota. Con el mismo e intacto sentimiento de odio que tenía de niña, hacia esos centros comerciales inventados por el mismo demonio. Trabajo esclavo, productos de mierda y caros.

No voy nunca más. Es una agonía innecesaria.

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