El film de la película tuvo su última toma, cenando en mi casa, rodeada de las personas que más amo y él.
La semana del 1 al 7 de noviembre fue bastante particular. Muchos se enteraron que existo, de mi nombre. Mas un rotundo cambio de planes me dejó patitiesa, loca, enojada. ¡Dios… todavía me pregunto qué querías que aprendiera de eso! No podía dejar de pensar en las trampas del destino y de lo que este tiene preparado para cada uno de nosotros.
Me encargué de revolver bien todos los recuerdos y, en donde encontré una llaga -obvio- no dudé en meter el dedo.
«Así como llegó, se fue». Una vez leí «un comienzo repentino, no tiene un final distinto. Todo es como el fuego y la pólvora, que al unirse, estallan» y esto no era la excepción.
Los conflictos comenzaron a aparecer, el miedo paralizó y la cabeza quiso protagonizar nuevamente. Me encontre en lo alto de la torre, con medio pie sobresaliendo al abismo, y una rara sensación de querer caer y de querer aferrarme al poste, para no crecer.
Pues bien, el viento colaboró y caí. Estaba tan alto que en ese trayecto tuve tiempo de pensar en cómo caer para no romperme los pulmones (el corazón… el corazón tenía prohibido hablar).
Y a pocos metros del suelo, me agarraron, me salvaron. No del naufragio, no de los daños ocasionados por la graver, no del abismo… pero sí de mí. ¿Quién? El Príncipe gris, como se dio a llamar. Un rostro conocido, bastante familiar. Acudí a mi memoria y lentamente pude ir sabiendo por qué me resultaba así. «Fuerte como una piedra, frágil como una mariposa», dijo mi voz interior.
Ese príncipe gris… el que se dio el lujo de decir Adiós, sin querer irse. Ese príncipe gris que me acobijo en mis guardias nocturnas, el que me envolvió con calor para que las frías noches no endurecieran mi corazón.
Una vez en el piso, la claridad de unos meses atrás se había desvanecido como el tiempo, el signo de pregunta había alquilado mi frente para quedarse y el corazón no estaba tan roto, como mi cabeza le hacía creer. “Ya ves, el corazón es como el elefante, tiene demasiada memoria”.
Y así vamos… y así voy. Callando de a poco las reglas impuestas, intentando no planear, porque es mejor volar y aprendiendo que algunos Adiós, no son más que un Hasta Luego.
Continuará… ¿Continuará?
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El año pasado escribíamos:
Las reglas impuestas… que tanto mal hacen a la sociedad.
por que creo que la mayoria de sus escritos tienen como base ese tema entre otros?
Ameliè uno de estos días te voy a invitar a salir, y nos vamos a divertir a lo grande! para que puedas dejar de lado aunque sea un rato esos pensamientos -tan bellos para leer, pero tan duros para sentir-
Si tenés una amiga salimos con Bestyal los 4 😉
Las reglas impuestas son las que uno se va generando, la estructura en la que fue criado quizás, o las que la misma sociedad/entorno hace que sigamos. Pues bien, desde que empecé a ser parte de esta gran familia Mendolotuda, esas reglas van teniendo menos importancia y voy priorizando más lo que siento, lo que tengo ganas de hacer y decir.
(Celso, cuando quieras jajajajaaj)
Qué bueno eso, Amelie! Sacar las cosas afueras y mirarlas, exponerlas… nos hacen mirar distinto lo que nos parecía hermético. Muy bueno, Amelie! Y me pareció excelente la idea de Celso, jajajaa! Celso, sos un maestro!
Yo opino lo mismo que Valencia!
Bello y triste, pero bello por ser sincero… esta vez no van saludos, sino abrazos!
Cuando uno cae con el corazón es como caer en un sueño: sentiremos la sensación de la caída y pensaremos hasta el ultimo segundo que es el final. Pero cuando estemos a un milímetro de hacernos trizas, despertaremos y quedaremos a salvo, pero confundidos y exaltados sin entender que nos pasa.
Me gusto mucho Amè. Besos.
Hermoso, A!!!
A veces hasta que no duele, no tenemos conciencia de ciertos lugares..