Siempre había evitado el contacto con la gente. Lo que muchos veían como un calvario a ella le gustaba. Nada más tranquilo que trabajar en un cementerio. El pago no era bueno. Pero valía la pena.
El cementerio de Guaymallén no se caracteriza por su gran tamaño, como el de Godoy Cruz o el de Capital. Pero es un cementerio al fin, y con tal de evitar el trato con la gente lo había aceptado. «Vos estás para mucho más» le dijo su tío cuando ella le pregunto sobre algún trabajo. Y cuando le dijo del cupo en el cementerio no lo pensó demasiado.
«Dejame que si no me gusta buscamos otra cosa”. Solo ella sabía lo que el trato con la gente le producía. Y no iba a intentar explicárselo a nadie.
Las diferencias entre un cementerio público y uno privado se pueden resumir en dos principalmente:
La edad. En el cementerio público habían personas muertas del siglo pasado y más todavía.
El folclore: Las placas de bronce con fotos enchapadas, estatuas, tipos de sepulturas, mausoleos, poemas dedicados y mucho más que no se encontraban nunca en un cementerio privado.
Y era, principalmente esta razón, la que tanta atracción le causaba.
Camila empezó un día lunes en la mañana con el típico traje color beige que le habían dado en la municipalidad. No era mucho el trabajo que tenía que hacer ya que Anibal era el encargado de ver las sepulturas con deudas, decidir sacar alguna por falta de pago y manejar el osario común. Ella tenía que abrir y cerrar el cementerio para el público y ver que todo se mantuviera en orden.
«No es difícil este trabajo nena, solamente tenes que hacer de cuenta que acá no pasa nada». Le dijo Anibal
«Pero si no pasa nada, ¿o sí?» Le dijo ella
«No. Nada». Y dicho esto el hombre se dio vuelta y se sentó a dormitar en un sillón en la oficina a la entrada del cementerio.
Empezó a recorrer el cementerio despacio, ya que no había mucho para hacer y los visitantes no eran muchos tampoco. Subiendo al primer piso de una de las primeras tandas de nichos le resultó muy raro ver un cigarrillo prendido en uno de los bordes de un nicho. Y lo raro es que el cigarrillo no estaba perdido como si nada. Estaba dando pitadas. Y en la placa aparecía la foto de un hombre de unos 50 años con un cigarrillo en una de sus manos. «Vaya a saber cuántas cosas así ha visto Anibal» se dijo para sí misma sin creerse demasiado que era una ilusión óptica.
Estaba caminando con el traje beige cuando de repente vio a su padre sentado arriba de una tumba. La miraba y cuando ella se acercó le dijo «cuidado con las tumbas sin nombre». Se despertó. Había sido un sueño, porque su padre llevaba años muerto.
Al fondo del cementerio estaban las tumbas públicas, las que le dan a la gente sin recursos. Era un espacio sin árboles y sin nada más que tierra pelada, con una o dos cruces sin nombre.
«Para allá no hay nada, cuando la gente no puede pagar la llevan allá. No los tiran al osario pero no se sabe quién está porque no tienen ni nombre.» Le dijo Anibal. «Ni los gatos se quieren echar ahí». Y de hecho esto era cierto, porque gatos habían varios pero ninguno en aquella parte del cementerio.
Otro día caminando vio sobre la tapa de mármol negro de una sepultura una pareja de unos 70 años charlando muy bien, y dándose besos bastante cariñosos. Le resultó muy raro y, al acercarse un poco ellos la miraron, se rieron y ¡puf! Desaparecieron. No poco fue lo que Camila sintió cuando en la sepultura estaban las fotos de la pareja. Se amaban tanto que él le había escrito un poema a su amada. Y habían fallecido con tres meses de diferencia. «Se murió de pena» se dijo a sí misma. Juntos hasta después de vivos.
Parada en el medio del parque apareció su hermana con un vaso en la mano que se le acercó y cariñosamente le dijo al oído «cuidado con las tumbas sin nombre». Despertó. Su hermana había muerto después de salir de un bar. Hacían más de 3 años.
Sabía que ellos le querían advertir sobre algo oscuro en la parte más desolada del cementerio, y si ya no era solo su padre, sino que también su hermana, era por algo. Le tenía que preguntar a Anibal. Era hora.
«Anibal, siento algo muy raro y muy feo cuando me voy a la parte de las tumbas sin nombre. Sé que hay algo raro ahí, que pasa algo que vos sabes y no me querés decir. ¿Qué pasó ahí?»
«Te dije que en este cementerio no pasa nada nena» le respondió Anibal sin muchas ganas.
Camila se puso firme y le dijo «Pues hasta donde yo sé los cigarrillos no se fuman solos así que por favor decime lo que está pasando».
Anibal abrió los ojos y entendió que ya no servía de nada seguir esquivando las preguntas de Camila y empezó a hablar.
«En todos los cementerios pasan cosas que no tienen explicación. Lo del cigarrillo, lo de gente que la mirás y desaparece y así muchas cosas más. Pero los gatos no son boludos, ellos sienten cosas sabes, cosas que nosotros no. Cuando ya llevás un tiempo trabajando en un lugar así como que te hacés más receptivo a este tipo de cosas. Y eso te queda. No lo perdés.
Lo de las tumbas sin nombre pasó cuando hacían unos meses que yo había empezado a trabajar acá, y llevo más años de los que me gustaría contarte. Había una familia de delincuentes que vivían acá en un barrio cerca y salían en patota a asaltar por todos los barrios de la zona. Manejaban droga también, era un desastre. Y un día en un operativo de la Federal lograron bajar al hijo del que mandaba todo, que tenía unos 18 años en ese momento. El pibe tenía un prontuario casi tan grande como el padre y, para que no se armara quilombo unos familiares con otro apellido fueron a pedir a la municipalidad una tumba gratis en el cementerio. Una semana después de que se murió lo trajeron para acá. Yo me acuerdo. Al padre y a dos tíos los habían llevado a la casita de piedra y solo estaba la madre que no tenía nada que ver con el desastre. Y en medio del entierro se largó a llover muchísimo y la madre entró como en un ataque y empezó a gritar, y por más que los que estaban la trataron de consolar ella metió una mano en la cartera y sacó una pistola, se metió el caño en la boca y disparó. Y eso fue todo. Ella sí tiene una tumba con su nombre un poco más allá. Por eso no tenes que ir para allá. Ese lugar está maldito.»
Y ahí lo entendió todo. El problema no era el cementerio en sí, sino las personas que lo habitan. Más allá de lo que había pasado, Camila sintió que tenía que seguir trabajando ahí y que las cosas que le habían pasado eran un recordatorio de que, muchas veces la vida no termina con la muerte. Nunca más se acercó a esa parte y nunca más su familia se le volvió a aparecer en sueños. Más allá de todo, era cuestión de seguir viviendo.
Esta muy bueno, realmente me gustó
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Me encantó, muy bueno!!