Un foco que encandila, una llamada vacía. Una distancia que separa lo real de lo irreal. Lo que fue de lo que será; de lo que podría ser con lo que pudo haber sido. Maldito juego de palabras para releer una mil veces. Dos historias en un mismo tiempo, diferentes espacios.
-¿Esas son tus últimas palabras? dijo colocando la voz entre la resignación y el descanso. Lo demás fueron sonidos escuchados una y mil veces en diferentes voces, de otros cuerpos y hasta en otros mundos. ¿Cuánto estamos dispuestos a soportar si se trata de temas del corazón? Hasta dónde somos capaces de perdonar y ¿Por qué se les hace hábito estar pidiendo perdón? Por qué será que tenemos en nuestro ser una aplicación que nubla visión del corazón y le hace creer a la mente que todo está bien. Y si corazón y mente están convencidos de que esta vez es real ¿de dónde sale esa nebulosa?
Y acá empiezo a soltar el pensamiento y me sumerjo en lo claro y lo oscuro, lo tangible y lo intangible, lo que no vemos pero imaginamos y termino recostada en la única respuesta que existe. Ocho letras y un infierno o un cielo: Palabras.
Parto con decir que “las palabras” son de género femenino. Audaces, violentas, dulces, capaces de todo, con todo y por todo. Dichas señoras nos transportan el pensamiento a la imaginación y mientras más las consumimos, más imaginamos. Nos hace mejores o peores, según cuáles incorporemos. Y podemos haberlas escuchado y leído todas y aún así les creemos. Cuánto más si son de las cultas, esas que te cautivan y te dejan pensando. Profundizo cuando hablo de la importancia del sonido cuando se emplean. Que hermosas son cuando vienen de la persona que amamos, y que reales se escuchan en su voz. No importa cuántas veces haya mencionado la palabra «perdón», siempre la volvería a creer porque son sus labios… mis labios quienes pronuncian.
Las palabras son las creadoras de esa nebulosa que se abre paso por el oído y ataca al corazón adormeciendo el cerebro. Y con esto no digo que dejen de leer o dejen de escuchar, sino que hago mención del cuidado que debemos tener al emplearlas. Hablar fue lo primero que aprendimos. Antes de leer y antes que escribir. Incluso antes de caminar balbuceábamos algunas. Nos enseñaron un mundo, a nombrar y a no nombrar; y así un mundo para vivir. Pero siempre hay una. Una sola palabra, en el contexto que sea, en el momento más o menos oportuno que nos saca de la nebulosa. De repente la vista se vuelve clara y en la mente comienzan a funcionar todos y cada uno de los engranajes del pensamiento. Esta palabra, única y necesaria que todos en algún momento escucharon o escucharan increíblemente es una onomatopeya. Es lo que podemos poner por escrito de un sonido interno que en realidad no escuchamos, por eso lo escribimos. Y es, déjenme decirles, ese fabuloso «click» en nuestro interior que vuelve todo a cero.
¿Se terminó? Creo reconocer que hice un clic ¿y ahora que sigue? Replanteos, peleas, dramas existenciales, carreras frustradas. Dudas. Y empezar otra vez. Indagar en qué queremos, qué somos y qué sentimos. Escuchar nuevas palabras y leer nuevos contenidos. Se aconseja jamás perderles el respeto y siempre sabiendo que lo que se dice al viento en algún momento vuelve. Y si es una petición, así sea inconsciente, en algún momento llega.
Ese «click» en función de palabra, abre y cierra puertas. Ese «perdón» derrumba y crea mundos. Ese «te amo» pudo o no ser real.
-¿Que si éstas eran mis últimas palabras? Creo que alcanzaste a escuchar mi clic.
Encanto.Me
Las personas y los contextos le dan a las palabras la inclinación -por el peso- a la balanza con la que experimentamos cuánto Sentir/Pensar. Las situaciones de la vida son también las que van matizando el resultado de llevar lo que nos pasa desde la cabeza al corazón, y viceversa, para darle un nombre a lo que somos en ese preciso momento. Al Sentimiento, a la Idea, a la Conclusión. Cada una de las sensaciones resultantes ameritan una palabra. Una que se diga o que se calle; pero una determinante, real o inventada, es lo mismo, para el caso necesitamos poder definir, parametrizar, ordenar. Ordenamos con palabras los encuentros, los deseos, las necesidades, los DUELOS…
En este último peldaño siento que camina la nota. Cuando el Duelo es el aire que se respira, la última palabra cerró una puerta para abrir una distinta. El perdón siempre es válido, pero en este caso ¨te perdono¨ para decir adiós. Incluso porque ¨te amo¨ te puedo decir adiós, sobre todo si tengo el mismo sentimiento por mi mismo. ¨Poder decir Adios es Crecer¨, dice Cerati.
Cuando uno te lee disfruta irse por las ramas.
El tema da para demasiado, el tiempo para muy poco.
Saludos.
Gracias por leer. Me gusta que el texto llegue a donde el lector lo necesita, y no que cumpla el camino con el que yo lo pensé.
Más de una vez resulta más interesante el sentido que tomó que la intención con la que fue escrita dado a que en más de una ocasión parten de hechos simples y cotidianos.
Sin duda es un adiós o una forma de duelo.
El tema da para bastante y se corre el riesgo de ser repetitivo.
Gracias nuevamente.
Saludos.
Después de leer el comentario de Rubén…no sé que poner …jajajaj
Muy buen relato..
Gracias! que lindo saberte por acá!
Muy buena nota, Mina !
Gracias por leer, colega!
Este artículo es verdaderamente profundo; partiendo de un desencuentro Mina se regocija reflexionando sobre la capacidad que tienen las palabras para introducirnos o sacarnos, según se mire, de todos los contextos posibles originados a partir de palabras clave, las cuáles como el » Abréte sésamo» del cuento de Alí Babá funcionan como contraseñas especiales que nos sumergen en piscinas deliciosas u honduras abisales. Al principio, y para siempre, era el verbo, el verbo regocijante, el verbo doliente, el verbo en fin como argamasa articuladora de la realidad.
Ruben, muchas gracias por leer e interesarse.
Me gusta el curso por el que llevó la lectura.
Lo espero nuevamente.
Leído.
Es el visto de la página? jaja Gracias por leer!