No tenemos que visitar un manicomio para encontrar desórdenes mentales;
nuestro planeta es la institución mental del universo.
Johann W Goethe
Estaba encarcelado en una celda que daba a un ancho y largo pasillo. No salía nunca, jamás. Mi único contacto con el exterior era la mirilla de la puerta blindada que cerraba el calabozo. Estaba en un confinamiento solitario, cada tanto me alimentaban dándome una especie de papilla por debajo de la puerta. Durante un tiempo no pude ver a mis compañeros de reclusión, pero si podía sentir sus alaridos, su respiración, sus ronquidos cuando dormían.
No sé cuanto tiempo pasé en esas condiciones, solo, mirando la pared impoluta, el techo lejano, añorando a la lluvia, al sol, a la sangre, a la luna. Desando un espejo para verme, pasa saber si la barba que me crecía hasta el pecho no era un sueño.
Cada tanto sonaba el parlante mental, le puse ese nombre porque era una máquina transductora telepática. El sonido no provenía de ningún lado, era un aparato que detonaba mis neuronas cuando entraba en funcionamiento. Con el tiempo me pude acostumbrar al ruido monumental que rebotaba entre mis sienes. Era una voz pastosa, que arrastraba las letras hasta hacerlas sangrar, pero en cierta manera tenía una dulzura inequívoca, una suavidad de seda azul. Lo único que escuchaba de esa voz eran informaciones, una especie de guía para hacer más pasadera mi estadía. Me informaba sobre los horarios de las comidas, sobre el tiempo de dormir y de despertar; a veces. cuando la soledad era extrema y casi suicida, me daba aliento. Me escuchaba.
En cierta manera el parlante mental era mi amigo, mi contención.
Hasta que un día llegó la jornada surrealista.
El parlante mental me habló.
-Que comience la matanza, es prioridad de que te hundas en los líquidos vitales de tus compañeros… la gran purga ha comenzado… Disfrutá de la muerte de tus camaradas, porque de su desaparición depende tu vida-.
Para mi sorpresa la puertas se abrió, con cautela me acerqué a la entrada de mi calabozo y me asomé al pasillo. Estaba vacío, plenamente iluminado, algo no me cerraba. Entonces de la celda colindante vi salir a un ser. Era alto,de aspecto lánguido, con una piel verde y un cráneo alargado, su lengua era bífida y aparecía constantemente de su boca sin labios. Caminó por el pasillo tranquilamente, como reconociendo, entonces, del calabazo del frente emergió algo cubierto de pelos, que se dirigió hacia el ser a toda velocidad. Abrió unas fauces gigantescas, que mostraban unos dientes amarillos, filosos, contundentes. De un sólo mordisco el ser peludo cercenó por la mitad al otro. Aterrorizado me metí de nuevo en mi celda. El parlante mental me habló:
-Tenés que luchar, no hay otra opción, sólo los que sobrevivan a la depuración son dignos de que intentemos curarlos de sus malestares mentales-
-¿Que clase de locura es esta? ¿En qué sitio estoy?- Por primera vez le había hablado de esa manera al parlante mental, los momentos pasados habían sido una especie de ensoñación. Mi llegada a ese lugar la había relacionado como si fuese un evento onírico, como si las cosas estuviesen a un millón de años luz. Mi realidad era incierta, envuelta en una neblina cósmica.
-Sos el único humano en éste lugar, llegaste al Spatium asylum de una manera azarosa, casual, injusta… Y lo más probable es que nunca volvás a la Tierra… Ahora tenés que combatir, para
sobrevivir hasta la próxima sangría, debés de mostrar tu valía…Aparte, nosotros los encargados, nos tenemos que divertir de alguna manera- Me dijo el parlante mental.
-¿Spatium asylum? ¿Sangría? ¿Encargados?- las preguntas llenaron mi mente.
Una sombra se detuvo en la puerta de mi calabazo, Era un gigantesco cíclope que me miró, curioso, con ganas de matarme. Sonrió y una lengua azul asomó por la comisura de sus labios.
***
En el planeta Tierra fui una especie de virus, un agente infeccioso que se alimentaba del dolor ajeno. No me importaban los gritos de dolor, ni la sangre en mi rostro, ni el estertor del otro, por el contrario, eran mi Jardín de las Delicias, mi panacea. Debo de haber ultimado a más de cincuenta personas, creo que puedo ser catalogado como un asesino serial.
Una noche me abducieron, lisa y llanamente me llevaron a una nave extraterrestre, supuestamente para hacer experimentos pero la jugada les salio mal, Nunca pudieron adormecerme y cuando tuve la oportunidad despedacé a los seres grises que me quisieron estudiar. Fue una experiencia novedosa esa de matar seres extraterrestres. No lucharon, parecían estar sorprendidos por mis acciones, sólo miraban, creo yo aterrorizados.
Quedé solo en la nave, podía ver por las escotillas al planeta en toda su extensión, los mares chocando con el desierto del Sahara, los Alpes y los esqueletos de los elefantes de batalla de Aníbal. La Antártida y su entrada al centro de la Tierra. Estuve ahí, flotando en la ingravidez, por no sé cuanto tiempo, luego perdí la conciencia y aparecí en mi celda. Seguramente los encargados me trajeron a este lugar.
***
El enorme cíclope me tenía atrapado, no existía salida, Sus puños se abrían y se cerraban, impacientes por golpearme, por destrozarme. Comenzó a acercarse hacia mi, mientras farfullaba algo en un idioma animal. No se imaginó nunca mi respuesta, me arrojé a sus pies, pidiendo clemencia, rogando por mi vida. En mis horas de apatía dentro de mi celda había fabricado un arma muy artesanal, muy básica. Con un pedazo de la fuente en donde me servían la comida, había creado un azogue, filoso, mortal, impensado. Era pequeño pero eficaz.
El cíclope me miró,y de un movimiento rápido me levanté y le corté la garganta. Brotó de la herida un líquido amarillo, creo que sería su sangre. Se derrumbó en el piso, entre convulsiones.
Salí al pasillo, con mi cuerpo cubierto de la linfa del cíclope. El lugar estaba repleto de seres indefinibles luchando entre sí.
El parlante mental me habló -Vamos humano, los encargados tenemos predilección por vos, a ver de qué sos capaz…Queremos que sobrevivas a la purga-
No contesté, no pensé, no tuve miedo. Me dediqué a hacer lo que sabía, maté a todo lo que se me ponía adelante. Una especie de cefalópodo de corta estatura y de color violeta se me vino encima y le hundí la cuchilla en la boca, sus tentáculos quedaron laxos mientras caía al piso; luego a una especie de primate, que me chillaba a manera de amenaza, noté que tenía unos ojos color verde esmeralda que cambiaban de tono cuando pestañeaba. Lo apuñalé varias veces en el pecho.
Pringoso de sangre de todos los colores imaginarios me senté a descansar en el suelo del pasillo, no quedaba nada vivo. El lugar estaba repleto de cadáveres, por el piso, colgando de las paredes. Estaba agitado pero feliz. Podía adivinar que en algunas celdas había movimiento, eran otros sobrevivientes que querían descansar de la matanza. Por mi parte no quería hacerlo, necesitaba enfrentar a los encargados,
Deambulé por el pasillo, era casi infinito, pero después de caminar por horas pude llegar al final de éste. Terminaba en una puerta cerrada, no tenía ninguna manera de abrirla. Me quedé ahí, intentando descifrar cómo poder pasar por ella. No sé por qué me vino a la cabeza el tópico simplista que dice que la solución más sencilla puede ser la más probable. Toqué la puerta y ésta se abrió lentamente. Entré y me encontré en un sito más aséptico que el pasillo que acababa de dejar. Era un domo de un blanco reluciente, que no tenía fin ni principio. Caminé por el como si estuviese en el espacio exterior. El parlante mental me sobresaltó. -Has llegado a nosotros, no esperábamos menos de vos…La curiosidad y la ferocidad propia de tu especie es asombrosa…¿Qué estás buscando? ¿qué querés saber?- Me dijo – Quiero verlos, quiero explicaciones- Grité y el sonido de mi voz se multiplicó en un eco desquiciado, desordenado.
Un movimiento llamó mi atención, de la nada aparecieron una figura pequeña, que caminaba grácilmente. Era un ser de no más de un metro de altura, de un tono de piel casi dorado, con un rostro sin rasgo, solo la comisura de los labios y unas líneas que serían los ojos.
Se adelantó, el parlante mental retumbó dentro de mi cráneo -Acá estoy, soy tu encargado…¿será posible que estés dispuesto a sanarte?-
No lo dejé terminar, su cuerpo convulso yacía a mis pies, le había asestado una puñalada en el centro de su frente. El cansancio me abatió. Me senté en el piso, extrañamente, por primera vez en mi vida, estaba saciado de sangre y muerte.
***
Este lugar es un manicomio espacial, un sitio en donde encierran a los orates siderales, yo era uno de ellos, el peor. El hecho de abrir las puertas de las celdas para que los pacientes se masacren entre si corresponde a una necesidad de liberarlo de la superpoblación.
Subí un peldaño y ahora soy uno de los encargados, con otros seres dirigimos al Spatium asylum.
Ya no quiero volver a la Tierra.