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Un cuento llamado Maternidad

Desde que tengo uso de razón cada vez que estoy extremadamente cansada, se me cae el párpado del ojo derecho. Es una herencia de mí viejo porque a él le pasa exactamente lo mismo. Es como mí medidor personal de hartazgo mental y físico.

Desde que soy madre, he percibido que el párpado en cuestión está caído pero de forma permanente. Lo noto en cada foto en la que salgo. Ahí está, presente y recordándome en cada momento que ya hace un tiempo importante que no duermo más de 5 horas seguidas.

Es lo único que extraño de mi anterior vida. DORMIR Y DORMIR. Porque el resto, ya no me interesa traerlo de vuelta. Boliches, alcohol, quilombo musical… en fin, ya lo viví.

El embarazo es algo hermoso, hasta que das a luz y quedas gorda cual ballena franca. Las que salieron del hospital perfectas quiero decirles que las detesto. A todas.

La naturaleza es sabia y todo se va acomodando. Menos tu descanso claro está. El hijo necesita de tus cuidados permanentes y a vos no te cuida ni el tero de la vecina. A partir de ese momento ya no importa si te enfermas, si te duele la cabeza o te pica la oreja izquierda. Se terminó el ser vos, ya estás para otro. Es hermoso, pero agotador. Recuerdo perfectamente que en los primeros días de que mi hijo había nacido, era tal mí desesperación que tenía la necesidad de salir corriendo sin un rumbo fijo. Me refiero a correr estilo olimpiada, no abandonar a la criatura. Pero por supuesto no hubiera llegado a completar ni dos cuadras porque estaba hecha un toro de gorda.

La maternidad es el único título que recibís, para tener que cursarlo después. Aprendes todos los días algo nuevo. Y lo más importante es llevar a tu punto límite la paciencia.

Esperas meses para que finalmente aprenda a decir mamá y después lo repite tantas veces que no entendés porque no llama a otro ser humano que no seas vos. Se acabó la intimidad. El baño se vuelve tu único refugio, siempre y cuando no tengas a la bendición gritando y pateando la puerta para entrar. Solo para verte sentada en el trono.

La guardería es todo un tema. La adaptación es un espanto. Escucharlo llorar desesperado y tener que dejarlo porque tenés que irte a laburar y usar como de costumbre a mí auto fiel para putear y maldecir el porqué no nací siendo hija de algún Pescarmona y rascarme a veinte manos para no tener que abandonarlo en ese vil lugar.

Me angustia solo pensar en que llegue a la adolescencia y tener q dejarlo salir con los amigos rogando que ningún sorete le joda la vida. Porque en eso te convertís. En una loba llena de ira en cuanto alguien ose lastimar a tu hijo. Y yo vivo con los patos volados asique terminaría en cana seguro.

No voy a dedicar un párrafo para cuando empiece a noviar porque a esa forra le voy a hacer la vida imposible. Si, perdón, pero soy el diablo.

Te dicen señora porque te ven con el niño. SEÑORA. Horrible y deprimente. No soy una adolescente, tengo 31 años, pero es un espanto el “señora”, chicos.

Empecé terapia para saber cómo lidiar con la maternidad. Mí psicóloga me dijo en la última sesión que a mí me supera muy fácil la rutina. Y no hay nada más cierto que eso. Estar pendiente de todo es una cosa. El hogar en orden y limpio, ropa en condiciones. Pero ser responsable de un niño precioso e inocente, da miedo muchas veces.

Es lo más bonito que me pudo pasar. Verlo dormir y pensar “que haría si no te tuviera”. Pero cuando está despierto y me mira mientras salta arriba de la mesa, lo cagaría a bollos.

La vida social se acaba en gran parte. Juntarte a tomar un mísero café con una amiga se vuelve un plan imposible. Ya no te maquillas como antes, no te pones tacos porque si al nene se le ocurre correr, con zancos no llegas más. Clavas zapatillas y se terminó.

Te sabes cada canción infantil, y programa sorete para ellos. De repente estás limpiando apenas pudiste dormir al bebé, y seguís viendo el dibujito seca mente sola. Ya tu cerebro aprende a estar en modo bajo consumo.

Ya ni tus viejos te quieren ver tanto si no llegas con tu hijo. Antes de saludarte lo buscan al niño y después te dicen “hola”.

Para las que aún no tienen la dicha de vivir este frenesí llamado “maternidad” les digo que traten de empezar terapia desde ahora. Porque no podes permitirte pudrirle su infancia ni mucho menos su psiquis para el resto del viaje, porque no sabes manejar la histeria.

Es difícil, bastante. Pero es una herencia blanca, rubia, aria, y perfecta que estoy dejando a este mundo. Ojalá que después de fallecida nadie le haga daño porque dejaré de jugar al truco con Adolf Hitler en el inframundo, para prenderle y apagarle las luces al imbécil que lo molesta. Seré un fantasma muy maldito y los chicos de “Mendoza Tiembla” escribirán un libro entero sobre mis maldades como espectro del mal.

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