Pienso que uno en la vida puede ser un excelente empleado, ponerse la camiseta de la empresa, ser buen compañero de laburo, eficiente, efectivo, inteligente y capaz, lo que dará como resultado un par de jefes contentos y conformes con nuestro labor, dos, tres, diez jefes supongamos. Por otro lado puede ser un excelente jefe, responsable, equitativo, justo, participativo, que cuide y respete a sus empleados y sin lugar a dudas va a tener un grupo de empleados contentos, felices y pujantes. Diez, cien, quinientos. Pero si uno es un buen político, o al menos más o menos bueno, le puede cambiar la vida no solamente a una población, sino a las generaciones venideras, por siempre, para siempre, puede hacer cosas que perduren en el tiempo y la historia, para el pueblo que representa y en cualquier nivel de la carrera política, no solamente en las altas esferas.
Este sencilla opinión era la que me generaba tener una pasión incontrolable y unas ganas tremendas de algún día poder ocupar un lugar activo. La idea de generar proyectos, planes, programas, actividades, que puedan llevarse a cabo y que le modifiquen la vida a la comunidad, que les reconforte la vida, que les genere paz, tranquilidad, alegría, salud, seguridad, es algo que me incentivaba a continuar militando incansablemente. Pensar que podía formar parte de un equipo de trabajo, de una generación que active un cambio profundo, real, a largo plazo, consolidado y seguro es algo que me motivaba como nada más en el mundo. Más que cualquier otra actividad con la que había ganarme la vida antes. Hoy la política me da asco y la militancia me resulta repulsiva, la resumo a una horda de egoístas desesperados de dinero y poder, capaces de hacer cualquier cosa por un referente mundano y humano, sin importar las ideas.
Este pensamiento, ese leitmotiv que antaño tenía sobre lo que era “ser un referente/dirigente”, esa posibilidad de ayudar a tantos, es la que hoy en día veo completamente desaprovechada por la gran mayoría de nuestros representantes. Se les pasan los días, los meses, los años, los cargos metidos en discusiones absurdas y en “la rosca” para poder seguir prendidos a una teta viviendo del Estado y se olvidan por completo que la gente los votó para ser representada por ellos. Unas semanas antes de las elecciones se desesperan por mostrarse, cuando durante sus gestiones completas se mueven en las sombras, sin que nadie se percate de su actividad, la cuál es casi siempre nula y no se les cae la cara de vergüenza.
Tienen sueldos fantásticos, me encantaría que hablen con empresarios PyMe y les pregunten cuánto tienen que invertir en tiempo y guita para ganarse 30, 40, 50 lucas limpias por mes… una fortuna y una vida, sumado a un riesgo altísimo de cargas e impuestos. Y sin embargo nada les alcanza, nada los sacia, nada calma la sed de guita, ni siquiera es sed de poder, sino de guita tangible. Tengo la idea que deberían ganar más si fuese necesario, siempre y cuando su trabajo sea eso… ¡un trabajo! Un trabajo para la comunidad, para su pueblo, para la gente, no un trabajo para su bolsillo propio.
Es algo que me hierve la sangre, me explotan las venas viendo a tantos inútiles con cargos que cuentan con la capacidad de escribir tres párrafos, mover dos fichas, hacer unas llamadas, golpear cuatro puertas y conseguir cambiarle la vida a por lo menos una familia por el resto de sus días. Pensar que desaprovechan la oportunidad única de poder vivir de ayudar a los demás. ¿Cuántos tipos lo hacen gratis? No soy un idiota y entiendo que para hacer por los demás, primero hay que hacer por uno mismo y su familia, pero ¿Cuántos religiosos, civiles, profesionales, fundaciones, gente común y corriente ayuda gratis, sin remuneración o paga, por el simple hecho de sentirse espiritualmente reconfortado? Y nuestros políticos, que tienen la oportunidad de hacerlo y darse los lujos de vivir una vida sin sobresaltos monetarios, que los hemos elegido para eso, lo desaprovechan y se olvidan por completo de su gente y su función. Y ojo, como militante era consciente del armado, de la estructura, de los favores necesarios para llegar, de las bases de poder, del partido y de todo el reparto que tiene a cargo un dirigente para generar y mantener su equipo y su gente, no renegaba ni desestimaba para nada eso y el que lo hace no entiende nada, pero en este proceso, la gran mayoría, se olvida de su actividad principal, de su función principal, del cenit de su cargo. Por eso ahora me generan un repudio profundo y activo, porque lo viví de adentro, nadie me la vino a contar.
Casi todos nuestros dirigentes son desapasionados, están apagados y grises, han perdido el fervor, el espíritu filantrópico, la operatividad, las ganas de hacer, el honor, las pasión por satisfacer las necesidades del pueblo, la idea de poder ser parte de la historia de una manera positiva, dejar una huella en su país, en su tierra, ser recordado por generaciones y que su legado se sienta orgulloso de llevar en su sangre los mismos genes que él. Se han transformado en el más repulsivo y ambicioso empresario, desesperado por ganar más y más guita. Y la militancia es vergonzosa, no se forman, no les importa el debate, no tienen proyectos, son obejas… manada, monada, gilada.
Todas estas cosas, que antes me llenaban de ansiedad y emoción, que era para mi es una cuestión de honor, de orgullo propio, donde sin dudas me bancaba ser catalogado como un idealista utópico, un entusiasta ridículo o un soñador absurdo que vive en una nube por la mayoría de mis compañeros, hoy me genera rechazo extremo hacia todos. Soy incapaz de entender el mecanismo operativo de nuestros políticos, es algo que no me termina ni me va a terminar de entrar jamás en la cabeza. Soy fanático de tantos próceres políticos que cada día recuerdo con orgullo y amor, que con sus miles de errores y desaciertos lograron cambiarle la vida al pueblo y hoy deberían ser parte de la genética e idiosincrasia del político, y me resigné a entender que eran solo mis deseos, que la realidad es otra.
La política es maravillosa, los políticos apestan.