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Yo, charlatán de café

Durante mis lejanía del pibete barrial, dando mis primeros pasos con gomina y botas lustradas, cuando la etapa de desarrollo comenzaba a quedar atrás; aparecieron una serie de personajes irrepetibles que sin dudas marcaron lo que hoy son “las nieves del tiempo que platearon mi sien”, como cantara El Zorzal.

Un buen día con los “Jóvenes ávidos de Rodeo” conocimos a un hombre de unos cuarenta pirulos aproximadamente, al que lo llamaban El Encantador de Serpientes. Cierta mañana, El Gordo Pincho, escucho un rumor que se comentaban dos jovatos en un almacén que involucraría al Encantador, y sabiendo de nuestro interés por tales historias, nos la trajo caliiientita del horno. Sin dejarla enfriar, corrimos un par de cuadras hasta dar con el único cafecito por aquellos días y lo encaramos.

Automáticamente dimos cuenta de la pinta que cargaba el parlanchín, por supuesto no hicimos comentario alguno. Estaba mal visto en esos años hablar de los dones estéticos del mismo sexo; pero sentimos esa admiración, envidia, del metro noventa, pelo en pecho, gomina bien distribuida sobre la rubia cabellera y botines brillosos. Hoy no llamaría tanto la atención aquel saculi en un café céntrico, pero para la época su sola presencia llenaba de celo a cuanto varón se cruzase.

Haciéndonos los giles nos sentamos en una de las mesas aledañas y olfateamos lo que pasaba. El tipo era oriundo de Palmira. Por entonces este pequeño pueblo contaba con su estación de trenes, con parada obligatoria del ferrocarril, lo que traía aparejado el desfile de sujetos modernamente extraños para el lugar. La distinción de los mismos, no hacía más que achicar las espaldas de los palmirenses quienes miraban con asombro la manera fresca con la que los capitalinos se desenvolvían. La naturalidad de sus sonrisas, el movimientos de sus manos y la verborragia de sus labias, fruncían los seños de quienes hasta ahí se sentían dueños de pueblo.

Sin remedio alguno, los feudos comenzaron a reunirse en los patios a debatir al respecto, y en efecto surgió una idea salvadora, a la que dimos todo oído posible. Resulta que al Gringo Pechere, un tipo bicho y adelantado para el momento, se le ocurrió que copiaran cuanto gesto vieran de los compadres que se asomaran en la zona. Hacerse de la propiedad intelectual de los ademanes que fichasen, concurriendo sin titubeos al bar o café de la plaza para escuchar sus modos y formas de decir, de escuchar.

Sin parpadear viajábamos en el relato del gigantón, mientras su habilidad con el puro, mezclados con el encanto de las palabras que concatenaban una tras otras, nos hacían las serpientes más dóciles para el encantador.

De aquellas reuniones ocultas, según El, surgió la “Cofradía de Los Charlatanes de Café”. La necesidad de no perder pisada pública los hizo tomar decisiones trascendentales. Algunos como el Puntano Rodriguez cortarse las uñas, o hasta emprolijarse la patilla a otros como el Negro Checho. Los Charlatanes de café no eran más que tipos que de la nada empezaban a construir un todo. Los lanzados estos, sin mayor preparación alguna se inmiscuían en negocios, en propuestas, y hasta daban soluciones mágicas al conflicto que surgiera. Se distribuían las zonas de Palmira para no “pisarse”, como decían ellos, y pispeaban donde meter la cuchara. Una vez por semana, bajo el ala del Gringo, se comentaban todo lo sucedido y mejoraban a pasos agigantados las técnicas de avance hacia sus presas. Por supuesto los encuentros culminaban con tuti, como dicen los pibes hoy. Morfi, chupi, guitarra y alguna que otra gitanita, eran más que una excusa para no ausentarse.

Seguíamos el relato en el mayor de los sigilos y al cabo de unas horas, sin salir del asombro nos retiramos del lugar camino a las casas; charlando del asunto por supuesto y con deseos de más. A la mañana siguiente volvimos para ver que otra anécdota podía iluminarnos, y nada.

El distinguido se ausento por varias jornadas, hasta que nos dimos por vencidos y con mucha furia por su indiferencia lo dejamos atrás.

Con el tiempo salió una nota en un matutino barrial de Rodeo del Medio que hablaba de un tal Elabel “Gringo” Pechere. Un rubión que se había hecho la América con unos perejiles de la zona, engañándolos con escrituras y documentación falsa. Obviamente fue motivo de preguntas sin respuestas entre los Jóvenes ávidos, si aquel sería el mismo que tiempo atrás vendía humo y buzones por doquier.

La duda quedó; pero como cada historia nos dejo enseñanzas irrefutables.

Hoy día, a mis ochenta y pico, suelo volver a los barcitos de Rodeo, a los cafetines de nuestro centro mendocino y cada vez que veo un joven pintón me pregunto qué se esconde detrás de ese traje y tantas formalidades, que creo son necesarias, pero no indispensables.

El tiempo me permitió formarme como docente y psicólogo social, para darle sustento a mis ideas y formar mi trabajo. Amo los cafetines y lo que encierran los mismos, pero creo firmemente que en la mezcla de su filosofía fantástica y lo real que se esconde a su salida, está el secreto de la vida.

Yo, charlatán de café, busco siempre aprender para no quedar pegado solo en el chamullo. Yo, charlatán de café, cuido la inocencia de quienes me puedan escuchar alentándolos a estar atentos de esos/as sabandijas de dientes filosos, sedientos de sangre fresca que siempre estan.

Yo, charlatán de café.

NDR: Por problemas en el hosting (que en teoría ya están resueltos) se borraron todos los comentarios desde el Martes 15 de Noviembre de 2011 al Domingo 20 de Noviembre de de 2011. Un millón de disculpas a nuestros seguidores.

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