/34 charlas con Edmundo Reyes

34 charlas con Edmundo Reyes

Estas conversaciones transcurrieron entre la primavera del año 1997 –cuando una banda de mafiosos y traficantes gobernaba un país que se venia a pique por un engaño hábilmente perpetrado, que nos hacia pensar que un peso valía lo mismo que un dólar y Soda Stereo daba su ultimo concierto en el Estadio Monumental– y el verano del año 2002 –cuando hubo mas presidentes que días y por segunda vez la muchedumbre anonadada veía como un helicóptero sobrevolaba la Casa Rosada- en una esquina de la Cuarta Sección, donde un banco medio maltrecho, que el tiempo poco se interesaba en respetar, era testigo mudo de los autos que esquivaban la interminable cantidad de pozos que el cemento de la calle Arrollabes tenia a esa altura.-

Muchas veces me asomaba discretamente por el ventanal de casa, para ver si Edmundo Reyes se encontraba sentado en el banco mirando la calle, asombrado, como si se tratara de un paisaje totalmente nuevo que el día anterior no hubiese estado ahí. A veces, cuando lograba divisarlo sentado en ese banco desvencijado, con su característico saco marrón, me parecía que el mundo cobraba un nuevo sentido, que el tiempo, enemigo mortal de la vida, se detenía por unos instantes para que yo pudiese acercarme y escuchar una de sus interminables anécdotas o una de sus increíbles experiencias de vida.-

Una de esas tardes primaverales, que todavía tienen más sabor a invierno que a primavera, me vi sentado al lado de ese antediluviano personaje que recortaba el paisaje de la esquina de Arrollabes y Gobernador Gonzales.-

-En que estábamos pibe.

-El amor…

-A si, eso, vos sos muy chico para saber que es realmente el amor pibe, pero te prevengo, que no son mas que desilusiones y desencuentros que dejan siempre un sabor amargo en la boca.

Edmundo Reyes hasta donde yo sabía no había tenido una vida fácil. Allá por el año 1960  dejo una España falangista sumida en las ruinas y aterrizo en América  –con las dos manos atrás, por que lo importante es protegerse el culo pibe- sin un peso en el bolsillo y con mas dudas que respuestas sobre lo que le deparaba el futuro. Llegaba a una Argentina gobernada por un puñado de incompetentes que no supieron o no quisieron ver, que hacia diez años que el país gastaba mas de lo que producía y que el sueño de la igualdad social no era mas que eso, un sueño.

¿No le parece mucho Don Edmundo?

-¿Mucho? El amor es una especie de moneda de cambio barata que, tristemente usas para alquilar una parte de algún corazón, pero como la guita, se acaba mas rápido de lo que crees ¿Te conté pibe que la primera vez que me enamore en serio fue acá en Argentina?

No Don Edmundo- mientras, trataba de recordar si con esta, llegaría a la milésima vez que me contaba la historia.

Cuando llego a Buenos Aires, Edmundo Reyes no perdió el tiempo en lamentaciones y comenzó a buscar trabajo de lo que fuera y con quien fuera para ganarse un poco de dinero con que subsistir. Al poco tiempo ya estaba trabajando como ayudante de albañil en una obra en Avellaneda. Había conseguido una covacha por ahí cerca, que le alquilaba por dos mangos el carpintero que trabajaba con él. Ni limpia ni grande pero acogedora la piecita repetía con nostalgia y un brillo extraño en los ojos, cuando recordaba su primer hogar en la patria grande. En realidad no era mas que una habitación, en un complejo atestado de inmigrantes que no se venia abajo por un milagro de la naturaleza, en el que se podían encontrar infinidad de cucarachas en cualquier rincón, aunque si uno contaba bien, parecía que ahí vivían mas personas que cucarachas. A pesar de todo Edmundo Reyes le ponía el pecho a las balas y soñaba con un futuro mejor, donde se veía a si mismo rodeado de bellas mujeres y lujos inimaginables que ocupaban toda su imaginación hasta confundirse brevemente con la realidad. En el piso de abajo, en una covacha no mejor que la suya, pero mas limpia, vivía una prostituta cansada y mal agestada que lo tenia loco a Edmundo Reyes. La mina en cuestión se llamaba Amanda, o tal vez ese solo era el nombre de batalla, algo que Edmundo nunca pudo averiguar con certeza. Amanda dormía de día y trabajaba de noche, tal como lo indicaba el libreto de su profesión, por lo que Edmundo no tenia muchas posibilidades de cruzarse con ella, pero así y todo cuando llegaba de trabajar se quedaba esperando en la puerta del edificio a ver si la casualidad o el destino lo dejaba espiar un poco a su amada.

Llevaba casi dos meses viviendo allí cuando decidió que era hora de ir a golpearle la puerta a su amada para expresarle sus deseos. Un día lunes que volvía del trabajo, que había cambiado de una obra en construcción en Avellaneda por un carro de café en Quilmes, se paro en la puerta del edificio a esperar la salida de Amanda. Los minutos se convirtieron en horas y Edmundo Reyes empezó a perder la paciencia y a cuestionarse la idea de expresarle su amor a alguien que cambia, como si se tratara de figuritas, sentimientos por dinero, pero la sensación de que todo iba a salir bien pudo mas que la precaución que indicaba la razón en ese momento.

Casi como a las ocho, cuando el día se confundía con la noche, Amanda se apareció en el pórtico del edificio con un tapado negro y unos zapatos que en algún momento fueron del mismo color. Edmundo Reyes se le acerco con la idea de expresarle cuanto la amaba, que no podía vivir sin ella, que el trabajaría duro para que ambos pudiesen tener un futuro mejor y que cuidaría de los dos de ahora en mas. La mina lo paro en seco y le dijo que si quería estar con ella debía pagar por sus servicios tal como hacían los otros clientes. Edmundo Reyes no supo que responder, todo su andamio se derrumbo en un segundo, pero Amanda con la sabiduría que da la calle, lo metió de un empujón para adentro y lo llevo a los besos y manoseos hasta una cama prolijamente arruinada que se encontraba en su habitación.

El resto de lo acontecido puede ser contado por los vecinos que escucharon el crujir de las maderas de la cama y el gemido exagerado de Amanda. Pasadas unas dos horas de que Edmundo Reyes Cruzara el portal del departamento de Amanda abrazado a su cadera, la mina se levanto de la cama y le pidió que se vistiera, que tenia que salir a trabajar. Edmundo quiso decir algo pero Amanda lo calló con la mirada. Triste y confundido el hombre cruzo la puerta y se dirigió a su departamento, para ordenar algunas cosas  y comer algo antes de irse a dormir con la sensación de quien perdió la batalla antes de comenzarla.

Me voy para mi casa pibe por que esta refrescando mucho y a mi edad el frío es fatal. Se paro como pudo y enfilo con el paso cansado y los ojos llorosos calle abajo por Arrollabes. Como a los veinte metros se dio vuelta, me miro y dijo pibe, con guita compras hasta ilusiones, pero amor, eso no se puede comprar con guita.

El año pasado escribíamos:
Los 8 personajes más idiotas del vino 

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