/Fue Foul: “E só assim então serei feliz, bem feliz”

Fue Foul: “E só assim então serei feliz, bem feliz”

Después de lo de la Tere supe que tenía que tener más cuidado. Uno es dueño de su pasado, pero el pasado muchas veces es compartido. Hay mucha gente habitando mi pasado, y creo que tengo que revisar mejor la manera en que reacomodo sus piezas. La tarde venía perdiendo contra el violeta oscuro de la noche, y pensé que era tarde para pasar por lo de la Elisa, aunque llegué hasta la puerta de su casa. Miré esa vereda donde alguna vez le canté una serenata. La verdad que no me faltaron huevos para superar mis miedos, más allá de los resultados. Al margen de si fue un acierto o no. La audacia es lo que nos hace exponernos, y en esa exposición, mostramos lo que somos. De lo que somos se trata todo esto. 

Seguí caminando. La nostalgia me llevó por las calles que hicimos la primera vez que salimos. Caminé un rato hasta que llegué a las tabernas donde mi Renault 18 murió y… Pucha, qué bien se portó Eli cuando se murió el auto. Ni una mueca de molestia, ni una burla. Fuimos a esa taberna oscura, después a aquella de allá… Y para allá me fui rastreando aquella noche inolvidable. Al fin llegué hasta la plaza donde, un poco en pedo, cantábamos abrazados. Nunca me voy a olvidar de la sensación de llevarla de la cintura. ¡Qué mujer linda! Y sus ojos cerrados buscando la entonación, y su mano izquierda dirigiendo la orquesta imaginaria, y su falda flameando, y su sonrisa abierta, y su pelo encapotado, como la vela de una fragata inmensa en altamar… 

La plaza estaba tranquila. Las noches hacen de las plazas un jardín encantado, con luces y sombras, con senderos que se vuelven misteriosos. Encaré uno y me fui sumergiendo en esa penumbra visible, en esa oscuridad clara que permitía ver, pero que también regalaba el ensueño. Una guitarra empezó a sonar, y nunca aprendí a resistirme a ellas. De a poco me fui acercando. Seguía su rastro sonoro que cada vez se hacía más claro y más dulce. Una mujer. Cantaba una mujer. Las mujeres que cantan son las herederas de las nereidas, que hipnotizan al que las escucha. Vi sus sombras, las tres sombras, la de él, la de ella y la de la guitarra. Me arrimé un poco más y me senté en un banco que les daba la espalda, pero que estaba muy cerca. Empezaba otra canción, un punteo suave, muy delicado.

-Meu coração, não sei por que, bate feliz quando te vê. E os meus olhos ficam sorrindo, e pelas ruas vão te seguindo…

La reconocí en el acto. No podía ser, pero sí, era la Elisa. Y su voz era como mermelada casera, como un suave dulce de naranja.

-…mas mesmo assim… foges de mim…

No me resistí. Su voz, su entonación… No sabía que la Elisa cantaba tan bien. ¡No sabía que cantara! Me recosté de manera rebuscada en el pasto protegido por unos arbustos y me acerqué más, como un voyeur desesperado.

 -Ah se tu soubesses como sou tão carinhosa e o muito, muito que te quero. E como é sincero o meu amor, eu sei que tu não fugirias mais de mim, vem, vem, vem, veeem…

Ahora lo podía ver a él. No tenía la menor idea de que el Tano tocara la guitarra. ¡Y tan bien! Sus punteos nítidos, sus cuerdas decisivas, y su mirada embobada en esa mata de pelo oscuro que se bamboleaba. Eran dos que estaban solos en cualquiera de los mundos. Nada importaba, solo ese momento propio, de ellos. Esa canción, esa guitarra, esa cabeza levantándose con los ojos cerrados buscando llegar más alto con su vocesita suave… Me acomodé mejor para verla a la Elisa un poco más.

-Vem sentir o calor dos lábios meus a procura dos teus…

Yo estaba a dos metros de ellos, en cuclillas, entre una mata muy tupida de arbustos, y pude ver la mano de la Elisa apoyarse en la rodilla del Tano y subir otra vez en una nota hacia un cielo conocido, un lugar que solían visitar con el Tano. Y el Tano ahora empezó a cantar también.

-Vem matar essa paixão que me devora o coração…

Y luego solo ella, mirándolo a los ojos, con su mano en la rodilla.
-E só assim então serei feliz, bem feliz. Serei feliz…

El Tando fue apagando el punteo.

-Bem feliz. 

No había calculado que la canción terminara y que no arrancaran enseguida con otra. El Tano dejó la guitarra, la abrazó y empezaron a rozar sus caras como dos gatitos mimosos, mientras yo, estático, empecé a sentir que mis rodillas no estaban diseñadas para estar más de unos minutos en esa posición. Moví un poco una pierna…

-Negro, quiero que esta noche me vuelvas a hacer el amor.

La frase, en un susurro explosivo, me hizo trastabillar, pero me quedé quieto, inmóvil. El Tano se dio vuelta y miró hacia los arbustos.

-Dejá, Negro, son los gatos que hay por acá…

Pero el Tano se levantó. Son cosas que suceden en un segundo. Salir corriendo con el riesgo de que me reconozcan es peor, pensé, que el que me encontrasen ahí. Pero el que me encontrasen ahí no dejaba de ser una de las peores cosas que me podían pasar en la vida. No podía creer haberme metido en una pelotudez de semejante magnitud. Seguía ese segundo pasando lentamente, el Tano levántandose, y mi cabeza a mil. Si cuando llegase lo agarraba del pelo y le ponía una trompada tampoco era una buena solución, porque la Elisa me vería escapar, y además empezaría a gritar. El segundo ya se estaba agotando incluso para mi mente que andaba a los tiros. El Tano ya tenía dado un paso hacia mí. ¿Y si me hago el muerto…? El Tano dio otro paso. Ya no había tiempo, el próximo movimiento eran sus manos en los arbustos. “Think, think, think”, pensé como un lentísimo Winnie The Pooh. Y algo se activó, no alcancé a pensarlo, pero fueron órdenes desde la dignidad, y como un resorte, me puse de pie de entre las matas.

-¡Aaahhh! –gritó el Tano.

-¡Aaahhh! –grité yo con el grito de Tano.

-¡Aaahhh! –gritó la Elisa un segundo después.

El Tano se puso violeta de la rabia y me agarró de las solapas de la camisa.

-¿Me querés decir qué carajo hacés vos acá, pelotudo de mierda?

“Think, think, think…”

-Perdónenme. Es que los escuché cantar y no iba a interrumpir la velada, y se me ocurrió esta boludez…

-¡Decime la verdad, pelotudo! No puedo creer…

-Negro, esperá.

La Elisa se puso de pie y vino hasta mí. El Tano, el bueno del Tano, entendió todo en un segundo. Fue como redescubrir a un tipo que yo siempre creí como más lento, menos sentimental.

-Muy bien. Yo voy a comprar puchos y vuelvo. Cuando vuelva no quiero verte por acá, Marcos –y antes de irse agregó-, pero quedate hasta que vuelva, no la dejes a la Eli sola…

-Andá, Negro –le dijo la Elisa con una cara serena, sin nervios, sin sobresaltos, confiada… desagradablemente confiada; y el Tano se fue.

-¿Qué hacés acá, Marcos?

-No, nada, Eli. La verdad que fui a verte a tu casa y de casualidad llegué hasta acá. Jamás pensé que te iba a encontrar. Es que me estoy replanteando muchas cosas en mi vida, y bueno, no estuve bien con vos, y quería… no sé, no sé qué quería. Yo…

-Marcos, yo estoy bien. Muy bien. El Tano es un tipo de oro. Es el hombre que no creí que podía existir. Me cuida, me mira, siempre está atento, pero también me reta, me marca los puntos. Siempre busca que yo sea como realmente quiero ser, y como me mira, sabe qué quiero ser. Y me empuja a eso. Empezamos a cantar hace poco. Él decía que tenía linda voz, y un día trajo su guitarra, y empezamos a cantar. Y con él me animo. Con él me animo a todo. El Tano me quiere con el alma, y yo no me aguanto un solo día, ni un solo minuto sin él. Vos pensarás que estamos acá porque es romántico, pero no. Buscamos un lugar dónde cantar sin molestar a nadie, y salió este lugar. Con el Tano, hacer algo es siempre romántico. Aunque cantemos en la cocina de casa. Y no se trata de hacer el amor en lugares nuevos. No, yo quiero que me ame como siempre, en donde sea, que es distinto. No hay juicios ni prejuicios. No hay pasados para nosotros. Somos hoy, él y yo, queriendo estar juntos todo el tiempo.

La Elisa me vio mirando sobre sus hombros y giró. Yo estaba viendo que el Tano no se fue a comprar cigarrillos, sino que se quedó a una distancia determinada, dándonos la espalda. Esperándonos. Esperándola.

-Eli, qué suerte. Gracias. Ojalá que sigan siendo así de felices siempre. Aprendí mucho con todo esto. Mucho más de lo que parece. No quiero hacerlo esperar al Tano pero…

-Sí, yo tampoco quiero hacerlo esperar, Marcos. Mejor te vas. 

No amagó a un beso en la mejilla siquiera. Dio la vuelta, sentí en mi cara la ventisca de su melena batirse, y se fue caminando hacia el hombre que amaba que, de espaldas, había dejado a su amada con un “ex”, sin mirar algún posible abrazo, algún posible beso insoportable, pero respetando los espacios de su Elisa con absoluta confianza. “Su” Elisa, que resolvió todo como una auténtica mujer, dignificando a su amado, y sin premios consuelo del pasado para nadie. 

No me despedí del Tano. Ya no éramos amigos. Y no porque pensáramos mal del otro, sino porque hubo una mujer de por medio, y en estos casos, una mujer es un océano entre dos continentes. ¡Qué bien me habló la Elisa! ¡Y qué bien estuvo el Tano! Se aprende de la gente íntegra. Giré y vi la guitarra. Necesitan volver. Me di vuelta y los vi abrazados, besándose entre las piernas de bronce de un monumento a alguna batalla ganada por qué se yo quién. 

Me alejé de aquel reducto amoroso, de ese telo natural y público donde una voz y una guitarra cogían apasionadamente, hasta que llegué a la vereda, con el rumor de los autos y las luces de la ciudad. Yo también quería amar así. Y tenía en el corazón con quién podía hacerlo. El semáforo se puso en colorado y sonreí. Ahora sí empezaba a verla en todas partes. Y crucé la calle. 

(Continuará…)

También podes leer:
Fue Foul: “La manera más cruel”