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El mundo de la felicidad | Parte 2

En cuanto hay vida, hay peligro.
Ralph W. Emerson

I

Los medios de comunicación de la provincia habían seguido la noticia por semanas, dándole categoría de muy importante. Una especie de ser, mitad humano mitad rata, fue visto en diferentes lugares de la ciudad, generalmente durante la noche y por unos pocos segundos, inclusive se lo pudo captar en video, pero la imagen estaba fuera de foco y su encuadre no brindaba muchas conclusiones, sólo alcanzaba para mantener alimentada a una creciente leyenda urbana.

Las autoridades policiales habían comenzado un operativo para poder dar con el ente. Sin embargo, todos los esfuerzos fueron infructuosos. A pesar de ello las denuncias de avistamientos del monstruo iban creciendo.

II

Alejandro Pérez había descubierto que cuando el peligro se tornaba inminente la transformación en roedor humano era segura e irresoluta la mutación. No sentía dolor cuando ocurría, sólo unas ansias carnívoras, una necesidad de completarse de otra manera.

Una noche fue asaltado. Dos tipos, aprovechando la oscuridad, sin mediar palabras, le pegaron un par de puñetazos y le quitaron su viejo celular, entonces ocurrió. Alejandro cayó en un rincón oscuro mientras sus atacantes se reían. Eran dos ladrones avezados, de los que se aprovechan del más débil, infringiéndole terror por intermedio de la violencia.

No se imaginaron que de las sombras saldría su víctima trasmutada en un ser inimaginable. Al primero le mordió la garganta, a la altura de la yugular, un chorro de sangre incontrolable bañó la vereda bajo la luz tenue de mercurio del alumbrado público. El segundo ladrón quedó estupefacto al ver quién lo atacaba, incrédulo intentó sacar su viejo revólver 32. Atinó a hacer dos disparos, que hicieron crujir al silencio de la noche, las balas hicieron blanco en el sitio en dónde el ente estaba hacía escasos segundos. El delincuente fue ultimado, las poderosas garras le rasgaron el pecho hasta llegar a los órganos internos.

La policía dictaminó que fueron muertos por un gran animal, con una fuerza atroz y unas garras muy afiladas. Esto no pasó desapercibido para los medios, ambos delincuentes eran buscados intensamente y su muerte se hizo viral.

Se ataron cabos y relacionaron los decesos con la bestia que había sido vista anteriormente. Entonces la opinión pública lo ovacionó, en las redes sociales era visto como un héroe justiciero.

Fue sólo cuestión de tiempo para que fuera bautizado como el Hombre Pericote

III

Alejando se sentía por primera vez orgulloso de sí mismo. No podía dejar de leer los titulares de los diarios que hablaban sobre la muerte de los delincuentes en manos del Hombre Pericote. Se sentía un tanto extraño al mismo tiempo, no era la clase de superhéroe que imaginó ser de chico, pero más allá de eso lo halagaba ser tratado de esa manera.

En las redes sociales también hablaban de él, la mayoría lo hacía con sumo respeto, ponderando el hecho de que combatía contra la delincuencia.

Entonces lo decidió, sería el paladín que necesitaba la ciudad, el abanderado de los oprimidos por la inseguridad, por los malvivientes que acosaban a la población.

La Policía en realidad no tenía muchas ganas de investigar estas muertes, lo veían como a un aliado, como alguien que limpiaba la ciudad por ellos, y eso estaba bien. Estaba la orden tácita de no detenerlo ni dispararle en el caso de ser avistado.

En cambio, los grandes jefes del hampa, en su mayoría narcotraficantes le habían puesto precio a su cabeza, era una cifra considerable, muy difícil de ignorar, pero nadie tenía los datos para dar con la recompensa brindada, la identidad del Hombre Pericote era un misterio.

Fue grande el gozo de la población cuando encontraron descuartizados a dos delincuentes en distintas circunstancias: un ladrón que estaba golpeando a una anciana y a un violador pedófilo acosando a una niña de diez años. Sus muertes  tenían la marca del Hombre Pericote, sus garras estaban plasmadas en los cuerpos de los criminales muertos. Por su parte las víctimas, la anciana y la niña, describieron a su salvador como una especie de semidiós, un hombre con apariencia de pericote, un pericote con apariencia de hombre.

IV

Alejandro Pérez estaba feliz, su vida tenía un sentido absoluto, ya no sólo era deambular por toda la ciudad buscando un cliente para vender un seguro que mantendría su existencia en el limbo de la supervivencia. En ese momento su permanencia en el mundo estaba signada por una dignidad que no conocía. Se sentó en su cama a esperar, había descubierto que también tenía el don de ver las imágenes que le indicaban en dónde se realizaría un ilícito. Era extraño, podía vislumbrar delitos con anticipación, lo que le permitiría presentarse en el momento justo. Estaba en esos menesteres, intentando concentrarse, cuando algo lo distrajo.

No lo vio venir, era algo inimaginable. Por un momento dudó de su salud mental. Por la ventana vio una gran nave, de un gris acerado y con un tamaño colosal.

Alejandro Pérez salió a la calle y la pudo ver en toda su magnitud, parecía llegar hasta el horizonte.

Estaba ahí, estática, como si vigilase al mundo.

Los vecinos estaban todos boquiabiertos, no mediaban palabra entre ellos mientras observaban al portento. Pérez entró a la casa y encendió la TV.

Pudo ver en los noticieros que lo mismo estaba pasando en todo el planeta. Grandes naves flotaban sobre todas las ciudades del mundo.

Fin de la segunda parte