/Eterno Atardecer: «La última cena»

Eterno Atardecer: «La última cena»

Sobre una mesita ratonera, en el balcón del departamento, compartimos la cena. Una palomita a la cacerola, con ensalada mixta y otra de zapallitos, fueron la excusa que encontramos para los tres tintos descorchados. La lengua pesada, la boca en un mar de arenas movedizas, la vista embriagada de mirarnos, y los pudores secuestrados, nos tienen contra las cuerdas. Pedo total.

–¿Te has puesto a pensar porque la primera cena es así, y las que siguen no? –Me dijo haciendo foco.

Su pregunta me era tan boluda, como inteligente. Sentía que estaba en el lugar donde quería estar, y que la observaba con otros ojos. Encontrar todo interesante del otro, es consecuencia de esto también.

–A ver… ¿Cómo es eso? –Le dije entusiasmado.

–Claaaro, cuando dos se conocen, empiezan a tejer el comienzo de una relación, improvisando puntos tal vez, como esta noche. Hoy no lo sabremos. ¿La primera cena, o la última…?

Sus palabras se disfrazaban con seriedad, y colgando los brazos desde la baranda, me regalaba el costillar de su espalda.

–…por ahí, de estos encuentros, surge algo que no buscamos o simplemente el olvido de aquello que no pudo ser.

Circulando en vino por la copa, la observaba buscar sus puntos fijos en la noche estrellada, mientras caían contra la entrada del edificio, algunas lágrimas suicidas.

 –Todo pasa –le dije y me puse de pie a su lado, prácticamente sobre ella–, es cuestión de tiempo –agregué como consuelo.

Ella me miró por sobre el hombro, fulminante, y me negó el rostro otra vez.

–Diste pasos importantes en las últimas horas, y también es justo que te des paz. Date tiempo, Dana.

–¡HARTA estoy de escuchar eso, Rubén! ¨Todo pasa¨, ¨El tiempo todo lo cura¨, ¨Ya aparecerá la persona indicada, hay que saber esperar¨, y tantas pelotudeces más que me cansaron… ¿Cómo sabés que esto pasará? –Me dijo alejándose, con un puño en su cintura, sosteniendo al mareo contra la reja del balcón– ¿Qué sabés vos de mi vida, de mi pasado, para estar tan convencido?

La Flaca tenía, todavía, mucha bronca acumulada. Lo peor de todo, es que éramos dos peces intentando rehabilitarnos, en una pecera que se llenaba a cuenta gotas. Eso es el tiempo…, ese es el tiempo que se necesita para llenar los vacíos del planeta que elegimos para vivir. Y saber esperar, es contribuir con la realidad de ese planeta, apostando a que se llene, y evidenciando cada una de las gotas que caigan.

Pero no tenía respuestas para sus preguntas. Mejor dicho, no tenía las respuestas que apagasen la luz de esas ideas, alimentadas de las sobras que la decepción les convida, para que den vueltas en el círculo vicioso construido por la mente: La Soledad.

Decidí el silencio, y lo notó. Junté en un plato lo que quedó, agarré lo que me entró en las manos y lo llevé a la cocina. Ella trajo el resto.

El silencio mediaba con ambos, en abismos separados. No estábamos siendo lo mismo el uno para el otro y, sin sentirme mal por eso, yo debía entenderlo. La Flaca para mí era una linda alternativa; pero yo para ella, solo la excusa.

–Años parada en el mismo lugar, viéndolos pasar, Rubén –agregó en un tono más suave–. Quiero ser yo la que gane alguna vez, la que encuentre esa felicidad compartida. ¡No puedo perder más!, porque cada vez me cuesta más encontrarme.

Yo la escuchaba, arremangado, con la esponja espumando los platos, ayudándola a sacar cualquier resto corrosivo que nublara su visión del futuro, para aferrarse al presente. El presente del que no era parte, ni lo sería nunca, mientras la Flaca confundiera sus fracasos, con la pérdida de la felicidad.   

Raro eso de creer que perder en el amor es como perder en un juego común…

Dice Eterno Atardecer: ¨… el amor es el juego que no siempre gana el que gana, más bien es al revés. Porque el perder implica ganar en ilusiones, ganar en sentimientos, ganar en revanchas a un ¨No¨, que puede ser un ¨Si¨. Fracasar no es perder, rendirse lo es.¨

La Flaca, ponía distancias cuando sospechaba que la vida develaba sus excusas, las que inventaba para seguir sola. Porque lo peor de creer que uno está solo, es creer que el mérito le corresponde, cuando estar solo es el paso previo para estar en compañía. Si lo vemos como algo malo, no habrá compañía que nos cambie la visión de lo que somos, cuando estamos solos.

Su miedo tenía mi entendimiento, pero no el justificativo para lo que se privaba al aislarse.

–¿Preparo un café, Flaca?

–Por mí, no –me contestó en seco–. Incluso creo que se ha hecho tarde, será mejor que sigamos otro día, Rubén.

La Dana caminó dos pasos y me abrazó muy fuerte contra la mesada. Había miedo, sin otras connotaciones. No había sexo en sus extremos sino un pedido de ayuda, y la entendía. Tal vez habíamos pasado a ser un apoyo necesario, ese que nos confunde al pensar que somos uno; cuando en realidad, somos dos que acercan para sentirse uno. Cuando uno se siente necesario para otro, y viceversa, la seducción de sentirse complementos suele ser la trampa para confundir y sufrir.

Ser sinceros es la manera de proteger al otro, y sus actitudes me estaban protegiendo. Su sinceridad, me estaba protegiendo.

Los malabares para formar palabras y justificar lo innecesario, suelen agotarse. Cuando no hay más nada que decir, un abrazo, un beso lanzado o un simple apretón de mano, son el buque más honroso para tomarse…, lejos, donde corresponda estar.

En media hora estaba en casa. Aún en proceso, en el nudo de las sensaciones sobre la cena, sobre la última cena. Alguna vez le dije a la Rusa: “No espere menos que lo máximo que pueda dar, no espere más que lo esencial. Las realidades, son los deseos que tuvimos durante tantos insomnios, en suma con el esfuerzo por lograrlo.”

Ahora, yo era el timonel de este insomnio, que veía al sol nacer en el techo de la habitación, que busca seguridades para continuar. ¨Los deseos que vertimos al aire, nunca llegan de la manera esperada… Entender a esos arribos, buscando la forma de adaptarnos, es parte de nuestro compromiso con la causa máxima: La Felicidad¨, dice Eterno Atardecer.

Me puse la mejor camisa que encontré planchada, un suéter a botones, incluso zapatos. Desayuné con las ventanas abiertas de par en par, soportando el fresco otoñal, y salí al mundo temprano.

¡Ahí voy! Buscando aparecer, a mi compromiso con la Fiore, a recuperar el tiempo con la Barbarita, mi familia, y a mis sueños que aún quedan por cumplirse.

Voy a aparecerle a la vida.

Lo demás…, lo demás, como el bendito libro me alertó, no depende de mí. Porque el amor es un encuentro. Aparece cuando le parece, y no a los que solos perecen, sino a los que se le aparecen a ese amor. A los que se le aparecen a la vida…

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