/Eterno Atardecer: «No todo es lo que parece»

Eterno Atardecer: «No todo es lo que parece»

– ¿Qué le cambiarías a tu vida si pudieras?

– ¿Qué le cambiaría…? Eh, a ver… –me contestó sin quitarle la vista a la pelotita que dos nenes le daban de lo lindo con la paleta, a la altura donde las olas sientan su último precedente.

Esa mañana, como la anterior…, y la anterior a la anterior, la Flaca había amanecido sin alma, distante del presente, y en juicio con sus recuerdos… ¨Vas a tener que ser fuerte en sus recaídas¨, me había dicho el médico en una charla a solas, y sobre eso maquinaba cuando me acostaba; me esmeraba en entender sus silencios, porque cuando alguien calla demasiado, cuenta todo.

Sus padres vivieron en la costa hasta que la Dana terminó la primaria;  luego se mudaron a Buenos Aires, cerca de su familia materna, aunque ella no duró demasiado ahí. Avanzada su madurez, la elección de su futuro la llevó a Mendoza: el vino y el turismo. Tiempo después tuvo su matrimonio y su hijo, Juan. Las vueltas que había dado, tal vez, la hacían decir siempre: ¨Hay que tener cuidado con lo que uno quiere en la vida, porque todo lo que se quiere, llega; pero nunca como uno lo planea… Luego nosotros debemos acomodarnos a esas llegadas, a sus formas, pensando siempre en los hechos y no tanto en los derechos.¨

Su idea de venirnos a la casa de la costa de sus padres, al principio, me pareció apresurada y hasta sin sentido. Justo cuando más necesitaba de los suyos, ella prefería el mar.

–A mi vida no le cambiaría nada, Rubén –Me contestó interrumpiendo una brisa, que flameaba el pañuelo en su cabeza–. En realidad lo que haría, si se pudiera moldearla un poco, sería cambiar el orden de mis edades. Cada tanto suelo sentirme que voy en una Vuelta al Mundo, girando, observando las mismas situaciones pero de alturas distintas, hasta que se detiene, se congela y me quedo, como hoy, en la parte donde los días parecen años, y esa sensación de que es ¨tarde¨ para todo, me aturde.

Tuve ganas de comentar en cada respiro de sus frases, pero presentí que lo que hacíamos en esa playa, sentados en el medio de su pasado, era lo que ella le pediría a la vida si pudiese: tomar las fichas de sus hechos y darles otro orden. Tal vez necesitaba empezar por el principio, por su niñez, su infancia, y vaya a saber qué seguiría después.

Preferí remitirme a sacarle jugo a la platea de su historia, y volar con ella.

Como una india sentada, dejaba caer arena de su puño a medio cerrar, sobre el pareo indecoroso que llevaba puesto ese día, como si para hablar sobre su historia, necesitara vaciar el reloj del tiempo que pasó.

A los pocos minutos se detuvo en las palabras, pero no en las ideas, y desarmó el pañuelo que cubría su cabeza, como buscando libertad y me lo ató al estilo Rambo, aunque me quedara como una vincha de las Bandana; enseguida el sol le dio brillo al bello que comenzaba a nacer otra vez en su cabeza, y en la existencia de sus cejas, y como un telón dejó caer el pareo verde manzana. Ni me miró. Marchó hacia el agua, metiendo las puntas de los pies entre la arena, danzando los pasos, y aceleró el tranco, ¡corrió!, cada vez más fuerte, haciendo que el agua de las pequeñas olas salpicasen su entrepierna y se sintió más viva aún; saltó unas cuantas que crecían hasta que el agua le caló en las rodillas y se metió de cabeza sobre otra que amagaba con romper… Y se perdió un minuto eterno bajo el agua.

Envidié, como a nada, ser el Mar en ese momento.

Aproveché para recostarme, necesitaba no pensar. Ponerme a la altura de su situación. Al instante sentí la lejanía del ruido del viento. Era otro plano, en el mismo espacio, pero vivido distinto. Poco importaba el por qué en el cambio, era un nuevo punto de vista en algo tan simple, como recostarse y salirse de la situación anterior. Era entrar en una burbuja, para escaparse del ruido y ver las cosas de otra manera. Podría decirse una alerta a los pensamientos que se creen firmes: ¨ojo, no todo es lo que parece.¨

–Perdón, Señor… –me dijo alguien desde un costado–, esta mañana no pude pasar a dejarle el diario, quería saber si lo iba a querer.  

Me hice en la mano una visera, y observé al joven que hacía las veces de canillita por las mañanas, cuando no se quedaba dormido, cuando no se le pinchaba la bicicleta, cuando no…

–¡¿A vos te parece que hacés bien tu trabajo…,eh…

–Jorge…

–…Jorge?! Si, vos pensás que la gente te va a aguantar, mucho tiempo más, que traigas el diario cuando se te ocurre. ¡No me interrumpas!, ni pongas esa cara de ¨yo no fui¨. O le cambias las pilas al despertador, o te regalo un gallo. De qué me sirve ahora saber que…, por ejemplo –dije quitándole un diario del sobaco–, ¨Atrapan al municipal que robó seis papas de una verdulería para tirarle al intendente, mientras hacía campaña por los barrios del interior, con gran puntería por cierto.¨ ¿De qué me sirve?

El Jorge hizo un espacio de mudez, y me contuve también. No podía dejar de pensar en el intendente levantando las manos, saludando, cosechando galardones en el pueblo, mientras unas cuantas papas le caen del cielo para sacudirle de puré la cabeza. Tuve que largar el placer de esa carcajada.

Jorgito me miró sin entender demasiado el porqué pero, ante la duda, también sonrió.

–Le prometo, Señor, que mañan…

–Dale, dale… Andá, más te vale que me lo traigas temprano –le dije y volví a la arena.

Sin la Flaca cerca me vendría bien la compañía del mate y la lectura.

–Disculpe, Señor… Usted no es de acá, ¿no?

–No. –Le dije de costado sin moverme.

–Ah… –exclamó y nos quedamos mirando la nada quince segundos por reloj.

– ¿Por quéeee… me preguntás eso, Jorgito?

–Por su voz, no sé, su manera de hablar. El otro día me dijo que me vaya hasta donde ¨topa¨ a buscar una bicicletería y no le entendí; después que no me meta mas allá de lo ¨pandito¨ en el mar, y pensé o está chiflado o no es de acá, y bueno…, eso, no es de acá –diez segundos mas de silencio pasaron–. Bueno, chau, Jefe. Lo dejo tranquilo.

–Chau…, Jorgito. Chau.

¨Que clase de persona no sabe qué es lo pandito¨, pensé.

–¡SEÑOR…!

–¡Peroporlaput…

–Disculpe, perdón, no lo quise asustar; pero me iba y me olvidé de preguntarle algo. ¿Usted no me adelantaría unos manguitos, no sé, algo de la semana? Es que tengo unos gastitos, ¿vió?

–No, Jorge. ¿Me estás cargando? Traes el diario a cualquier hora y encima me pedís adelanto.

–Pero es que…, lo que pasa es… que, que… tengo que hacer un regalo –miró para los costados y se me acercó sobándome el lomo–. Es urgente, Usted me entiende –y me guiñó el ojo.

–No, Jorge. Nos vemos mañana. Dejame en paz, te lo pido encarecidamente.

Jorgito dio media vuelta y se fue. No veía la hora de tomarme el primer mate. ¨¿Qué puede ser tan urgente?¨, pensaba.

–¡Mecachoendié ´! Jorge, ¡JORGITO! Vení… ¡Si a vos!, ¿a quién va a ser? –encima caminaba con su santa paciencia– ¿Qué vas a comprar?, digo, no me interesa qué vas a comprar, sino cuánto necesitás que te adelante. ¿Con cuánto te arreglas, pibe?

–Yyyy…, no sé, algo, como para una tarjetita de esas que tienen frases y un chocolate, pongalé –me dijo y sintió descubrir la vergüenza de un nene.

–Mirá, pasate en unas horas por la casa y te doy, acá no tengo. Eso sí, no te demores mucho porque tengo unas cosas que hacer después, ¿eh?

Pasaron varias horas, y ahí estaba. Esperando. La Dana me decía que dejara de mirar por la ventana, mientras el cielo cerraba sus puertas defraudando a los últimos de la playa. Se estaba por armar la gota gorda.

Dice Eterno Atardecer, que ¨en una caja de zapatos, se pueden guardar los valores de las acciones sencillas, y que ni en cientos de baúles entrarían las sensaciones que se tienen cuando actuamos mal; porque para sentirnos bien, no necesitamos mayores espacios que los que caben en una mano ofrecida con sinceridad.¨

¨Este pendejo nos dejó sin ir al centro, vas a ver lo que te digo, Flaca¨, le dije mientras ella miraba una película en el sillón. Y se largó noma´.  Un chaparrón de baldazos sin preámbulos. Pedazos de cielo en la tierra. 

De repente vi que se acercaba el Jorgito, como un gato amenazado con el chorro de una manguera, mojado hasta el paladar. Entró echando humo. Acomodó sus manos en las rodillas buscando oxígeno y sacudió su cuerpo como lo hace Silvestre después de su baño semanal.

–Qué tormentita, ¿no? –me dijo.

–Pensé que no venías… –le contesté pasándole un toallón.

–Ni en pedo, Señor.

–Eh…, la boca, nene.

–Disculpe, quise decir que ¨ni loco¨ dejaba de pasar.

Al instante recordó algo, sacó del bolsillo una billetera, que parecía una esponja, la estrujó y le empezó a sacar papelitos, que iba colgando de a uno en la ventana, una tarjeta de colectivo, un dólar con dobletes, y una foto a la que soplaba y empañaba con aliento, agitaba y volvía a soplar.

–Vas a tener que poner a secar todo.

Jorgito miraba la imagen, y negaba con la cabeza. ¨No tiene sentido…¨, repetía de corrido.

–¿Qué es lo que no tiene sentido, nene?

–Tst… Nunca me va a dar bola, Señor. Por más que le traiga a la baca violeta de los chocolates, o la lleve a conocer la fábrica esa, la de la tele, ¿vió? Esa donde trabajan enanos, ni así… Nunca… ¡NUNCA! Nunca.

La Flaca se levantó y nos dejó solos con el eco de ese ¨nunca¨ que aún resonaba. Palabra odiosa, si las hay. Nos quedamos sentados sobre la alfombra, viendo como bramaba el mar con el viento.  

–Alguna vez sintió que para estar contento necesitaba, al menos, la sonrisa de otro… –me preguntó pasándome la foto.

La imagen tenía a una jovencita de rizos rubios, con dos perlas cultivadas en los ojos. Sin dudas, la explicación para el sudor en las manos de Jorgito.

–…que no podía hacer nada, ni comer, ni trabajar, ni dormir siquiera, sin quitarse la idea de que esa persona piense en Usted, como Usted en ella…

–¿Con una tarjeta de morondanga le pensabas declarar tu amor a…

–Elena, Señor. Mis sonrisas se han vuelto el resultado de pensar en Elena.

–Entonces vas a tener que hacer algunos méritos para no perderte esa sonrisa en el cul…

–¡Eh, Señor! La boquita.

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