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Amores lejanos

El amor no es fácil. Sobre todo aquel que es a la distancia. Valía la pena arriesgarse, juro que valía la pena. Pero como en los traga monedas a veces se gana, y generalmente se pierde, y a mí me tocó perder. De todos modos no me arrepiento, no me arrepiento.

Soy tenista. Había un abierto acá en Mendoza y me habían invitado, y ahí vi por primera vez a Ernesto. Recuerdo que estaba saliendo con Enrique, quien por suerte se fue de mi vida, y ese día, me tocaba competir con una chica de Buenos Aires, y le gané. Estaba tan contenta, salí de la cancha y ahí lo vi, lo estaban entrevistando algunos periodistas, él era la sensación. Que mirada que me dio cuando los periodistas se fueron y me acerqué a hablarle, había ganado también el primer partido y tenía una sonrisa que me partía como un queso. Hablamos brevemente, yo quería descansar para seguir compitiendo al otro día. Pero yo no quería que nuestras interacciones terminaran ahí.

Cuando llegué a mi casa me di cuenta que había escuchado en que hotel estaba Ernesto, y en ese momento una duda asaltó mi cabeza «cuando lo vi me movió el piso, quizá si me acercaba al hotel pudiera descubrir más». Pero no. Yo estaba con Enrique, pero lo sentía más como un peso que como una pareja. Y en el medio de mis lagunas mentales, me llama justo Enrique y me invita a que fuéramos a tomar algo, y ni lerda ni perezosa le digo que fuésemos a un bar cerca del hotel donde Ernesto se alojaba. Fuimos a la barra y yo me pedí un daikiri de frutilla, y cuando me di vuelta él estaba ahí. De punta en blanco mirándome fijamente. Y cuando vio que yo estaba acompañada, pasa por al lado mío y me pone un papel en la mano.

Esa noche me pelee feo con Enrique y me fui llorando a mi casa. Cuando saco del bolsillo del pantalón el papelito doblado con que decía Ernesto Garbó y su teléfono. No sé qué se me pasó por la mente y lo llamé, era muy tarde; ya de madrugada, pero para mí sorpresa me atendió, estuvimos todo el resto de la noche hablando, de la vida, de sus cosas, y me contó que se iba a quedar en Mendoza 15 días más, por el resto del abierto y un día para hacer visitas a bodegas. Quedamos de vernos antes de que él se volviera a Córdoba, donde vivía.

Entre los dos había una química indescriptible. Los días siguientes pasaron y yo terminé segunda en el abierto, y con eso me gané el pase para competir en el abierto de Córdoba, que era en 6 meses. Lo llamé desde los vestuarios, él competía al otro día, esa noche me invitó a cenar en el restaurante de su hotel, enfrente de la Plaza Independencia. En la cena no dejamos de mirarnos y devorarnos con la mirada, y cuando terminamos me invitó a su habitación. Apenas abrió la puerta me le tiré arriba y nos empezamos a besar con las ganas de alguien que viene esperando algo hace mucho tiempo. Teníamos tanta pasión, tanta piel que yo no creí posible. Nos quedamos dormidos sobre las sábanas blancas de la habitación. Cuando me desperté él ya no estaba, pero arriba de la mesa de luz me había dejado una nota que decía «fue una de las mejores noches de mi vida. Mañana venite conmigo a recorrer unas bodegas en el Valle de Uco. Ernesto». Yo estaba más feliz que nunca, iba a ir.

Ganó la final y me llamó por teléfono esa noche, nos quedamos de encontrar al otro día en la mañana en su hotel, para salir bien temprano al Valle de Uco. Íbamos él, y un amigo tenista también con la novia, visitamos algunas bodegas, y en todo el trayecto no me dejaba de mirar. En la última bodega, ya medio tarde, me agarró de la mano y empezamos a caminar hacia un sector de la misma donde había viejos toneles y equipos, y no había nadie. Sus amigos se habían ido por el otro lado con el guía, y en medio de la soledad de la gran habitación me besó apasionadamente, y me miró, sabiendo los dos lo que teníamos que hacer. Estábamos a full, y ya la situación no daba para otra cosa que no fuera lo que queríamos hacer, y ahí entre gemidos casi imperceptibles y una piel increíble, hicimos el amor, nos transformamos en uno solo.

De vuelta en el camino yo sentí que se me iba acabando el mundo. Recién en 6 meses nos volviéramos a ver en su ciudad, en Córdoba. Y cuando los dos en su habitación nos miramos a los ojos, juramos que desde ese día seriamos pareja…

Continuará…

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