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Esclavos contemporáneos (sexto capítulo)

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– ¡¿Qué es lo que necesita que haga ahora?! – Dijo Ítalo con una voz grave y un tono violento.

– Vaya a su casa, y abra la puerta de la habitación de su hijo y después vuelva para acá.- respondió el viejo, haciendo derramar la última gota de paciencia del joven padre.

– ¡¡¿¿Pero usted me está tomando el pelo, viejo caradura??!! – Su tono más agresivo a tal punto que empezaron a preocupar al dueño del lugar que se acercaron lentamente para ver lo que pasaba pero sin intervenir en la conversación. – No me tome de boludo, usted quiere que me vaya. Además si me voy lo más seguro es que no esté acá cuando vuelva.- su mirada cambió drásticamente, sus ojos casi cerrados con enormes ojeras se desencajaron con un rojo intenso de ira y enojo por la situación que estaba pasando.

– Le doy mi palabra de caballero que aquí lo estaré esperando, si no me cree puede llevarse el libro para asegurarse que me quedare al menos a esperarlo, tiene un enorme valor sentimental. –sentenció Mesina.

Luego de un instante, el clima tenso se apaciguó, dubitativo decidió escucharlo por última vez. Mientras pensaba que en caso de que su última petición fuera otra pérdida de tiempo al menos se quedaría con algo valioso de él, a estas alturas no era mucho lo que podía hacer y se dispuso a volver a su hogar. Se dirigió hacia la puerta, miro el bar unos segundos y encaró hacia su auto, emprendió camino rápidamente.

En eso el viejo Mesina se quedó unos minutos conversando con su amigo.

– ¿Quién era ese tipo?- su preocupación era evidente.

– Un joven padre que busca arreglar el vínculo con su hijo.

– Pero ¿Por qué le hizo leer un libro? Por más que sea una linda obra, no creo que lo ayude con eso.

– Él tiene un problema, lo pude percibir en el primer momento que se sentó a platicar conmigo, pero él no lo sabe y es muy difícil que se dé cuenta por sí solo.

La respuesta lo dejo perplejo, no sabía que imaginar o que pensar. Su viejo amigo de toda la vida era una persona muy inteligente, si hizo todo eso es que seguramente tenía un porque.

Esperaron sentados juntos, siguieron platicando sobre otros temas, una charla distendida entre antiguos conocidos. Los minutos pasaron, y en ese instante escucharon estacionar un auto, fácilmente pudieron reconocerlo, era el de Ítalo.

Entró totalmente diferente, sus ojos rojos se sosegaron, esas ojeras ahora estaban cubiertas de lágrimas, su mirada ya no denotaba ira ni frustración. Se sentó en la misma mesa de hace unas semanas atrás donde tuvieron su primera charla y al fin pudo entender todo, espero a que Mesina se sentara.

– Bueno querido ¿Qué fue lo que viste al entrar a la habitación de su hijo?

– Él estaba…- tenía un nudo en la garganta que apenas podía soltar palabras.

– ¿Estaba?…- siguió Mesina

– Él estaba leyendo un libro, estaba leyendo un libro como yo…- y quebró en llanto.

– Ahora entiende porque le hice leer “El principito”. En el momento que se sentó a charlar aquella vez pude notar que no dejaba de mirar su celular, pude ver como estaba poseído por ese aparato, apenas me prestaba atención y no se daba cuenta, sin charlar ya sabía cuál era su problema. Yo sé que fue un poco duro y hasta algo excesivo tanto misterio, pero era la mejor manera que entendiera lo que quería lograr. Debe saber que para nuestros hijos sin darnos cuenta somos su modelo a seguir, somos su ejemplo de vida, somos su todo, por más que no lo digan o no nos lo hagan saber.

Por eso hay que prestar atención a los detalles. ¿Por qué su hijo siempre estaba jugando y mirando su Tablet? Porque veía como su padre, su figura ejemplar, lo hacía y él quería hacer lo mismo. Por eso le hice leer una obra que si bien es muy linda y con un mensaje bello, el propósito era otro.

Su hijo lo ama por más que no se lo demuestre de la forma que a usted le gustaría, y ahora puede entender la responsabilidad que carga en sus hombros, usted será lo que él quiere ser de grande y hará lo que usted hace. El libro era una buena forma de demostrarle esto, ahora creo que entiende todo. ¿Cómo se siente ahora, Ítalo? – le dijo con una sonrisa

– Perdone si en algún momento lo trate mal, perdón si en algún momento lo ofendí.- dijo entre lágrimas y más aliviado.

– No se preocupe, ahora vaya tranquilo. Disfrute de su hermosa familia y su hogar lleno de amor que bien merecido lo tiene, y recuerde “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos.”

Ítalo soltó una sonrisa y se fue contento hacia la puerta. Se dirigió a su auto y volvió a su amado hogar.

***

A la mañana siguiente.

Como era de costumbre en cada mañana de ese bar, Mesina era de los primeros en llegar y hasta ayudar a abrir a los encargados. Se disponía a ubicar las mesas afuera y sentarse en su lugar alado de la ventada, pero algo paso que cambió la paz y tranquilidad.

Genaro, luego de unos minutos de sentarse a leer el diario y antes de hacer su pedido, sintió que le faltaba el aire, su pecho le empezó a doler, sintió un sudor frío recorriendo por su cuerpo, entumecido, trato de decir algo pero fue en vano. Poco a poco su visión se volvió algo nublosa y en ese momento se desplomó en el suelo dejando caer su taza a un costado, tal fue el ruido que su viejo amigo salió enseguida a ver qué era lo que pasó. No lo podía creer.

Continuará…

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