Si Leopoldo Alas Clarín estuviera hoy conmigo, la relación de este sueño se haría precisa y gráfica, por ser él un realista y natural y un experto en la descripción de ciudades y edificios, ¡tan espectacular edificio soñé! Sin embargo, ya que no soy yo nada de eso, ni quiero ser nada, no sea que los nominativos me limiten y me condicionen en la escritura, yo escribo cuanto escribo, cuanto creo que debo escribir y lo que siento que debo escribir con respecto al sueño que tuve.
Comenzaré hablando de los sueños, un tema repetidamente tratado por muchos autores. Así, que se me venga al recuerdo, diré que Cortázar y Borges son buenos ejemplos, donde el primero escribió «noche boca arriba» y el otro «las ruinas circulares». Todas las realidades que vivimos, las vivimos en nuestra mente. Ya sea la realidad que vivimos con nuestros cinco sentidos, la realidad que leemos en un libro, la que vemos en una película, la que imaginamos en nuestros ratos de reflexión o la que soñamos. Lean de nuevo los renglones y vean la singularidad de la palabra utilizada, realidad. Pues todas estas son realidades, ninguna más verdadera que la otra. Pues, si todas las realidades las vivimos en el mismo cerebro, ¿cómo sabemos que la de los cinco sentidos es la verdadera y no la de los sueños? Admitamos, sin embargo, que la realidad de la que más aprendemos es la de esos cinco sentidos, al que yo le añado un sexto que es el corazón, o los sentimientos.
De la lluvia sólo quedaban los testigos, el lodo y los charcos, sobre los que me sentaba. En los muros, la humedad del moho transpiraba por las fibras de mi ropa, pegajoso todo en mi espalda. La lluvia primaveral, el calor mojado, abrí los ojos para ver la noche nublada. Una Luna escondida tras las nubes negras y grises, amenazantes de una nueva ducha templada, una Luna que apenas podía iluminar la edificación sobre la que me apoyaba. Vasto gigante de piedra negra y marrón, verdosa por los bajos y las coyunturas, mohosa, es decir. Solo el perfil plateado de las esquinas es que la Luna podía iluminar, el perfil de los voluptuosos decorados góticos de esa puntiaguda catedral. Todo era negrura y plata, verdín y barro, calor denso y pringoso.
Me incorporé. Una brisa hizo refresco en la piel, regada de relente. Anduve a pasos pesados, levantando con costo mis zapatos empapados, unos pies amenazados por los hongos de la suciedad del fango putrefacto. Viajé por unos minutos, admirado por la complejidad de los decorados, gárgolas y santos, ángeles y demonios, cruces y sepulcros, muerte y cementerio. Ahí mismo es donde llegué, al único destino que nos une a todos los hombres, que es el cementerio. Un campo que entierra logros y fallos, sueños cumplidos y sueños solo soñados, luchadores y perdedores.
La luna se ha quitado el velo nuboso, refleja los rayos del Sol con esplendor, ilumina una torre alta que resuena unas campanas. Ya empieza a caer el agua de nuevo, una gota en la frente, otra en la nariz, otra ácida en mi ojo, y ya cae el cielo para inundar de nuevo la tierra. Por ahí veo un mausoleo que invita con sus puertas abiertas, refugio para el que no tiene techo en la finca de los muertos. Entro, silencio sepulcral, sólo las gotas se dejan oír al estrellarse contra sus hermanas hechas charco. Algo más se oye, algo que agrieta el muro del mausoleo, algo que no me atrevo a mirar, pero quiero. Miro. Un mensaje. Una cosa simple. Un sueño.
El despertar es el único síntoma de los sueños. Pues, por lo demás, considerando que los cinco sentidos están en los sueños también, es la única diferencia que delimita las dos realidades.
¿Quién sabe, en fin, cual es la realidad? Si el dormitar o el despertar, si la catedral o la cama. No importa. Sólo importa el mensaje, sólo importa la enseñanza, sólo importa lo que aprendemos, lo que hacemos, lo que somos cuando llegamos al cementerio. Cuando el agua se filtra por la piedra de nuestra tumba, pueden nuestros restos hacer infusión de putrefacción de sabiduría aprendida, sueños de luchador y acciones de lecciones, o infusión de putrefacción de necedad, inacción y lecciones ignoradas. Mejor nos es pudrirnos hechos y satisfechos, que desechos y lamentados. Sepan vuestras mercedes que la hechura, la satisfacción, sólo vienen tras la lucha contra lo que impera; cuando nos conquistamos y nos regimos, cuando no dejamos que nuestras sensaciones nos rijan. Esto es, cuando delimitamos nuestra propia realidad y no dejamos que lo que vemos sea nuestra única posible realidad. Sueñen, sueñen mis lectores, que en los sueños vivimos nuestros sueños, en nuestros sueños vivimos nuestra realidad.