Claroscuro: Prólogo
Claroscuro – Capítulo 1: El partido
Claroscuro – Capítulo 2: Fernando
Claroscuro – Capítulo 3: El caserón de la calle Alberdi
Claroscuro – Capítulo 4: Gonzalo
Claroscuro – Capítulo 5: Miércoles
Me quedé con el teléfono en la mano mirando el negro de la pantalla. No habrán pasado no más de cinco minutos (que parecieron dos horas) hasta que reaccioné.
Desbloqueé mi celular y busqué en la lista de llamadas perdidas. El número sin registrar de Clara parecía saltar. Con nervios, pero con mucha ansiedad, le di al botón verde para llamar. La respiración se me acortó, y con cada tono, el corazón aceleraba pulsaciones. Finalmente del otro lado, Clara me saludó:
– Hola, ¿Juan?
Pensé que nuevamente me iba a fallar la voz. Me imaginé tartamudeando, o cortando la llamada. Me sentía un niño en apuros. Pero de la nada misma, saqué el valor de pasar y romper la primera etapa: El saludo.
– Hola… ¿Clara?-
– Sí, sí. Soy yo. Menos mal que te encuentro. Pensé que había metido mal el dedo o que Pablo me había pasado cualquier número.
Solté un suspiro por mi nariz, suspiro acompasado de nervios que se liberaban.
– Qué loco escucharte, Clara.- le respondí haciendo caso omiso a lo que ella había comentado. Le respondí con sinceridad, como si la frase que destrabé hubiese sido una parte de mi corazón expuesto.
– Sí. Totalmente. No sabía si llamarte o no, sinceramente. Pero pensé “hace tanto que no los veo, que si caigo así nomás al casamiento va a ser raro para todos.” Después de todo, yo soy una invitada algo lejana.
“No te creas. Sos más cercana de lo que pensas.” quería contestarle. Pero en cambio sólo solté una risa balbuceada.
– Pero bueno, contame de vos.- retomó Clara.
Me puse a caminar por la habitación, intente en pocos minutos darle un resumen de mi vida. Un resumen meticuloso, omitiendo muchas partes a propósito. Después de todo, el asombro de la charla no me dejaba ser yo mismo.
Ella aguardo pacientemente hasta que terminé de hablar, y una vez ahí fue su turno para contarme sus cosas.
Fueron casi veinte minutos de soliloquio de Clara. Sé que me contó los detalles de su vida amorosa pasada, de sus novios que le fallaron. También narró los sucesos económicos exitosos que le han valido una reputación en la alta alcurnia. Relató también su, prácticamente nueva, soltería y el amor por sus tres perros. Pero no podría explicarles con detalles todo eso. Porque no fue relevante para mis sentimientos. Mi gran y confusa mixtura de sentimientos. La escuchaba, pero no la oía. Intentaba con fuerzas enfocarme en su charla, pero a cada milésima me repetía a mí mismo: “estás hablando con Clara. Con esa etapa de la vida que parecía no haber existido. Estas hablando con un fantasma.”
– ¿Estas?- me preguntó Clara. Se ve que mi silenció era evidente.
– Sí, sí. Estoy escuchando.
Clara se percató de mí no querida apatía, y torció la charla – Pero bueno, ya hablé mucho de mí…creo que el objetivo de la charla está completo. Llamaba para romper el hielo y terminamos haciendo agua de toda la situación.- Rió falsamente para aliviar la tensión.
– Sí, la verdad que si…- Me había quedado sin palabras nuevamente. Mi mente me entierra en mi zona de confort, que ahora está en llamas de tantos desarreglos.
– Bueno. Se me ha hecho tarde.- Seguramente mintió. – ¿Te puedo pedir un favor?
Un favor de Clara. La frase me erizó la piel. La última vez que clara nos pidió un favor, nuestras vidas cambiaron rotundamente.
– Si…decime.- le contesté, ahora temeroso.
– ¿Le podes decir vos al resto de los muchachos que hablaste conmigo? No quisiera llamar uno a uno y repetir como un lorito lo mismo una y otra vez. Me harías un gran favor.
“¿Por qué yo?” pensé “¿Por qué justamente a mí de los cinco, me tenías que llamar?”
– Dale, yo hoy cuando los vea, les comentó.- miento. Miento y me disgusto. Miento como si una fuerza superior me empujara a cumplir hasta el más sencillo de sus pedidos. Después de tanto tiempo, de tantos años…
Nos despedimos fríos, como dos extraños.
Suelto sobre la cama el teléfono desde una altura considerable, dejándolo caer a propósito. Me siento desganado sobre el colchón. La mirada perdida en la nada me dice que ahora todo es cierto, y que no me queda más que afrontar al pasado para cerrar en el presente la puerta hacia el futuro. Por suerte no estoy solo, somos cinco. Y mi corazonada me dice que estamos todos en la misma posición. En un par de horas lo averiguaré.
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