/Claroscuro: Capítulo 12 – Claro

Claroscuro: Capítulo 12 – Claro

 

 

Los cuatro amigos se quedaron en silencio. Esa fue la primera reacción y la única que parecían demostrar.

-Chicos ¿Son ustedes? – Repitió de nuevo, Clara. Esta vez seguía caminando firme hasta el grupo de amigos. La pregunta era retórica a esta altura; tanto la mujer como el grupo de hombres, sabían quién era cada uno.

Fue Juan quien rompió el silencio:

-¿Cl…Clara? –el tartamudeo fue involuntario pero necesario para soltar una gran bola de angustia acumulada.

-¡Juanma, estas igual!- Y la fémina apresuró su dócil caminar sobre sus tacos para abrazarse del anonadado amigo. La fémina lo rodeo con sus brazos y lo apretó. Juan sintió que hacía años que nadie lo apretaba de esa forma, y así era en realidad. Tardó varios segundos, que parecieron eternos, en corresponder el abrazo. Fue incomodo, fue hasta innecesario, pero ahí estaban.

Los tres amigos restantes apenas si podían respirar. Como si todos sus cerebros se hubiesen sincronizado, ninguno de los cuatro dio crédito a sus ojos. Clara no podía estar ahí y mucho menos actuando como estaba actuando.

– Bueno, van a entrar o… – Pablo hacía su aparición desde el interior del salón, para avisar que estaba todo listo. No sabía que se unía a ese cuadro surrealista y se volvía parte de la estática pintura en sólo un instante.

-¡Pablo, felicitaciones!- Clara ahora soltaba a Juan y se disponía a abrazar a Pablo. Los cinco ahora, respiraban como uno.

Uno a uno Clara fue saludando. Uno a uno de los amigos le respondieron con silencio y tibios amagues de entrelazarla entre los brazos.

-¡Bueno, veo que estamos todos impactados! ¡Vamos adentro! ¡Pablo, llévame con Milagros! Tengo que felicitar a la flamante novia por este evento.-

Como un zombi, Pablo caminó delante de la mujer, guiando a una enfática fémina que encabezaba una fila india de cuatro varones anonadados.

Cuando Pablos halló a Milagros, su esposa, dejó a Clara y volvió con su grupo de amigos. Los cinco, parados apenas en el interior del salón, seguían en estado catatónico.

– Que hija de puta…- Juan daba el puntapié inicial para salir de esa fase aletargada.

– No lo puedo creer.- decía Fernando.

– Está riquísima.- Gonzalo y la acotación al margen.

– No entiendo nada…cómo puede aparecer así, de la nada. Cómo puede reaccionar de modo tan natural…- Mauricio rebelaba por los cinco.

– ¡Qué hice…qué hice! ¡Por qué dejé que Milagros la invite!- Pablo hacía mea culpa.

– Muchachos, actuemos normal. No se me ocurre otra cosa.- Gonzalo había bajado rotundamente al suelo y se daba cuenta de la situación. Estaban en el casamiento de Pablo. No podían dejar que algo así arruinara el evento para tanta gente. Rápido trato de organizar un plan: – El que quiera y tenga ganas, le da bola, habla o lo que sea. El que no quiera, ignórela. Tratemos de que esta noche pase y después veremos que hacemos.- sopló fuerte por la nariz y agregó –Pablo, boludo, nada puede opacarte esta noche. Vos disfruta, nosotros nos encargamos.

Todos asintieron. Y a la vez, todos optaron por ignorarla.

La noche empezó a pasar lentamente. Pasó la cena, empezó el baile. Y minuto a minuto todos cumplían con su opción elegida: ignorar. Fernando y Mauricio volvieron con sus respectivas esposas y sus hijos. Rápido intentaron no hacer contacto visual con Clara. Pablo pudo distraerse entre tantas cosas que ocupaban su cabeza esa noche y logró el objetivo de sus cuatro amigos: relajarse y disfrutar a medias su casamiento, olvidarse de Clara. Juan y Gonzalo se lanzaron a la lucha de ser el nexo entre sus amigos y Clara. De vez en cuando cruzaban una mirada con la mujer, pero se escapaban en cuanto tenían posibilidad. Y Clara, giraba por entre los grupos de personas, socializando, intentando hacer acercamiento con el grupo de los cinco. Pero no lo logró. Al final desistió y optó, al igual que los varones, por la opción de ignorar.

Eran niños. Adultos al fin, pero niños tratando de evadir responsabilidades.

Estuvieron gran parte de la noche así, hasta que Gonzalo recapacitó: -Cómo puede ser que estemos haciendo esto. Escapándonos como pendejos porque ninguno junto huevos para enfrentar a esta mina. Teneme la cerveza –Y le estiró un vaso a Juan- voy a echarme una meada. En cuanto vuelva, yo a esta mina la encaro y le canto las cuarenta.

– Para Gonza, estas medio en pedo.

– Ni en pedo, ni nada. Me va a escuchar. Esperame que voy al baño.

Juan vio cómo su amigo medio tambaleante se alejaba del lugar camino al baño. Bajó la cerveza de Gonzalo a una mesa, y salió al enorme parquizado dejando atrás el salón que desbordaba gritos, música y fiesta. Mientras caminaba por el exterior, buscó en el bolsillo interior del saco un paquete de cigarrillos. Con desesperación lo prendió. Necesitaba, como hacía mucho tiempo que no sentía, ese cigarrillo.

Cuando las cenizas consumían la mitad del pitillo, sintió una presencia en sus espaldas. Una sombra. Giró en su eje y dijo:

– Gonza, te dejé el porrón en la me…

Pero no era Gonzalo la sombra que ahora se posaba de frente a sus ojos. Era la sombra del pasado. Clara se aproximaba cabizbaja a su encuentro. Ya no era la misma mujer que hacía un par de horas bajó del auto importado luciendo una sonrisa despampanante. Ni siquiera se veía una mujer hermosa. Juan la vio despojada. Por primera vez en toda la noche, Juan vio a Clara como la niña de hace veintiún un años atrás.

– ¿No tenes otro cigarrillo?- le dijo.

Juan metió nuevamente la mano a su bolsillo y le ofreció lo que la mujer le pidió.

– Tenemos que hablar, Juanma.

– Tenes que hablar, Clara. Y no sólo conmigo.

Clara asintió. Prendió el cigarrillo con la gracia que sólo las mujeres tienen para hacerlo; con esa elegancia y rebeldía que enamora hasta el más duro de los corazones.

– Ya me estoy yendo. Mientras me despedía le dije a los chicos que salieran un minuto.

A lo lejos, en la entrada del salón, se veían Mauricio, Fernando, Gonzalo y Pablo, caminar dubitativos con destino al parquizado.

– No les va a gustar lo que tengo para decirles.- dijo la mujer a Juan, casi entre dientes, mientras soltaba una gran bocanada de humo.

– Decilo de una vez Clara. No nos importa. Hace veintiún años que esperamos que hables.

En menos de un minuto, Clara y los cinco amigos se reunieron en la oscuridad de la noche, sobre el húmedo césped de una noche fría. Todos observaron como la mujer arrojó el cigarrillo al suelo, lo pisó con su taco y mirando al cielo, dijo:

– Bueno, acá voy…