Todo lo qué pasó aquella noche fue perfecto. Pero, lamentablemente el tiempo tenía que seguir avanzando.
Empecé un camino de descubrimiento personal, tratando de darme cuenta que es lo que me pasaba con Erika. Quizá ella ya había tenido otras relaciones casuales, pero a mí eso de los amigos con derechos no me iba, pero tampoco quería asustarla ofreciéndole algo que no estaba segura de que fuese a aceptar.
En la relación de convivencia las cosas empezaron a ir de bien en mejor. Se animó de a poco a contarme más de su historia, de cómo es que la vida y la casualidad la habían traído hasta este lugar, que ahora se había convertido en nuestro.
Un día me dijo – tenemos que hablar – Aquellas simples palabras, siempre han sido el terror de aquellos que nos han dejado.
“No, otra vez no” pensé para mis adentros. No podía estar pasando.
– Como te dije, es la primera vez que me pasa de sentir lo que siento por otra mujer, y yo sé que no es solo algo físico. Es algo más – me dijo.
Ahí respiré. Entendí hacia donde se quería dirigir.
– Pero por otro lado te tengo que decir la verdad. He sufrido mucho por amor, pero no puedo negar que lo qué pasó esa noche hizo temblar todo mi ser. No sé. Necesito que vayamos despacio Monse. Necesito ir descubriendo que me pasa.
Y no lo dudé. Le di, casi de prepo, un beso en sus labios, y le dije – esto es lo que nos pasa mulata.
Piel a piel. Hicimos el amor. Yo con ella nunca sentí que era solo físico. En este caso, también estaban involucrados los sentimientos.
¡Recuerdo tan vívidamente ese día! Erika había salido a comprar unas cosas y yo estaba en mi estudio leyendo un libro. Tocaron el timbre. Pensé que quizá fuese ella que se había olvidado algo. Y de pronto al abrir la puerta lo vi ahí, parado, mirándome.
Recordé la sangre de mis muñecas. Las heridas empezaron a doler. Cerré la puerta de golpe.
– Monse por favor necesito que me abras la puerta – Era él que había vuelto, yo no sabía por qué.
– Por favor. Andate Federico. No puedo verte, ya no – le dije mientras en mis ojos se formaba un río que quería salir.
Y en eso sentí como él desde afuera abrió de golpe el picaporte, y con la fuerza me empujó y me tiró al piso.
– Monse. Te amo. He vuelto para que estemos juntos – Me dijo, casi como un lamento.
– No, por favor ¡necesito que te vayas! ¡Vos no vivís más acá! – Le dije.
– Mira, esto no es opcional si no estás conmigo, ¡ya no vas a estar con nadie más! – Y acto seguido hizo lo que nunca me hubiese esperado de él, sacó una pistola de su cintura y me apuntó con ella.
– ¡Sos un enfermo Federico! – Le alcancé a gritar, y después lo sentí. El dolor profundo e inesperado, y la sangre, que por mi pierna derecha empezó a correr – ¡¡¡Me disparaste hijo de puta!!! – Fue todo lo que alcancé a gritarle. Y de pronto alcancé a ver como Erika entraba por la puerta, y tiraba las bolsas en el piso. Lo que vi después no sé muy bien cómo interpretarlo, pero vi que ella le alcanzó a sacar el arma con un movimiento rápido de su cuerpo, y le pegó un solo golpe de puño que lo dejó noqueado en el piso. Después perdí el conocimiento.
Cuando me desperté estaba en una cama de hospital, y Erika mirándome.
– Mulata, me salvaste la vida – alcancé a decirle. Y ella se acercó a mis labios y me dio un beso hermoso. Lento.
– Ese hijo de puta destrozó parte del tatuaje que tienes en el muslo, preciosa. Cuando te vi ahí tirada sangrando me acordé de todas las lecciones de capoeira que había practicado en la preparatoria.
– ¿Donde está Federico ahora? – Le pregunté.
– Está detenido. Tenés que ir a hacer la denuncia, pero no va a salir por un buen tiempo.
– Perdóname por meterte en todo esto. Jamás me imaginé que después de un año de terminada la relación, iba a volver.
– ¿Sabes en donde me quiero meter ahora? – Me dijo.
– En tus sábanas – y ahí lo supe. Íbamos a estar juntas.
– A veces hace falta un empujón para aclarar todo lo que uno siente – le dije.
– Bueno, en este caso no lo podrías haber dicho mejor – me respondió.
Piel a piel. Con mis labios voy dibujando su figura. Ella va dejando despacio, toda mi ropa sobre el piso. Me besa los labios, baja hasta el cuello y se hunde en mis pechos. Cierra los ojos. Beso sus alas en la espalda, nos recostamos en el sillón, ella se sube arriba mío y empieza a cabalgar como hábil jinete.
Yo la siento. El placer se hace dueño de nuestros actos. Ya nada más que el momento importa.
Nos besamos con la seguridad de no querer besar jamás otros labios que no sean los nuestros. Nos transformamos en una sola.
Llegamos al éxtasis juntas, agotadas y con ganas de volver a repetir.
– Mulata, ¿ya se te acabaron las dudas? Mira que si no, te las saco a besos – le pregunto, mientras que con un dedo juego con uno de sus rizos.
– Sabes que si – Me responde, y sus labios me terminan de dar la pauta.
Contra todo, ya no habría necesidad de volver a la soledad. Una las dos. Piel a piel.
FIN