/Abdiel y las almas viejas | Kadim, el ejecutor II

Abdiel y las almas viejas | Kadim, el ejecutor II

Leer el capítulo uno

Capítulo 4: El horror

Se levantó antes de lo normal por la mañana, se preparó un café negro como el petroleo, se vistió y fue hasta la casa de Beatriz. Al llegar a su casa la encontró cerrando la puerta de entrada.

– Hubiera apostado a que venias.

– No doy mas de los nervios, estoy desesperado.

– Yo tampoco, realmente tengo muchas cosas para decirte. Es complicado.

Desde que subieron al coche hasta que llegaron al despacho de Gustavo evitaron tocar el tema, no querían que se perdiera ningún detalle.

– Por donde empezar, esto me excede – dijo suspirando Beatriz con la mirada preocupada.

– No creí vivir para escucharte decir algo así.

– Es que realmente me supera. ¿Crees en Dios?, ¿El Diablo?

– Por supuesto, Abel es un milagro en si mismo.

– Para empezar ¿Sabes de donde viene la palabra Kadim?

– Si, eran los esclavos cristianos de los árabes.

– No eran, son, en algunos casos.

– No te pongas supersticiosa.

– Gustavo, soy la psicóloga mas capacitada de la provincia, posiblemente de Cuyo, no estoy hablando por hablar. Por mas irracional que suene por favor escuchame con atención. Para empezar, Nancy sufre de “trastorno de la personalidad por dependencia”. Es un trastorno bastante frecuente.

– ¡Pero nunca tuvo problemas de este tipo! – acotó Gustavo.

– Siempre los ha tenido, lo que pasa es que tu personalidad no los exacerba, ella necesita contención, guía, aprobación permanente. Tu personalidad de a poco la fue, digamos, no curando, porque estas patologías no se curan nunca en realidad, sino van amortiguando sus efectos.

– ¿Y que cambió ahora? ¿Abel?

– Si, él mismo.

– Decime, ¿a vos en algún momento te pareció que Kadim fuera su nombre?

– Lo había escuchado varias veces decirlo, pero sinceramente nunca me sonó a que se quisiera llamar así.

– Justamente, el no se llama así, ni quiere llamarse así, ni ninguna de esas pelotudeces, él cuando dice “Kadim” está dando una orden, él esta diciéndole a Nancy algo como “esclava, obedéceme”. Le llama la atención, la disciplina, y su trastorno la hace totalmente sumisa a su influjo. Él es su dueño, y esto no va a mejorar, va a ser mucho peor cuando crezca, cuando llegue a la edad adulta.

– ¿Pero de que me hablas? ¡Es un pendejo, tiene 6 años, una patada en el orto y se acomoda!

– No, ¿sinceramente crees que él sea solo un niño? ¿Qué le pasó a su familia biológica?

– Pero…

– Decime, ¿Qué le pasó?

– Murieron quemados.

– Él no es un niño solamente. Es algo más.

– ¿Algo cómo qué?

– Hay que averiguarlo antes de que siga, controla a Nancy, es peligroso, más ahora que se dio cuenta que lo estamos analizando.

– Muchas gracias Beti.

– Por nada Gusti, me voy a dar clases.

La mañana continuó sin sobresaltos. Gustavo pidió que le trajeran un termo de café y que nadie lo molestara hasta que él lo indicara. Se sentó a leer los diarios, a hacer anotaciones, cualquier cosa que le mantuviera despierto, pero a media mañana el sueño lo venció…

***

El viento lo había cubierto de arena, apenas podía abrir los ojos, las pestañas le pesaban, sus pulmones respiraban con dificultad. El viejo rancho de adobe se veía lejano. Apuró el paso previendo que otra ráfaga de viento lo envolviera, temía no poder resistir otro embate.

La puerta del rancho eran dos o tres tablones unidos por unas correas apenas sostenidos al marco. Golpeó, nadie respondía, insistió con más fuerza, abriéndose la puerta de par en par.

Un grupo de personas encapuchadas rodeaba una mesa mientras rezaban versos incomprensibles. Se acercó con total confianza, corrió a uno de los presentes para espiar sobre la mesa. Un recién nacido al que aún le colgaba el cordón umbilical lloraba y pataleaba sobre ella. Uno de los encapuchados dirigía los cantos, Gustavo no comprendía el idioma, ninguno se sorprendía de su presencia y continuaban como si nada con el ritual.

Una mujer tomó al niño por el cuello y le tapó la nariz. El hombre que aparentaba más jerarquía escupió en su boca. La mujer descolgó una gallina de la pared, y la degolló sobre el niño.

– Kadim – le gritó uno de los concurrentes.

– No, yo no soy Kadim

– ¡Kadim!

– ¡No!

– ¡¡¡Kadim!!!

***

– ¡Gustavo! – gritó una empleada administrativa.

Se despertó sobresaltado

– Gustavo por favor hace algo, ayudanos, Beatriz se volvió loca.

Corrió hasta el pasillo. Una de las alumnas de Beatriz se tomaba de la cabeza, mientras goteaba sangre.

– ¿Que pasó? ¡Decime que paso! – insistió Gustavo nervioso.

La muchacha alzo la cabeza y se quito las manos de encima. En un arrebato de locura Beatriz la tomó del cabello mientras escribía en el pizarrón, la golpeó una y otra vez, una vez en el suelo la tomó del pelo tirándolo con furia, arrancando buena parte de su cabellera. El cuero cabelludo pelado estaba totalmente cubierto de sangre. Gustavo no daba crédito de lo que veían sus ojos.

– Gustavo por favor hace algo – rogó la empleada.

– ¿Que pasó?

– Está encerrada en el aula con dos alumnos, no podemos entrar.

Había trabado la puerta con llave, por una de las ventanas se veía a dos de sus alumnas agazapadas en un rincón del aula, completamente aterrorizadas.

– Los chicos intentaron detenerla pero no hay caso, es imposible.

Mientras intentaban voltear la puerta vieron como rociaba a sus alumnas con un frasco de perfume. Acercó un encendedor, las dos jóvenes intentaron escapar, apagar las llamas que las envolvían, pero mientras mas se defendían, Beatriz las golpeaba con furia animal contra la pared. Cuando dejaron de moverse Beatriz descolgó una de las cortinas y la ató a la reja de una de las ventanas, amarró el otro extremo en su cuello. Corrió hacia la puerta, mientras el nudo se cerraba sobre su cuello ella empujaba más y más, apretaba los dientes a la vez que los ojos se le salían de sus órbitas. Tanta fue la fuerza que hizo que la cortina cedió y termino dándose contra la puerta. En el piso lleno de sangre convulsionaba como un pez fuera del agua. Cuando lograron abrir la puerta ya era demasiado tarde…

Capítulo IV: removiendo el pasado

La policía no tardó más de unos minutos en llegar; y sin embargo lo hicieron tarde. No daban crédito de lo que veían sus ojos, ni siquiera entendían bien lo que estaba pasando. Una maestra se había vuelto loca, era lo único que sabían.

– ¿Quien es el jefe aquí?

– Yo… Gustavo Bengoa.

– ¿Puede explicarme qué fue lo que pasó?

– Realmente no, debería ver con sus propios ojos primero.

El oficial quedo petrificado en la puerta del curso, el nauseabundo hedor a carne quemada, el cuerpo envuelto en un charco de sangre.

– Nos dijeron que una profesora se había puesto histérica, que había maltratado a una alumna.

Los testimonios eran confusos, enredados, histéricos, pero todos coincidían en que Beatriz Lienso se había vuelto loca y que, dueña de una furia asesina, acabó con su vida y la de dos alumnas de una manera monstruosa, difícil de digerir hasta para el más experimentado.

Beatriz Lienso tenía una carrera impecable, había estudiado en la UBA y era una reconocida psicóloga, sin ningún antecedente de violencia.

Gustavo estaba petrificado, aun no sabia qué es lo que estaba sucediendo, pero sabia que tenia que actuar, aunque no sabia ni por donde empezar. Pasó el resto de la mañana dando declaraciones a la policía y a los medios locales, repetía como una grabadora, sin mostrar ninguna emoción.

Cuando se retiraba de la facultad lo interceptó un periodista con una grabadora en la mano

– Señor Benoga ¿ Alguna declaración?

– Lo que tenia para declarar se lo he dicho a la policía. Por favor respeten a las víctimas

– Pero no es la primera vez que su familia se ve involucrada en una tragedia de estas características – Gustavo se pegó la vuelta y lo acogotó contra la pared

– ¿Qué sabes de mi familia?

– Perdón, lo del niño solamente.

– ¿Qué niño?

– Su hijo adoptivo, Abel

– ¡Esa información es confidencial hijo de puta! ¡Cerrá la boca!

– Si, sé que es confidencial, no se preocupe, por favor tomemos un café y le explico, no quiero incomodarlo.

– ¿Por qué debería escucharlo?

– Porque se cosas que usted no, cosas que le pueden servir.

– Mas te vale que no me estés tomando el pelo pibe, no estoy de humor.

– No señor Bengoa, se lo juro.

Fueron hasta un cafecito escondido en una de las galerías del centro, en el rincón mas oscuro.

– ¿Que es lo que sabes?

– Espere, primero lo primero, me presento. Oscar Cerdan, de San Rafel, trabajo para Radio Nacional.

– Mucho gusto, imagino que sabes quien soy, no hace falta que me presente. Explicame que es lo que sabes pibe, dale

– Empecé a trabajar como becario en radio Nacional hace seis años en la repetidora de mi ciudad. Una madrugada muy fría del año 80 sonó el teléfono de mi casa. Uno de mis jefes, al que no conocía en persona me ordenaba que fuera a cubrir un accidente en la ruta, a la altura de Pareditas, “Anda vos pibe que estas más cerca”, me dijo como si quedara a una cuadra. Le pedí el 1500 a mi viejo y salí a la ruta. Llegue prácticamente con los bomberos, vi en persona como sacaban los cuerpos de la familia de Abel; lloré de alegría cuando sacaron al bebe de entre los hierros retorcidos. En fin, cubrí en primera persona todo el accidente, y seguí la historia, la hice mía, en parte porque era mi trabajo, en parte porque me conmovió el pequeño.

Mi jefe me encargó un trabajo muy importante, no sé si para tener algo de crédito o para anotarse un porotito con el gobierno. Él me encargó que averiguara algo sobre la familia de Abel. Tarea titánica si las hay, porque las llamas acabaron con toda las evidencias, al menos tangibles.

Estaba a ciegas, no tenia para donde disparar, así que empecé a indagar en los pueblos cercanos, muchos lugares en los que no hay ni siquiera luz, y era muy posible que no se hubieran enterado del accidente. Estaba a punto de darme por vencido, hasta que en La Consulta un viejo almacenero me dio un dato.

Hay una familia que vive al final de la calle comunal, un hombre y una mujer de unos cuarenta años con cuatro hijos, uno recién nacido, hace meses que no los veo, me extraña.”

El viejo no se acordaba de los apellidos, pero si del nombre del muchacho, Ricardo, un jornalero de la zona. Fui hasta el final de la calle Comunal, una huella en realidad.

– Déjame adivinar, polvorienta, los álamos añosos que parecen caerse solos, la hijuela tapada de hojas y mugre.

– Nunca mejor descripto. Lo único que había era una enorme finca abandonada, el paisaje era desolador. Estaba por pegarme la vuelta cuando vi una casucha, un rancho desvencijado. Me baje del auto, golpeé, no salió nadie.

Me metí por una callecita interna, hasta que un chiflido me paró en seco. Un tipo de no mas de treinta años, pero muy maltratado, sostenía un perro sucio que no paraba de ladrarme. Le comenté quien era, porque estaba allí, lo que había pasado, pero el tipo aflojó la cuerda que sostenía al perro, comprendí inmediatamente el mensaje.

Aporte lo que sabía a la policía; y al tiempo me entere que ese hombre era el tío de Abel, habiéndolo visto me alegre por el chiquito, no tenia buena pinta.

– Sigo sin entender, ¿Por que venís con esto ahora?

– Me puse muy contento el día que me entere que Abel iba a ser adoptado por una familia de bien, que le podría dar todo lo que el necesitara. Cómo cosa mía fui a verlo a la colonia, dudaba que después pudiera verlo.

Era un niño muy solitario, apenas pasaba el año de edad y las cuidadoras me contaban sorprendidas que rechazaba cualquier tipo de cariño, salvo de una de las ellas, que se había abocado de lleno a su cuidado. Silvina Rosa se llamaba.

– ¿Se llamaba?

– Si, murió hace un mes; y de manera espeluznante. Llevaba dos años internada en el Hospital el Sauce, estaba totalmente trastornada, no dormía por la noche mas que un par de minutos y cuando lo hacía despertaba a los gritos. Hace dos meses le dieron el alta, no se sabe si porque había mejorado o porque necesitaban la cama, la cosa es que le dieron el alta. La semana pasada un kiosquero llamó a la ambulancia, una mujer estaba dele golpearse contra el vidrio de su local, reía y gritaba como loca, cuando llegó la ambulancia intentaron calmarla, pero casi de la nada empezó a vomitar sangre y se desmayó. La blusa que llevaba puesta estaba cubierta de sangre, cuando intentaron darle respiración descubrieron dentro de su boca un caldo de sangre y dientes. Se había tomado dos litros de ácido muriático como si fuese una gaseosa, no hubo forma de salvarla.

Desde hace un mes he empezado a tener sueños muy confusos, hacía años que no los tenia, desde que me aleje del caso, específicamente.

No sé como sigue esto, pero tenemos que hacer algo, antes de que terminemos todos muertos.

– Es imposible que hagamos algo hoy, lo mejor sería que mañana a la mañana partamos a La Consulta, para ver si podemos averiguar algo.

Acordaron reunirse temprano en la mañana, para ir hasta la casa de los padres de Abel. Después de la cita Gustavo marcho hacia la casa que alguna vez había llamado hogar, ahora habitada por dos seres que le eran totalmente extraños y que le causaban pavor. Arrojo el maletín sobre el sillón, y percibió un aroma que hacia años no percibía.

– Amor llegaste tarde, te estamos esperando para cenar – Dijo Nancy a la vez que lo besaba como hacia años no lo hacia. Le saco el saco, la corbata y lo acompaño hasta el comedor, donde los esperaba Abel, sentado como el mas normal de los niños.

– Hola papi.

– Hola amor.

– ¿Como estuvo tu día amor?

– Terrible, sucedió algo terrible en la facultad.

– Contame, por favor.

– No se si es algo que deba contar delante de Abel.

– Contá igual, Abel es un niño inteligente.

– Beatriz se volvió loca, perdió totalmente la cordura.

– ¿Qué hizo?

– En serio que no quiero contarlo delante del niño, es realmente horrendo.

– Si vos lo decís amor.

La cena continuo como si nada, Nancy y Abel se comportaban como si todo estuviera bien, como si lo del día anterior nunca hubiera ocurrido, incluso había dejado de llamarlo Kadim, pero desde el momento que cruzo por el dintel le pareció todo un montaje, como si se hubiesen puesto de acuerdo para engañarlo; y a decir verdad, eran pésimos actores.

Se levantó temprano por la mañana, sin hacer mucho ruido, fue hasta la habitación de Abel, él y Nancy dormían plácidamente, hasta parecían dos angelitos.

Abrió el portón y sacó el auto lo más rápido que pudo, el transito era liviano, todavía no era horario pico.

Oscar lo esperaba en una esquina céntrica tapado hasta la nariz con el cuello de su abrigo…

Continuará…