Desde chica tuve una inclinación particular hacia la historia de Alicia en el País de las Maravillas. Había algo en esa idea de caer a un mundo diferente, donde la lógica no aplica y todo tiene una literalidad pasmosa, que me volaba la peluca. Ni hablar de la versión de Disney, con esa música hipnótica y ese colorido sobre un fondo negro, una joya y quizás la única película de la industria del ratón que no me invita a cambiar de canal.
Pero, como suelo hacer bastante seguido con muchos libros, me lo crucé tirado en mi casa y tuve que leerlo de nuevo. Como anécdota puedo decir que fue el primer libro que compré con mis ahorros, y eso lo hizo aún más especial. Fuera de la nostalgia inicial, empecé a encontrar un sentido distinto en la narración, algo que de pequeña no supe asimilar. Quizás sea que Alicia no cayó simplemente en una dimensión distinta, o si, pero esa dimensión no era el país de las maravillas; era una visión al mundo de los adultos.
Ya de entrada nos encontramos con Alicia hastiada por algo tan simple como un libro «sin ilustraciones ni diálogos». Típico, todos en algún punto nos encontramos aburridos por las cosas de «los grandes». En ese momento, Alicia ve pasar al conejo, el cual proclama estar apurado mientras sale corriendo. Alicia lo sigue, ya que encontró esto sumamente curioso y atractivo. ¿Quién no jugó al cajero, a la secretaria, al doctor, al celular sonando cada 5 minutos? Ese aspecto de la vida de los adultos nos suena tan llamativo que lo hacemos parte de nuestros juegos y no podemos esperar a que sea realidad.
Al seguir al conejo, Alicia cae por la madriguera, y al caer, ve como pasan frente a sus ojos estanterías llenas de libros y mapas hasta llegar a un salón con una botella que dice solamente «Bébeme», un pastel que dice «Cómeme», una mesa, una llave pequeña sobre ella y una minúscula puerta. Todas estas órdenes llevan a que Alicia se sienta frustrada ya que la botella la encoge, el pastel la hace crecer y ambas cosas hacen que se vuelva difícil conseguir la llave que abre la misteriosa mini puerta que da paso a un escenario más de este mundo paralelo y una salida a este salón de paso. Yo a este salón de paso le diría que es la adolescencia. Crecemos en muchas formas y muchas cosas nos hacen retroceder. Crecemos tanto que no cabemos en nuestro espacio, nos empequeñecemos de tal manera que no podemos alcanzar eso que tanto buscamos. El mar de lágrimas que lloró Alicia se explica por sí solo.
En ese mar, encuentra amigos, los cuales no solo la ayudan a salir del mismo, sino que le explican teorías tan simples como el odio entre perros y gatos. Ese hermoso tiempo donde tenemos tiempo de contemplar lo que nos hace auténticos, nuestras ideas y teorías. Una pausa, un momento de reflexión y conocimiento con los pares, los cuales nos ayudan a transitar ese crecimiento en las cosas de un mar de frustración.
Alicia sale rápidamente de su diversión cuando ve pasar al conejo nuevamente, el cual sigue apresurado y busca su abanico y guantes, mientras confunde a Alicia con su criada. Ella no discute con tal de poder seguir al conejo en su frenética carrera y así es como llega a su cuarto. Nuevamente, una botella que dice «Bébeme», un crecimiento desmedido, un problema con el tamaño de la casa y unos vecinos que la obligan a escapar hacia el bosque. Acá me tengo que parar a considerar que el conejo pasa a tomar el papel del tiempo, quien siempre corre sin parar y nos invita inevitablemente a seguirlo. Pero, ¿quién dijo que seguirlo de una manera que no es nuestra nos lleva a un buen camino? Alicia siguió al conejo, cayó en la tentación nuevamente de hacer lo que se le presentó sin pensar en sus consecuencias, y se vió en la necesidad de escapar del problema. Todos tomamos decisiones erradas, todos somos humanos.
En el bosque, Alicia se encuentra con un hongo gigante, en el cual descansa una oruga fumando muy relajadamente. Cuando el insecto le pregunta a Alicia sobre su identidad, ella no sabe qué responder, y se cuestiona esto debido a sus cambios y a qué posee una estatura que no es la suya; y resulta ser la misma de la oruga. Ésta se ofende, y antes de retirarse, le indica a Alicia que un lado de la seta la hará crecer y otro encoger; con lo que la niña come hasta llegar a un tamaño que considera apropiado. En algún momento me mencionaron la famosa «crisis de los veinte», ese momento donde no nos conocemos, ya que venimos de una serie de cambios, los cuales incluso nos pueden dejar de una situación de inconformidad. El recelo de la oruga nos demuestra nuestra percepción del mundo, una espalda que nos deja por nuestra cuenta, y a veces con suerte, con una ayuda para encontrar el camino hacia lo que consideramos una imagen «ideal» de nosotros mismos.
Con esta aceptación, viene un período de relajación, donde nos encontramos frente a nuestras posibilidades de ser y el derecho a disfrutar. Tal como Alicia encontró al gato de Cheschire en la casa de la Duquesa invitada a jugar al criquet con la Reina, todos encontramos nuestro nexo a la diversión. La merienda del Sombrerero Loco, la falta de lógica y el exceso de diversión. Todo es divertido, hasta que al igual que Alicia, debemos pararnos de la mesa para seguir esa nueva puerta que se abre frente a nosotros. En el caso de la historia, un nuevo jardín.
En este jardín, aparecen los jardineros de la Reina, los cuales pintan los rosales para su soberana. Alicia nota que los trabajadores se encuentran corrigiendo un error para evitar ser decapitados, y esto mueve a la niña a defenderlos frente a la tirana cuando ésta descubre una falencia. Al lado de su Majestad, se encuentra el Conejo Blanco, como su fiel y aterrado asistente. Alicia no se enfrentó a una monarca con un delirio de grandeza desmedido, se enfrentó al poder y la injusticia hechos uno. Ambas pueden pedir una partida en la que no esperan otra cosa que ganar, pueden acusarnos de lo que no cometimos y llevarnos a defender nuestra verdad. Pero por sobre todo, pueden hacer del tiempo su cómplice, dejándolo incapaz de ponerse de nuestro lado.
En el juicio final al que se somete a Alicia, la Reina determina que ésta debe ser decapitada, a pesar de haber demostrado en el juicio que todo lo sucedido no pasa de ser una situación sumamente ilógica y absurda. Esta es su verdad, la que ella percibe y defiende. Las cartas, o soldados de la Reina de Corazones, se abalanzan sobre Alicia, la cual despierta en el regazo de su hermana, en el mismo lugar donde empezó sintiendo hastío por el libro de adultos.
Todo en la vida da vueltas, pasamos por el juicio, fuimos a la sentencia, y en un parpadeo volvimos a ese momento donde ya todo es parte del pasado. Algunos pueden volver a ese estado de tranquilidad tan propio de almas que no han vivido lo suficiente o que han vivido demasiado y proceden, al igual que Alicia con su hermana, a relatar su historia, con la misma emoción que durante su vivencia. Lo vivido es recuerdo, y como tal, transmitirlo para que sea parte de la memoria popular que nos hace ser, es algo perfectamente humano.
En resumen, Alicia no cayó al País de las Maravillas, creció y vivió como cualquiera de nosotros.