Era una madrugada de verano, de esas que el calor agobia y no deja dormir en Mendoza. Eran casi las 3 de la mañana, yo vivía en la casa de mis viejos, en un departamento que está detrás de la casa, separado por un patio bastante grande, en donde también hay un baño y una lavandería.
Como hacía tanto calor, había tomado demasiado agua y a esa hora me mataban las ganas de ir al baño. Me desperté enojada por la temperatura, la sed y las ganas de orinar. Estas cuestiones me impedían conciliar el sueño, por eso la bronca.
Salí del departamento y me quedé parada en el umbral de la puerta, una sensación extraña me sacudió entera. Había algo que no podía ver. Busqué con la mirada a mi perra, una border collie muy guardiana. Me alarmé… ella no estaba en el patio tirada de panza roncando como de costumbre, tampoco estaba la mascota de mi sobrina, que por cierto, era un labrador bastante molesto.
Igualmente, con el cuerpo en alerta, me dirigí al baño. Cuando bajé el escalón vi de reojo una persona en cuclillas en el borde del techo. Sin dudarlo un segundo caminé rápido hasta el baño y me encerré. En ese momento miré por la cerradura de la puerta y vi que esa persona todavía estaba ahí, que no era producto de mi imaginación. El corazón me comenzó a latir desenfrenadamente, no sabía qué hacer. Del miedo comencé a sentir que no iba a poder aguantar las ganas orinar, entonces me arrimé hasta el inodoro y ahí pude ver que detrás del mismo estaban acurrucados los dos perros, también tiritando de miedo. Los dos eran una masa de pelos que apenas se movían para respirar.
Volví a mirar por la cerradura y “eso”, que no era una persona, estaba parado a 45 grados en el borde del techo, como dando un salto hacia el patio. Me quedé muda y sentía que desde la boca del estómago tiritaba, los dos perros empezaron a llorar casi en silencio, junto conmigo, como entendiendo que no debíamos hacer ruido.
No sé qué tiempo pasó cuando por fin me decidí a salir, no por valiente o temeraria, sino que había recordado que la puerta del departamento estaba abierta y adentro dormía mi hija (una niña de casi 3 años) y mi esposo. El miedo a que algo les pasará me motivó a salir del baño, que en ese momento el calor era asfixiante.
Salí y esa cosa estaba parada justo al lado de la puerta entonces la vi de frente. Era una mujer espantosa, como podrida, lacerada y vestida con trapos rotos. Ésta me hizo una mueca de risa, como burlándose de mi miedo, entonces me puse a rezar el Padre Nuestro. Aunque no lo rezó seguido, lo sé de memoria. Con la poca voz que me quedaba, víctima del miedo, le pedí que siguiera su camino y que Dios la acompañara. Ella se rió y me dijo algo así…
“Cuando el sol esté sobre tu cabeza y que tu sombra sea muy corta, nos vamos a cruzar. Hasta ese momento no digas una sola palabra”
De un salto subió al techo y salió corriendo entre las tejas de los vecinos sin hacer un sólo ruido. El sol ya casi estaba apareciendo y justo cuando dejé de sentir esa sensación de terror, los dos animales salieron del baño, como si los hubiesen retado, casi arrastrándose.
Me fui a acostar, sin creer en todo lo q había pasado. Horas después desperté, ya de día, decidí no contar nada. Al medio día salí a hacer algunas compras. Paré en el kiosco de al lado de mi casa y me encontré con una vecina de reputación dudosa. Me preguntó cómo había dormido y que si sabía guardar secretos. Un escalofrío me recorrió por completo, comencé a tiritar y se me cayeron las bolsas con mercadería, desparramándose todo por el piso del local. Me agaché a recoger las cosas y pude ver la piel de sus pantorrillas, descascarada y putrefacta, di media vuelta en el suelo para recoger otras cosas y desapareció. Desde ese momento no la volví a cruzar de frente en ningún lugar. Ella sigue viviendo en el mismo barrio, yo me cambié de casa por el miedo. Aunque nunca le conté a nadie lo sucedido, hasta ahora. Creo que el dicho de que no existen, pero de que las hay, las hay es bastante cierto.
Escrito por Andrea Manriquez para la sección: