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Atesoremos momentos, no guardemos pelotudeces

Atravesando el tétrico nacimiento del domingo pasado, al abrir los ojos, tuve el presentimiento de que “algo” iba a pasar. La resaca semanal no me dejaba pensar muy bien en qué podía ser por lo que decidí comenzar el día, como cualquier otro patético domingo.

Lograr vestirme fue la primera dificultad. Tuve que instalar el gps para poder encontrar mis zapatillas diseminadas (objeto de juego de mi mascota), me puse el primer yogin rotoso que agarré, puse la pava al fuego, fui al baño, abrí las cortinas de las ventanas que dan a la calle, me prendí un cigarrillo y me senté en el sillón. Lo que aparentaba ser un día soleado en las afueras, no reflejaba lo mismo en mí.

Contemplando los rayos de febo en el living, con el café en la mano, fui descubriendo qué pasaba en mí, en mi interior, en mis vísceras, en mi corazón.

La palabra “desorden” fue la primera representación mental que logré, mas la adjudiqué a los platos sin lavar de tres días, a la mesa llena de migas, a ropa esparcida por toda la casa… Comencé el rutinario diálogo del día y noté en mi voz un dejo de tristeza, de nostalgia, de saudades y siguiendo con la automentira, supuse que esta sensación era producto del sueño y del domingo.

Despacio y de a poco, fui poniéndole orden a los requechos de la explosión de la tercera bomba atómica, que de más está decir, se produjo en mi casa.

Llegado el mediodía, resultó estar ya todo limpio y en su lugar, pero yo seguía sintiéndome igual.

Preparé el almuerzo, tentada con una indiscutible e inintercambiable siestita (de tres horas). “Probé” tanto en el proceso que, al momento de sentarme ya no tenía hambre.

Me acosté, sin ganas de hacer medio balance del supuesto “día felizmente familiar”. ¡Puaj! El domingo apesta, pensé.

Las 6 de la tarde llegaron puntuales y el reloj sonó al mismo instante. (¿Por qué me puse el despertador para levantarme?)

La sensación de vacío seguía rondando en mí. Llegué a consolarme con la atractiva jornada que me esperaría al día siguiente, mas tampoco tenía ganas de ello. Mi deseo más profundo era meterme debajo de mi cama y que sólo de la mano de mi mamá podría llegar a salir.

Lo intenté, pero el bolonqui que escondía abajo no me lo permitió. Con un denigrante e infantil puchero, me senté y la vista me calzó justo en la mesita de luz… bah, en el triángulo de las Bermudas de mi mesita de luz: el cajón. Una escalofriante cosquilla me rondó la espalda, pero tomé coraje y lo abrí. Wow….

Si bien, la música (deprimente por cierto) sonaba alto, yo sólo oía el sonido de mi corazón agitado, asustado.

Encontré tantas cosas, tantos recuerdos, tanto de él, tanto de mí, tanto de nosotros… ma’que, “nosotros” ya suena a manada…

Con una imperante actitud superadora, fui a la cocina y agarré el tacho de basura “esto ya tiene que irse”, reflexioné. El pulso me temblaba y pude percibir que los músculos de mi cara comenzaban a decaer.

¡Qué difícil es tirar tantos años!, ¡Qué difícil es recordar tantos instantes!, qué triste es verte tan feliz en ellos…

A modo de hacer un poco más llevadero este asunto de “limpiar”, me preparé el mate y me traje las servilletas de papel (que carilina, ni carilina) sabiendo que iba a usarlas.

Saqué el cajón y volqué todo lo que en él había, sobre la cama.

¡Ayyyy! Ver tantos papelitos de caramelos (¡de Sus caramelos!), de Sus chocolates, sus tarjetitas, sus cartas… hizo que se comenzara a proyectar en mí, un prototipo de film Perfecto.

Cuan Laura Ingals corriendo feliz por el prado, me “vi” abrazada a él, disfrutando de la vida juntos, proyectando nuestros objetivos, soñando con la cara de los que algún día serían nuestros hijos, del color de las paredes que tendría nuestra casa, de nuestras ilusiones al despertar en un nuevo día, de nosotros…

Y ahora, acá, sola, sentada en mi cama, en la que podría haber sido Nuestra Cama, recopilando esta fucking basura, que termina siempre atormentándome, pero que no me animo a soltar.

Hace un ratito parecía muy convencida de tirarlo todo, pero ahora ya lo estoy dudando… y seguramente, en pocos minutos voy a determinar seguir conservándolo.

¿Cómo dejar atrás?

¿Cómo soltar?

¿Cómo dejar de intentar volver, a donde fuiste feliz?

Muchas veces me pregunté esto, de hecho, desde hace exactamente dos años que vengo haciéndolo.

Muchas canciones te incentivan a seguir y la familia, ni te cuento

Pero yo….sigo con el cajón lleno de recuerdos. ¿Y mi corazón? Se fue con él. El maldito pelotudo no tuvo el tupé de devolvérmelo cuando se fue…

A esta altura, ya se hicieron casi las ocho de la tarde. Estamos en invierno, casi es de noche, la hora de hastío golpea fuertemente mi alma, y yo…sigo sentada ahí, con millones de cosas en mi cabeza.

Preguntándome por qué nos habíamos ido alejando, por qué nos fuimos soltando de la mano, hasta un día ya ni siquiera poder rozarnos. ¿Por qué? Si nos amábamos, nos entendíamos.

Como ya dijo alguien por ahí, “lo importante no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con ello2, me recordé que el No y la despedida ya la tenía y decidí revolver un poquito más la mierda. Agarré el “bendito mediador de personas alejadas” llamado celular y, con mi Ser en las manos, le escribí (llamarlo era demasiado).

Otro contundente portazo sonó en mi cabeza, cuando me llegó la respuesta. Otra negativa más podía sumar en mi haber.

¿Dónde quedé?, ¿Dónde estoy?

Qué patética es mi imagen en el espejo, ¡Qué triste me veo por Dios!

En un raye de ira contenida y destrozada por dentro, pero con la bendición de ya no tener corazón, tomé todos esos papelitos, en los que hasta entonces creía conservar a alguien y los tiré, intentando despojarme por completo de todo esto que me invadía.

Mas, para mi sorpresa, nada de ello se fue.

Me duché (llega un momento en donde la apariencia hace que uno se pierda el respeto) y me acosté. Sí, era temprano, o quizás demasiado tarde. No lo sé.

Lo que si sé es que, durante mucho tiempo tuve atesorada un montón de basura, en la que creí encontrarme, en la que me veía feliz.

Hoy aprendí que no, que encontrarse pasa por otro lado, que ser Feliz no pasa por guardar objetos, que sentirse plena no es lo mismo que sentirse llena, que en esos papelitos no estabas vos… y que tampoco estaba yo.

Los dos fuimos, los dos estuvimos, los dos nos tomamos de la mano, los dos nos soltamos y los dos, hoy, seguimos cada cual su camino. Sin objetos que nos unan, sin tarjetitas que atestigüen cuánto nos quisimos, atesoro en mí, lo que es Haber sido Feliz.

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